Fearless

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No te atrevas idiota, simplemente no puedes, no los escuches, no vayas con ellos... no otra vez, p-por favor.


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Las noches de los pasados tres días habían sido horribles. Le daba miedo dormir, y no podía soportar ver más gente que no conocía pedirle ayuda. Él nunca sabía qué hacer, simplemente era un triste espectador incapaz de domar a la muerte.

Pero las dos noches anteriores -para ser un poco exactos- las noches después de que Phoenix lo encontró, no podía esperar la hora de poder cerrar sus ojos y dejarse llevar por el cansancio acumulado del día.

Aunque esa ocasión fue diferente.

Escuchó una voz que no reconocía, pero de alguna manera se le hacía bastante familiar.

La voz lo llamaba y le pedía que no escuchara a alguien, no sabía exactamente a quien se refería. Era una voz llena de dolor, cargada del más puro sentimiento que alguna vez haya escuchado salir de la boca de alguien.

Y estaba molesto, porque ni siquiera tuvo la oportunidad de ver de quien se trataba. Y es que, fue tanto el sentimiento, que hasta su alfa pudo sentirlo, clamando y gruñendo por ceder ante la voluntad de la delicada y misteriosa voz, perteneciente a lo que él sospechaba, era el más puro y bello ángel.

Lo siguiente que sus ojos despiertos vieron; fue el dañado y Moscoso techo de la cabaña, en la que se había quedado ya dos noches.

Tuvo la necesidad de salir de ahí, en busca de una voz inaudible para todo ser mortal. Incluyéndolo a él.

Sin embargo, no lo hizo. 

De lo más profundo de su pecho, dejó salir un sincero y enorme suspiro, para después sentarse en la orilla del maltratado sillón, recargando sus codos en sus muslos y poniendo su cabeza entre sus manos.

Y así se quedó, tiempo incalculable, admirando a la hermosa y gloriosa nada.

O al menos eso fue, hasta que una voz ahora conocida lo sacó de tremendo viaje que estaba teniendo.

—Pareces un loco viendo a la nada, mariquita. —Viajó su mirada hacía la pelinegra que lo estaba observando desde la puerta de la cocina, con una manzana de dudosa procedencia en la mano.

—Deja de llamarme por este estúpido apodo. —Se levantó y camino en dirección a la puerta de la cabaña para salir de ahí. Necesitaba un poco de aire, mojarse la cara y bañarse. Daría lo que fuera por tener un baño frio.

—¿Soñaste feo?, o ¿Por qué estas tan de mal humor? —La ojiverde imitó su acción, saliendo detrás de él.

En ese momento se sintió mal, su amiga solo estaba siendo como siempre era, un grano en el culo, pero de esos que son tolerables y te sacan una sonrisa, y él solo se estaba comportando como un hijo de mierda con ella.

—Solo tuve un mal sueño, es todo. —La chica no parecía convencida con esa respuesta, sin embargo, no indagó más.

—Ya veo. —Ambos se quedaron mirando la gran copa de los árboles, apenas y había unos cuantos rayos de luz que atravesaban las hojas de estos. —Ya tengo listo todo lo que haremos el día de hoy, ven mariquita. —Su seño se frunció y antes de que la chica se adentrara nuevamente a la cabaña, la detuvo.

—Phoenix, realmente creo que es importante que llegue a las cascadas. ¿Puedes llevarme? —Sintió un leve tirón en el pecho cuando vio como los dientes de la chica atrapaban su labio inferior.

A la sombra de un robleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora