Cinco jóvenes con diferentes historias, sin embargo, con la misma palabra que los define: problemáticos.
¿Qué ocurrirá cuando la directora del instituto Esperanzas Eternas decida acabar con los incidentes que ocurren entre clases?
Se puede leer ind...
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Necesitaba dinero.
Entre todas mis preocupaciones, existía una que opacaba a los demás: las facturas sobre la mesa de la cocina. Rápidamente, como un simple pestañeo, las cartas se acumularon unas sobre otras y, aunque había estado haciendo horas extras para evitar que nos cortaran la luz, el banco comenzó a quitarnos, gradualmente, pequeños privilegios como el agua.
Compré botellas para calentar el agua en cazos, sin embargo, Amanda se quejó como de costumbre y, con molestia, reconocí que tenía razón: vivíamos en la completa ruina. Me sentí muy avergonzado por que mi hermana pensara aquello, para una chiquilla de dieciséis años, en plena adolescencia, aceptar que era pobre era un golpe de realidad bastante duro, además, estar rodeada por amigos populares, cuya vida se basaba en aparentar en redes sociales, no ayudaba mucho a su inseguridad.
Hubo momentos en los que pensé vender mis instrumentos, pero, una vez que estuve frente a la tienda de empeños, me acobardé y volví a traerlos a casa para abrazarlos y sacarles brillos a cada uno de ellos como si fueran mis pequeños bebés. Lo eran.
Quería darle todos los caprichos del mundo a Amanda, Gabe o Rody, no obstante, mis esfuerzos no servían de nada y, pronto, como si dios hubiera escuchado mi silencioso llanto nocturno, la solución apareció entre mis ojos, acompañada por un traficante de drogas de último año.
No supe qué quería Archie hasta que vacíe mi vejiga en el inodoro del aseo del instituto y me lavé las manos frente a su mirada gélida. Vaciló unos segundos antes de apoyar su espalda contra el mármol del lavamanos y sonrío con una sonrisa cínica que me dejó extrañado conforme intentaba secarme con papel barato. Le devolví la mirada con molestia e incomodidad, y una vez que soltó una carcajada, el límite de mi paciencia lo enfrentó:
-¿Qué miras tanto?
-Estás desesperado por dinero.-Sentenció y apreté los labios con fuerza.
¿Se notaba tanto?
Joder, claro que sí.
No podía permitirme ni un almuerzo en la cafetería, además, mis zapatillas blancas ya comenzaban a volverse negras.
-No. -Contesté fríamente y mi respuesta le pareció muy graciosa, puesto que volvió a reír.
La risa de Archie era tan estruendosa que no pude evitar que en mi pecho creciera un intenso disgusto. Su aliento apestaba a alcohol y a otras sustancias, nunca me había molestado ese olor, ni siquiera cuando June pasaba por mi lado y mis orificios nasales olfateaban la mezcla de cigarro y colonia de vainilla, sin embargo, por alguna extraña razón, el aroma me recordó a mi padre.
Y yo lo había matado.
Porque lo odiaba.
-Simón, necesitas dinero y sé como puedes conseguirlo.
-No voy a vender droga.
-No, no es eso.-Sacó su destrozado teléfono del bolsillo y me enseñó la pantalla sin abandonar su sonrisa traviesa.