Capítulo 8: [La Muerte Roja]

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Tal vez pasó una hora, o tal vez pasaron dos o tres. Hipo ya no lo sabía con certeza; después del fiasco del examen todo a su alrededor se había transformado en una serie de imágenes confusas e irrelevantes.

Fue vagamente consciente de levantarse y arrastrar los pies hacia el puerto. No sabía qué pretendía con ir a ver cómo casi toda la aldea zarpaba hacia una muerte casi segura.

...Tal vez era para decir adiós a Chimuelo, o tal vez era un último esfuerzo que su subconsciente le obligaba a hacer, con la pequeña pero persistente chispa de esperanza de que su padre lo escucharía.

Estaba sintiendo tantas emociones y procesando tantas cosas al mismo tiempo que comenzaba a sentirse entumecido a tal punto que la apatía comenzaba a cernirse sobre él como una capa muy pesada. Sin embargo pudo ser capaz de distinguir a la frustración y a la indignación albergándose dentro de él al ver la manera en la que habían encadenado y restringido al dragón. Nadie entendía que lo que estaban haciendo era incorrecto, y sobretodo, imprudente.

No pretendía que todo se arreglara mágicamente y que dragones y vikingos se hicieran mejores amigos de la noche a la mañana. Las cosas sucedidas en la guerra eran demasiadas, ninguno de los dos bandos sería capaz de olvidar o perdonar tan fácilmente.

Pero él al parecer también había cometido un error al pensar que las cosas podrían arreglarse de algún modo.

Aquel pensamiento se solidificó cuando su padre hizo contacto visual con él por un instante justo antes de marcharse. "No lo hagas", había querido decir, pero estaba muy lejos como para que Estoico lo escuchara, así que puso todo su corazón y mente en ese pensar, deseando que el mensaje fuera recibido.

En vez de hacerle caso a su hijo, el hombre decidió dar la orden de zarpar.

Así fue como Hipo se quedó mirando un largo tiempo hacia el horizonte, notando cómo más de quince barcos conteniendo a los guerreros más hábiles de Berk desaparecían a la distancia, navegando hacia una muerte segura.

Sintió que alguien se acercaba por su espalda con cuidado. No tenía ganas de interactuar con nadie, pero tampoco tenía la energía para darse la vuelta y pedirle a quien fuera esa persona que lo dejara en paz, así que dejó que su nuevo acompañante se colocara a su lado.

—Qué desastre. Debes sentirte mal. Lo perdiste todo: a tu padre, tu tribu, tu mejor amigo...

—No estoy entendiendo el comienzo de este discurso motivacional —comentó Patapez.

—Yo menos, pero no hay nada como darle a Hipo una lista de sus errores de vez en cuando —Patán se encogió de hombros.

—A veces no hay necesidad de dar un discurso —aclaró Astrid—. En algunos casos lo único que se debe hacer es dar un pequeño empujón en la dirección correcta con pocas palabras.

Gracias por recordármelo —Hipo no sabía qué pretendía Astrid al dar un repaso del gran fracaso que seguramente lo había terminado de convertir en un total marginado, pero necesitaba hablar, desahogarse, preguntarse cómo y por qué todo había terminado así, y...—. ¿Por qué no pude matar al dragón cuando lo encontré en el bosque? Hubiera sido mejor para todos.

—Sí. Los demás lo habríamos hecho... Pero, ¿por qué tú no? —preguntó ella tras quedarse en silencio un momento, y volvió a insistir tras no recibir respuesta—. ¿Por qué tú no?

Hipo era alguien... excéntrico. Su comportamiento era bastante diferente al resto de los Berkianos, incluso cuando se esforzaba por parecer uno más del montón. Sin embargo, esto no era algo necesariamente malo, como muchos habrían pensado.

𝐕𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 "𝐂𝐨́𝐦𝐨 𝐄𝐧𝐭𝐫𝐞𝐧𝐚𝐫 𝐚 𝐭𝐮 𝐃𝐫𝐚𝐠𝐨́𝐧"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora