Me equivoqué.
Pensé que podía olvidarme de quién era y quién era mi familia.
Tuve la culpa.
Las rodillas me dolían, cada parte de mi cuerpo entumecido me hacía querer gritar y llorar, necesitaba tener un descanso para poder parar el ardor en mi piel. Que me dieran un jodido descanso de la tortura que me estaban obligando a tomar por mi estupidez. Mis brazos temblorosos, aún cuando querían desobedecer la orden, se mantenían arriba.
—Lo siento, tengo la culpa—murmuro, desorienta. El sudor en mi cara no hacía más que pegar mechones de cabello en cada espacio libre, creando un caos que no estaba segura de querer reparar.
Cansada, permito que mis brazos bajen un poco. Moviendo levemente mis músculos, un dolor atraviesa todo mi torso. Era como si miles de agujas se clavaran con profundidad en mi piel a cada segundo, a cada movimiento traicionero que hacía inconscientemente. Las horas parecían pasar con una lentitud aberrante y, como si no fuera suficiente la vergüenza, los sirvientes de mi padre me miraban como si fuera una clase de atracción de circo.
Un animal asustado y herido.
—N-no lo volveré hacer—susurro, temblorosa. Giro mi rostro hacia mi padre, aún cuando el dolor punzante se concentra en mi cuello, le permito ver mis facciones cansadas y destrozadas por el llanto inicial y la saliva que salía de mi boca a cada grito que no pude retener cada vez que la fusta golpeaba contra la piel de mi espalda—, lo juro.
Dando un sorbo a la copa de vino, me observa con indiferencia. Sosteniendo todavía entre sus manos el grueso y duro material, recorre toda mi anatomía, buscando alguna parte que no haya sido maltratada. Deja a un lado todo para darme aquella mirada afligida y decepcionada que siempre ponía cuando hacía algo mal, él sabía que de esa manera la única culpable de lo que sucedía era yo, imprimiendo en mi memoria la sensación de asco y vergüenza. La primera vez que fui consciente de ella, tenía seis años y había ensuciado mi vestido cuando intentaba comer. Permanecí dos horas de rodillas, mirando hacía la pared.
—¿Que hiciste mal?—pregunta con aquel tono severo, esperando a que mi respuesta sea lo suficientemente placentera para su gusto.
Apoyo la frente contra la fría pared que tengo justo enfrente. El cambio de temperatura alivia un poco el calor proveniente de mi condición. Callo. No tenía una respuesta buena para que pudiera ser liberada, aún así hablo porque estaba cansada de todo.
El cuerpo que hace unas horas fue tocado como algo maravilloso, estaba siendo maltratado como una basura sin importancia. Los labios que en algún momento estaban siendo acariciados, ahora no eran más que piel reseca con rastros de sangre. Lamenté no haber permanecido con Jungkook, seguir en ese espacio idílico que solo él podía darme.
—T-todo, fui desobediente, padre—murmuro, horrorizada de mis propias acciones.
Asiente, saboreando mis palabras, se levanta y camina hasta llegar a mi lugar. La mano en mi cabeza me hace temblar, pero las caricias en la cima me hace sentir aliviada.
—Las acciones siempre tienen consecuencias, deberías saberlo—tomando mechones de mi cabello con una falsa suavidad, jala para hacerme levantar el rostro que queda a centímetros del suyo. El olor a nicotina y alcohol inunda el aire que me veo obligada a respirar. Era nauseabundo sentir sus labios sobre mi frente sudorosa y cerca de mis labios. Pero sobre todo, era repugnante recordar que todo lo que creía mío nunca lo fue, que soy suya de todas las maneras asquerosas en las que un padre puede tener a una hija.
Soy su posesión, el objeto que puede manejar a su antojo cuando quiera. El comodín que puede sacar si lo necesita. La Shin Saebi que todos creían conocer solo eran pedazos de lo que se supone que soy. Porque no solo vivía exteriormente un infierno, todo dentro de mi empezaba a carcomer dejándome en nada. No tengo identidad, y eso es peor que cualquier golpe.
El vacío emocional solo estaba hundiéndome cada vez más en el pozo que mi padre creó. Y en el que estúpidamente creí que Jungkook estaba sacándome.
—Deberías estar agradecida—se mofa, dejándome libre, se va hacia la puerta—, el hijo del señor Park recibió también su castigo, no criamos mentirosos—antes de cerrar la puerta, vuelve hablar:—, no saldrás de tu habitación hasta que yo lo ordene, ¿entendido?
Asiento, incapaz de hablar, pero tan pronto como el sonido de disgusto se expande por el cuarto, al igual que el ruido de la puerta al ser bruscamente abierta, asustada respondo afirmativamente. Mi cuerpo, incapaz de seguir en la misma posición, se desploma en el suelo. Lo escucho irse y aún así no me muevo, solo soy capaz de encogerme hasta que mis rodillas quedan a la altura de mi pecho.
Tuve la culpa.
Siempre la tenía.
...
Los días pasaron más rápido de lo que creí, y aunque pensé que al tercer día podría salir, mi puerta cerrada con llave me dio una respuesta cruel. Solo se abría cuando las sirvientas de mi padre traían la comida. Los primeros días fueron torturosos, no pude moverme y por más que suplique por un poco de ayuda, nadie se atrevió a curarme las heridas o a darme de comer.
Las constantes llamadas hacían sonar mi celular como una tortura. Byun, Jungkook e incluso Yoongi marcaron, este último menos que los otros, pero sus llamadas quedaron registradas. Los mensajes llenos de preocupación por parte de Jungkook solo se acumularon hasta que dejaron de llagar, al igual que sus llamadas.
Dolió.
Claro que lo hizo, pero era lo mejor. Estar con alguien como yo, se convertiría en su caos, en la destrucción que podía pisotearlo. Sin embargo, no podía dejar de mantener el celular entre mis manos, esperando una llamada o mensaje que no respondería.
Cierro los ojos, esperando que el cansancio acumulado me ayude a dormir tan solo un par de horas. A punto de caer rendida, el sonido de la puerta del balcón me hace sentarme lo más rápido que puedo. Miro espectante, y tan pronto es abierta, la persona que menos quería que me viera en este estado, aparece con las facciones confundidas, y, poco después, horrorizada cuando me observa.
Jalo de las cobijas, aguantando el dolor en mi espalda. Cubriendo mi cuerpo por completo, dejo que se adentre más a la habitación.
—Saebi—el susurro tembloroso me hace tensar—, cariño, déjame verte.
—Vete, te tienes que ir ahora.
—No me iré de aquí sin antes verte.
—¡Largo!
Cuando sus brazos tratan de tomar la cobija, saco mis brazos para empujarlo lejos de mi.
—No te necesito, así que vete, Jeon.
El sonido de mi puerta, no hizo más que alterarme. Tomando sus hombros, y dejando por completo la cobija, lo obligo a retroceder hasta el balcón.
Desde que mi padre se marchó de mi habitación, no me atreví a mirarme a un espejo, pero por el rostro descompuesto del pelinegro puedo hacerme una idea de lo jodida que me veía.
—Si en verdad me quieres, vas a irte—hablo, aun a punto de derrumbarme, me obligo a permanecer de pie—, si fue más que sexo, me dejaras en paz.
El nudo en mi garganta y las lágrimas que estaba a punto de soltar fueron suficiente estímulo para romperlo.
—Por eso, porque fue más que sexo y porque en verdad me interesas, no me voy a huir.
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TPD. Tocada por Dios | J.Jungkook
FanfictionPorque aún cuando seguía enamorada de Jimin, justo en esos instantes sentía que era tocada por Dios, llevándome al acantilado de la lujuria y perdición. •Heterosexual. •Contenido grosero y/o vulgar. •100% mía, no se aceptan copias o adaptaciones.