Mercy on me

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Llevaban caminando bastante tiempo. Los pies le dolían y se estaba muriendo de hambre.

Al inicio había sido un recorrido bastante ameno, en donde los chistes y las bromas no faltaban. Ahora mismo, se encontraban andando en un silencio cómodo, con el manto de las estrellas cubriendo sus cabezas.

Se sentía extraño. Una parte dentro de él se encontraba clamando y rogando por dar la vuelta y comenzar a andar en dirección contraria a la que su amiga lo estaba guiando.

Pero su cabeza le decía que debía seguirla, que ese era el camino correcto y donde estaría seguro. Por primera vez se encontraba haciéndole caso a su conciencia y no a su corazón. Que hijo de puta era el destino.

No podía dejar de sentir que aquel bosque le susurraba los más gloriosos secretos, escondidos en cada sonido ocasionado por el choque de la brisa de la noche con las delicadas hojas de los árboles.

En el momento en el que levantó la vista, y no encontrar a la encargada de escuchar y guardar con ella las penas de las personas, fue que rompió el silencio que había entre ambos.

—¿Por qué no está? —La pregunta pareció desconcertar a la chica, que al escucharla dirigió su mirada al mismo lugar en donde el castaño tenía la suya, entendiendo de inmediato a quien se refería.

—Pregúntale, con suerte de contesta. —Su tono había salido claramente sarcástico, pero el castaño decidió no tomarle importancia.

—¿Por qué no estás, Luna?

Si, acaba de preguntarle al cielo porque la luna no estaba en su máximo esplendor dejándose admirar por sus mortales ojos.

—No lo decía enserio, Louis ¿De dónde vienes los satélites hablan o algo? —Ahí estaba nuevamente, el tono sarcástico que caracterizaba a la pelinegra.

—¿Te sorprendería?, aquí los jodidos animales hablan y no me extrañaría que las mariposas se convirtieran en dragones o una mierda así. —Su mirada bajó del cielo para posarse sobre la cara de su amiga.

—No creo que eso suceda. Además, siento que la luna es mala ¿Sabes? —Ese comentario pareció ofender al castaño, ya que una de sus manos pasó a posarse sobre su pecho y un gesto exagerado con boca abierta se hizo presente en su rostro.

—No sabes de qué demonios estás hablando. A ella le puedes contar todos y cada uno de tus secretos y penas, con la seguridad de que no se las dirá a nadie. —La joven levantó los hombros y dio un desdén con la mano restándole importancia.

—Para eso te tengo a ti, mariquita. Que se joda la luna y los miles de secretos que la gente solitaria le confió. —No pudo evitar fruncir un poco el ceño ante eso. De cierta forma le había molestado el comentario. Solo optó por mantenerse callado.

Y es que era una total tontería. Para él; la gente más pura era aquella que le contaba sus secretos a aquella hermosa dama de las noches. En donde estaba seguro, muchas de esas almas solo la miraban buscando respuesta y consuelo. Y en donde otras, solo la admiraban por pura fascinación a su inigualable belleza.

—¿Te parece si dormimos? —Esta vez había sido ella quien rompió el silencio.

—¿Ahora? no tengo sueño, pero si podríamos descansar un poco. —La única verdad que adornaba su mente, eran aquellas cadenas imaginarias, que se habían creado con el miedo de soñar cosas que lastimarán su frágil corazón.

—Vamos a dormir, Louis no puedes ir por ahí arriesgando tu vida sin dormir nada, solo por tus tontos caprichos. —La ojiverde se acaba de sentar a los pies de un árbol, recargando su espalda en el tronco de este. —Saca la comida, muero de hambre y nos vendrá bien, así tendremos suficientes fuerzas para mañana.

A la sombra de un robleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora