| Capítulo IV |

3 1 0
                                    

Vampiros A Medianoche:

- ¿Qué les he hecho? -esas fueron las primeras palabras que salieron de mi boca luego de unos segundos en silencio.

-Nada -respondió riendo -pero lo raro es coleccionable ¿No crees? -añadió en un susurro.

-No soy un maldito objeto de colección -dije apoyándome en el estante detrás de mí.

-Lo sabemos, pero la sangre que corre por tus venas... Uh, es especial -dijo acercándose -mucho más valiosa que la portadora -añadió con una sonrisa gatuna.

-Si me quieres tendrás que obligarme a ir contigo.

-Oh, no sería interesante si fuese de otra forma -dijo deteniéndose a centímetros del mostrador -y créeme cuando te digo que tú y tu estúpida profecía pueden volver al infierno del que salieron.

¿Profecía? Maldita sea, lo que me faltaba.

-Ni si quiera sabes de la profecía -dijo empezando a reír.

-Puede que no, pero tú... No puedes atraparme -dije con una sonrisa arrogante al darme cuenta de la razón de su gran charla y la paciencia que había demostrado hasta ahora.

-No te adelantes niña -dijo ella pasando sus largas uñas de un rojo oscuro en degradé hasta negro por el vidrio del mostrador -mientras tú y yo hablamos, otros se encargan de destruir la pequeña barrera que te protege, puedes estar segura de que no nos detendremos hasta llegar a ti -dijo estirando una mano y dejando al descubierto una barrera ligeramente plateada, la cual quemaba su piel, enrojeciéndola, sin embargo, esta ya empezaba a flaquear.

Me quedé mirando el brillo que aparecía alrededor de su mano. Rose jamás me había contado nada acerca de una barrera protectora.

-Entonces creo que esta conversación se acabó -dije antes de dirigirme al invernadero para tomar uno de los delantales, sacando la carta de Rose y empezando a correr escaleras arriba.

-Niña tonta -gritó ella, ni si quiera sé por qué me trata de niña, estaba segura de que ella debía ser menor que yo.

Tomé un bolso grande y rápidamente metí el libro desgastado que siempre cargaba conmigo, así como mi libreta, un impermeable, un par de barras energéticas, galletas y todo el dinero que tenía junto a mi último pasaporte, además de mi celular, audífonos y la ropa que usaría al día siguiente.

Uno nunca sabe cuándo necesitará un cambio de ropa.

Ahora llegaba la parte más difícil: No tenía ni idea de cómo salir.

-Corre y corre, pero no tienes a donde ir -empezó a canturrear ella desde la planta de abajo mientras empezaba a reír -conejito, no tienes escapatoria ¿No crees que es un buen momento para que empiece la cacería? -añadió entre risas antes de que conecte mis audífonos al celular, seleccionando una canción al azar y poniéndola a máximo volumen.

Lo siguiente que escuché fue como ella empezaba a gritar, dándome el tiempo suficiente para alcanzar una piedra, era un cristal morado en realidad, ubicado sobre mi mesita de noche.

Tomé el cristal y una roca, no tan grande. La había recogido durante mi primer viaje a la tienda fuera de la ciudad. Lancé la roca a través de una ventana aleatoria y mientras escuchaba la campanilla de la puerta, me dispuse a salir por la ventana contraria, mientras seguía escuchando la música a todo volumen tratando de concentrarme en la letra y empezando a repetirla mentalmente.

Rose siempre me decía que la mejor manera de ocultar un pensamiento era reemplazarlo por otro, eso y que la mente era demasiado compleja como para poder hacerlo sin entrenamiento.

Antes del Amanecer ·ADA1/2·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora