Cinco jóvenes con diferentes historias, sin embargo, con la misma palabra que los define: problemáticos.
¿Qué ocurrirá cuando la directora del instituto Esperanzas Eternas decida acabar con los incidentes que ocurren entre clases?
Se puede leer ind...
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La despedida de June nos afectó a todos. Lizz aguantó las lágrimas hasta que el vehículo desapareció al final de la calle y rompió a llorar bajo los brazos de Simón, quien la imitó. Gale, por otro lado, perdió las fuerzas de sus largas piernas y tuvo que sentarse al borde de la acera para no caer al suelo de golpe. Yo, en cambio, me sequé los ojos húmedos con la manga de mi sudadera y observé la carretera por la que se había marchado.
Todos quisimos traerla de vuelta, sin embargo, Kurt nos había convencido de que aquella era la mejor forma de que June pudiera ser ayudada. Además, estaría lejos de todas las amenazas que la rodeaban.
Y eran demasiadas.
Por un lado, se encontraban su madre y Gulliver, quienes comenzaron a buscar los mejores abogados para evitar que Kurt consiguiera la custodia de June, y, en otro extremo, existía la posibilidad de que regresara a todos los puntos dónde compraba drogas.
Ninguno deseábamos que volvieran a dañarla, por lo que, con el corazón totalmente roto, le permitimos volar libre a otra ciudad.
Le prometimos que la llamaríamos todos los días, además, Gale nunca estuvo dispuesto a renunciar a ella y, sin importarle las cuatro horas de trayecto en moto, la visitaba casi todos los fines de semana. No nos lo decía directamente, pero, en más de una ocasión, me lo encontré en la gasolinera frente a mi casa y llenaba el deposito hasta arriba con ramos de flores bajo su brazo.
Envidiaba a Gale, pues él era capaz de cuidarla de una forma directa y yo, por el contrario, me quedaba sin palabras cuando la llamaba para saber cómo estaba. Deseaba poder decirle que la extrañaba y que me encantaría volver a jugar videojuegos con ella, sin embargo, de mi garganta solo salía un tímido cuídate.
Esa tristeza se sumó a la desesperación de la posibilidad de tener que repetir un año escolar, las calificaciones de mis exámenes habían caído en picada y todos mis profesores comenzaron a preocuparse por que no pudiera acceder a ninguna universidad. No obstante, todos aquellos problemas que giraban en torno a mí, no se compararon con la noticia de que mi único oído sano estaba comenzando a fallar.
No podía escuchar correctamente a las personas de mi alrededor y hablaba dos tonos más altos porque no era capaz de encontrar mi voz. Mis padres se preocuparon inmediatamente, llamaron a nuestro viejo otorrino y, tras unas largas pruebas, me comunicaron la peor noticia de mi vida: me estaba quedando completamente sordo.
Recuerdo a la perfección el desesperado llanto de mi madre, la forma en la que mi padre se echó las manos a la cabeza y la forma agobiada en la que me temblaban las manos. Aquello no podía ser cierto. Por desgracia, esa era mi realidad y, aunque no quise escuchar los detalles de nuestro medico, acabé quedándome estático en la silla frente a su escritorio hasta que mi madre me ayudó a levantarme para marcharnos.
Esa noche lloré hasta que no me quedaron más lágrimas que derramar, llamé a Simón en busca de alguien que pudiera hacerme olvidar todos mis destructivos pensamientos y la pantalla de mi teléfono se quebró cuando lo estampé contra la pared al no recibir ningún tipo de respuesta. ¿Qué esperaba? Nunca había sido claro con él, no le di el apoyo necesario para que consiguiera aceptar su sexualidad y, en cambio, decidí fijarme en otras personas para rellenar el vacío sentimental que tenía en mi interior desde que era un niño sin amigos.