Capítulo 01 - Al descubierto

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Habían pasado algunos minutos de la una y media de la tarde cuando ingresé en la silenciosa sala de break de la empresa.

Una especie de pecera  rectangular estratégicamente llena de mesas, sillas, televisores amurados siempre apagados, y un pequeño lavatorio donde se encontraba el codiciado microondas donde todos querían calentar la comida que traían desde la casa. Para evitarme cualquier contacto con las personas que se apiñaban alrededor del artefacto, yo había optado por comprar siempre mis alimentos en un comercio cercano, que francamente tenía precios accesibles y una variedad sabrosa de comidas.

Ser un paria en una empresa grande es muy fácil, sobre todo en una donde la presión por alcanzar los objetivos es constante y casi que se está alienado del resto. Consciente de la clase de lugar en el que me encontraba, a eso le había sumado siempre salir a almorzar en el horario menos concurrido, por lo que rara vez alguien entraba a la sala y se quedaba el tiempo suficiente como para entablar alguna charla conmigo. Llevaba una impecable rutina de distanciamiento del resto de mis compañeros sostenida desde hacía alrededor de seis meses, tiempo durante el cual debo haber conversado sobre el clima o lo pesado que era el trabajo con ¿tres personas? Tampoco estoy muy seguro, la verdad.

Ese día, como el resto de los días anteriores, masticaba aleladamente mi arroz con verduras mirando la pantalla apagada del televisor led que colgaba de la pared, viendo a través de su reflejo el pasillo alfombrado que conectaba las demás áreas de la empresa. A veces alguien pasaba con cierta prisa ignorando a cualquier persona que pudiera estar tomándose un descanso en el ambiente contiguo, siempre con la mirada puesta en el otro extremo de la oficina. Rara vez se cruzaba con alguien más y se quedaba conversando unos segundos, vaya uno a saber sobre qué, y de suceder volvía a desaparecer por el pasillo con la misma urgencia con la cual había llegado. Nunca entendí por qué la gente está siempre tan apurada...

Ese día, a diferencia del resto, mientras comía mis alimentos vi aparecer el reflejo de Julieta en la pantalla del televisor apagado. Ella era una de esas mujeres que te daba gusto poder mirar, era esbelta y se notaba que le ponía empeño en verse arreglada y presentable, tenía ese aura elegante de alta alcurnia que tienen las mujeres cuando se sienten seguras de sí mismas y se movía con una confianza intrínseca que transmitía una presencia de fortaleza que, para qué ocultarlo o negarlo, le quedaba muy bien. La vi caminar por el pasillo a través del reflejo oscuro del televisor y me distraje unos segundos con el movimiento acompasado de su largo cabello lacio, que brillaba como seda bajo las lámparas fluorescentes.

Pasó ignorándome.

Fue una suerte porque me atraganté con un grano de arroz mientras cavilaba y tosí ahogado un buen rato. A veces el cuerpo humano se sabotea a sí mismo y puede ser bastante estúpido...

Minutos después me encontré lavando mis cubiertos en el fregadero, absorto en la música que sonaba por mis auriculares. Ah, sí, nada menos interesante que un solitario con cara de bobo que escucha música con la vista extraviada en la nada. Era muy consciente de ello pero de todas maneras se me escapó un suspiro que para mi sorpresa me supo demasiado amargo.

Cuando giré para salir Julieta estaba a un costado de aquel pequeño ambiente, sirviéndose un vaso de agua por la maquinita expendedora que estaba justo en la esquina. Me demoré tan sólo unos segundos en mi lugar, que me sirvieron para ver la figura de ella ligeramente inclinada hacia la máquina y cómo acomodaba con un movimiento discreto de su blanca mano un mechón de su cabello detrás de su oreja. Admiré secretamente su gusto por la ropa y su acertado estilo para verse atractiva y profesional a la vez, aquello me volvió a confirmar que Julieta conocía muy bien cómo equilibrar sus fortalezas. Me apuré a salir de allí con la sensación de que me había mirado de reojo.

QuimeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora