Capítulo 09 - Después de la tormenta

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Las calles de Buenos Aires eran un claro reflejo de cómo me sentía: estaban destrozadas.

A través de las ventanillas del transporte público vi árboles partidos, derrumbados contra las calles o sobre desdichados automóviles, ventanales destrozados, hojas y ramas desparramadas, agua anegada y suciedad. El granizo había sido cruel con varias superficies, acribillándolas con saña, vidrieras, persianas metálicas, autos y demás vehículos.

Al descender, el viento arremolinó brevemente entre mis pies algunas hojas húmedas y envoltorios de golosinas, los cuáles fueron arrastrados rápidamente hacia el fondo de la dársena, como si de casualidad siguieran a una procesión de mugre de la cual se habían rezagado. Caminé ignorando los destrozos y a las criaturas del mundo, incluidos los humanos.

Siempre me había parecido hermoso el cielo despejado después de una tormenta, me daba la impresión de que los colores del mundo estaban más limpios, puros, libres de la contaminación que producían los humanos y las criaturas de la Bruma. Pero aquella mañana fría y húmeda, noté primero la sonrisa de la Bruma inmisericorde entre los tonos de la ciudad y su sorna se clavó como un puñal en mi pecho, el cual aún escocía de tristeza y rabia.

Compré un café antes de llegar a la oficina y me comporté, sin proponérmelo, tal como una hosca persona que resiente su papel de mero engranaje en el mundo laboral. La cajera que me atendió notó mi mal humor y a pesar de mi actitud, dibujó una pequeña sonrisa al vaso descartable donde me entregaría finalmente mi infusión, pero ignoré el gesto como había ignorado todo lo demás hasta ese momento.

Había decidido llegar con una hora de anticipación a mi trabajo, sentía que no debía forzar ni una oportunidad de cruzarme con Julieta, no después de cómo me había mirado la noche anterior. No después de que me hubiera temido como nunca antes, incluso más que la primera vez que me había descubierto. Tuve un pequeño asomo cobarde de no presentarme a cumplir con mi farsa humana, pero nunca me había caracterizado por ser una criatura que se dejara vencer por sus temores. Me enfureció ese atisbo de pensamiento y me levanté decidido a continuar con mi rutina.

El guardia del edificio se sorprendió al verme llegar tan temprano, un hombre joven y musculoso de incipiente cabellera cana, pero de todas maneras me dejó pasar. Ni siquiera había llegado la raquítica y resignada criatura que manejaba el ascensor, así que subí silenciosamente acompañado únicamente por mi reflejo en los espejos laterales. Obviamente fui el primero en entrar a la oficina y en ocupar mi lugar. Me quedé allí todo el tiempo que me fue posible y sólo me levanté cuando fue estrictamente necesario. Me volví incluso más silencioso de lo habitual, pasando completamente desapercibido como sabía hacer.

Llegó entonces el momento que no pude ignorar. Debía cumplir con el horario de comida tal y como todos los días, tenía que mantener la farsa de ir a comer en el horario menos deseado y gracias a eso supe que no me cruzaría con Julieta. Me conduje con cierta calma por el pasillo que lindaba a la sala de break y suspiré con alivio por primera vez en el día, dejando salir toda la tensión de tener que mantenerme especialmente oculto, hasta que me llegó el aroma de la piel de la persona que quería evitar y apresuré nerviosamente el paso, escapando de la oficina como si acaso estuviera envuelta en llamas. Bajé las escaleras con más apuro que habilidad y alcancé la calle respirando agitadamente, cual caballo desbocado. Algunos compañeros de trabajo me reconocieron mientras volvían de la calle y me dedicaron miradas extrañadas y confundidas, pero se olvidaron de mí tan pronto reanudé el paso y me dirigí a la tienda para comprar mis alimentos.

Iba de camino al parque donde solía almorzar cuando, entre el tropel de gente que recorría la calle peatonal, alguien levantó el brazo delante de mí con la intención de resaltar entre el resto. Y por supuesto que lo había hecho...

-Tiene que ser una puta broma...- gruñí y me detuve. Soledad venía caminando hacia mí.

-Buenas...- me saludó con tono musical y atinó a inclinarse sobre mí para darme ese beso en la mejilla que en el país donde estábamos se estilaba tanto entre conocidos y amigos.

-¿Dónde mierda estuviste anoche cuando Julieta te necesitaba?- le escupí antes de que pudiera tocarme. La fulminé con una mirada, detrás de la cual mis ojos reales fulguraron con rabia.

Soledad era más alta que yo sólo cuando yo vestía mi disfraz humano, así que aprovechó su altura para dedicarme una mirada ofendida salpicada por desprecio con la cual me escaneó como si fuese una piltrafa.

-Por mucho menos he...-

-No me estás respondiendo.- la interrumpí.

Algo oscuro y arcano relampagueó tras los ojos de Soledad, una fuerza descomunal que detuvo el tiempo en el mundo humano.

-No tengo que darte explicaciones de lo que hago o dejo de hacer, quimera...- espetó, peligrosamente ofendida, pronunciando el apelativo con marcado menosprecio. De pronto pude notar la tensión en el disfraz de ella, que parecía comenzar a deshacerse como arenilla. En su interior, su verdadera identidad luchaba por mantener la ilusión y no saltarme encima como lo que en realidad era.

-Nox mandó a atacarla anoche, ¿lo sabías?- le pregunté, haciendo caso omiso de su postura amenazante. No evadí ni por un segundo sus ojos furiosos.

-¿Y ahora me tomás por ignorante?- gruñó y dio un paso hacia mí. El mundo a nuestro alrededor tembló, aún en detención.

-Julieta depende de vos para caminar entre la bruma, no la podés abandonar ahora que sabés que...-

-Yo nunca abandono a quien me busca; vos, de entre todos en éste mundo deberías saberlo mejor que los demás.- gruñó y el retumbo alrededor fue todavía más intenso. -Me enferma en lo que te estás convirtiendo, no lo puedo creer y casi que me repugna. Si tan sólo te vieras como yo te veo ahora, preso de tus emociones como un humano cualquiera...- arrugó los labios con rabia y continuó -Yo no soy la mala de esta película ahora, yo no fui la que se levantó contra tu humana preferida, así que te recomiendo que cuides mejor tus palabras la próxima vez que me hables.- antes de que pudiera argumentar, la tensión desapareció y el tiempo en el mundo humano volvió a correr. Soledad se incorporó y soltó sobre mí un rápido y sonoro cachetazo que captó la atención de los transeúntes y me dejó la mejilla ardiendo. -Seguís siendo el mismo pelotudo que recuerdo.- fingió un papel excelente, una salida convincente para los ojos curiosos, dejándome allí entre los murmullos de la gente.

Comí amargamente en el parque, sentado sobre uno de los pocos asientos de piedra que estaban secos, pensando en el encuentro que había tenido y sobre todo en lo que Soledad me había dicho. Ella tenía razón, me estaba volviendo cada vez más emocional desde que me había descubierto Julieta, me embargaba la preocupación, confusión y la tristeza de saberme un monstruo bajo su mirada. Me dolía porque era justamente ella quien me veía como algo que en realidad yo no era, si cualquier otra persona me hubiera confundido con un demonio me hubiera importado un comino pero era diferente cuando se trataba de ella... necesitaba encontrar la manera de recuperar la calma que había perdido, apaciguar y enfocar lo que sentía en lo que primaba ahora, descubrir las elucubraciones de Nox.

QuimeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora