Capítulo 7: Peleas.

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Cuando cierro los ojos, puedo recordar lo triste que June estaba esa fría noche de lluvia

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Cuando cierro los ojos, puedo recordar lo triste que June estaba esa fría noche de lluvia. Le presté mi ropa para que pudiera deshacerse de su pijama húmedo y, aunque me costó convencerla para que me contara de qué huía, la muchacha de iris gris y manos nerviosas, ahogó sus amargos sollozos contra mi pecho hasta que consiguió dormirse durante unas cortas horas.

Después del suicidio de mi madre, nunca nada me había destrozado tanto hasta ese momento. Odiaba verla tan indefensa, herida y destruida, por lo que, dejando atrás mi actitud fría, permití que aquel dulce Gale de años atrás le acariciara el largo cabello hasta que el sol se coló por las rendijas de mi ventana.

Verla despertar fue maravilloso y triste al mismo tiempo, pues aunque me había imaginado aquella escena durante muchos años, la primera vez que sus ojos adormilados conectaron con los míos no hubo nada más que un profundo arrepentimiento que se clavó en mi alma cruelmente.

Se incorporó como si nada, se dirigió hacia el baño y, de la misma forma que había llegado, abandonó mi solitario departamento como si nunca hubiera estado ahí.

Mi tristeza volvió a encerrarse en mi tórax y me quedé durante toda la mañana tirado en la cama, sin dejar de observar su invisible silueta a mi lado. Quise pensar que había sido parte de un triste sueño, pero los días que prosiguieron, me dejaron claro que June solo necesitaba a alguien que le asegurase que todo iría bien.

Por esa razón, la hermosa chica, con la que tantos años había soñado, convirtió en una rutina pasar las noches en mi cama y yo le permitía que me destruyera inevitablemente, pues, en el momento que el amanecer se abría entre las cortinas, June se olvidaba de mí y regresaba a casa lo más rápido que sus esqueléticas piernas le permitían.

Si June hubiera sido otra chica, lo más probable es que hubiera abandonado aquel vicioso juego a la tercera vez. Aquella revuelta de emociones me traía más loco que nunca, la ansiedad volvía a convertirse en ira y esta se tornaba en golpes mucho más fuertes que me ayudaban a ganar los combates fácilmente.

Subí de rango en el club, mi entrenador estaba ganando una gran suma de dinero gracias a mí y, por ello, aumentó el número de días en los que tenía que competir.

Lo agradecí, pero una pequeña parte de mí se asusto. Subir de categoría significaba dos cosas: ganar dinero y que los golpes se volvieran mucho más fuertes por el nivel de mis nuevos contrincantes. A mí no me importaba lo primero, tampoco los vítores o la envidia de mis antiguos compañeros, yo, lo que realmente necesita era dejar de sentirme tan triste cuando llegaba a casa y June me esperaba en la escalera drogada o con lágrimas en sus bonitas pupilas.

La muchacha estaba volviendo a un pozo sin salida y todos éramos conscientes de ello. Pero... ¿Qué podíamos hacer? ¿Cómo debía ayudarla si ni siquiera era capaz de explicarme qué le ocurría?

Kurt también se dio cuenta, June siempre llegaba perjudicada a sus clases y acabó volviéndose demasiado obvio cuando el profesor le pidió que saliera de la sala. Lizz intentó defenderla, pero el adulto debía seguir las normas y ya se comportaba suficientemente como un padre como para soportar la inmadurez de June.

Un lugar donde nadie pueda hacernos daño. [Saga: TEEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora