Capítulo 9: [El Reencuentro]

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—Bueno, eso fue inspirador —comentó Patán, atreviéndose a romper el largo silencio que se había establecido en la sala—. Pero, ¿ahora qué?

Tras la escena en la que Hipo y Chimuelo volaban al cielo durante una de las primeras carreras de dragones en Berk, la tela había vuelto a inundarse de blanco; tan solo un mensaje algo amenazador se encontraba escrito en ella:

"La verdad siempre sale a la luz"

Nadie se había atrevido a decir nada, pues algunos estaban terminando de procesar por completo lo que acababan de ver, y otros miraban el cuadro de luz, atentos por si algo más aparecía en él.

—Nada. Estamos encerrados —dijo Mildew.

—¿En serio no nos mostrarán otra cosa? —preguntó Brutacio—. ¿Nos quedaremos aquí, sin hacer nada más? Oh, no. ¡Empiezo a sentir el aburrimiento, me consume! —tomó de los hombros a su hermana y la zarandeó con fuerza.

—Cálmate —le dijo Astrid—. Debe haber algo que estamos pasando de largo. Antes de ver el pasado apareció un mensaje, ¿no? Decía algo sobre ser testigos de la verdad o algo así. Pero, ¿para qué mostrarnos todo aquello y dejarnos aquí sin que podamos hacer nada?

—Podríamos comenzar por hablar de lo que acabamos de ver —sugirió una mujer dando un suspiro—. No creo que podamos hacer mucho más por ahora.

—No creo que eso ayude en nada —protestó Mildew—. Opino que debemos buscar una salida.

—Mildew tiene razón —Estoico se levantó de su asiento, estirándose para deshacerse de la sensación de entumecimiento que se había asentado en sus extremidades—. Puede que algo haya cambiado en la sala.

Y eso hicieron. Los aldeanos se dividieron en grupos, pero también comenzaron a murmurar entre ellos. Ahora que habían observado las experiencias de Hipo casi de manera personal, simpatizaban más con él. Aquel lazo que tenían el chico y el Furia Nocturna había dejado de ser tan misterioso y ahora resultaba bastante racional.

Haber visto el otro lado de la historia hizo surgir preguntas, entre ellas: ¿Por qué había pasado el incidente de la noche anterior?

Los dragones eran depredadores, que generalmente no eran muy quisquillosos respecto a su comida, no importaba si fuera un humano o un animal. Pero los dragones nativos de las aguas de Berk nunca presentaron aquellas tendencias. Cuando la Muerte Roja fue derrotada, nadie más tuvo que lidiar con ataques mortíferos a menos que llegaran más dragones migrantes a la isla y sus alrededores.

—Es inútil, no hay absolutamente nada —suspiró Patapez después de lo que pareció un par de horas, dejándose caer pesadamente en una de las sillas con un gruñido de frustración.

Habían buscado en todos lados. Desde abajo de los asientos hasta cada esquina y detrás de la tela. No había ni un solo relieve, ni una sola grieta. El techo era tal alto que no se alcanzaba a ver, por lo que cualquier posibilidad de escape por ahí quedó descartada.

—¡Ya lo sé! —murmuró Brutilda con desición.

—¿Se te ocurrió cómo salir? —preguntó Astrid.

—¿Qué? No, sólo resolví mi dilema de a quién comerme primero cuando haya necesidad extrema de alimentarme —la chica se recostó en uno de los asientos, colocando los pies en el respaldo del que tenía delante.

Quienes la escucharon se le quedaron viendo, horrorizados.

En otro círculo de personas que se había formado no muy lejos de esa zona, un niño miró la tela blanca, con un aire casi melancólico.

𝐕𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 "𝐂𝐨́𝐦𝐨 𝐄𝐧𝐭𝐫𝐞𝐧𝐚𝐫 𝐚 𝐭𝐮 𝐃𝐫𝐚𝐠𝐨́𝐧"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora