Capítulo 05 - Seres del Mundo de la Bruma

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Domingo.

Julieta me había pedido que la dejara sola. Pocos momentos después de que le enseñara a mirar el mundo con sus nuevos ojos, la noté perturbada por primera vez. Evitó verme todo lo que pudo a pesar de que compartimos algunas horas más en compañía, pero cuando le fue imposible manejar su nerviosismo me pidió amablemente que me fuera de su casa. Se tomó el trabajo de agendarme en su teléfono celular por si necesitaba de mí más adelante (por supuesto, tengo un celular como cualquier humano contemporáneo), pero me dio la impresión de que no volveríamos a vernos pasado un tiempo muy largo. La entendía.

El sábado pasó sin novedades de Julieta y el domingo se estaba terminando. Era de noche.

La balaustrada de la costanera sur de Buenos Aires siempre me había gustado. Era una especie de refugio para la naturaleza porque la reserva ecológica estaba muy cerca (un terreno ganado al Río de la Plata por la ingeniería humana, lleno de caminos de tierra pedregosa y vegetación autóctona, hogar de fauna local). A pesar de que el bullicio de los puestos ambulantes de comida y otros artículos que habían ganado sitio y se habían instalado muy cerca de donde me gustaba ir a descansar, todavía era una de mis opciones favoritas. A veces había gente que se reunía a tocar música y a bailar, como esa noche, y los humanos se apiñaban animadamente alrededor para compartir la alegría de las tonadas y las canciones. Tocaban algo parecido al folclore argentino y por alguna razón eso me alegró un poco; me descubrí contemplando a las personas reír y bailar al son de la música y por un momento me olvidé del cruel mundo que los rodeaba. No había allí un sólo esbirro de la bruma, sólo los humanos bailando y riendo.

Traté de prestarles la mayor atención posible, a cómo se movían, a cómo disfrutaban, cómo se relacionaban entre ellos. Sonreí cuando descubrí chispas de amor entre algunas personas, en esas miradas que uno sabe reconocer siempre aunque no conozca a la gente. Me enterneció notar esos gestos en torno a ojos con arrugas y cuerpos viejos pero de almas jóvenes; ojalá duraran por siempre. Los viejitos salieron a la pista imaginaria de aquella vereda de la costanera al son de un vibrante ritmo y se movieron con más espíritu que habilidad, pero ese mudo sentimiento que se profesaban y que los había llevado a moverse entre la multitud se contagió como un incendio descontrolado entre todos los presentes y los dejaron danzar únicamente a ellos, en medio de las palmas, la música y todas las miradas de admiración y ternura.

Hubiera sido una escena preciosa de no ser por la acechante bruma que flotaba por encima de todos ellos. Pronto los embargaría también, como siempre, porque no se replegaba por mucho tiempo, y comenzaría a obrar paciente y despiadadamente para tratar de alimentarse de los humanos como lo había hecho desde que había aparecido en el mundo.

Empecé a caminar y a alejarme de esa algarabía deseando que durase todo lo que fuera posible. Me interné entre las calles mal iluminadas cercanas caminando por el pasto de los jardines y entre los árboles, abandonando las sendas de piedra, notando a la vez cómo las criaturas de la noche se asomaban hambrientas. Eran como duendecillos compuestos de volutas de humo y sombras, de facciones cambiantes pero siempre ferales y brazos más largos que sus piernas, arrastraban etéreas garras afiladas por el suelo causando un sonido muy parecido al rumor de las hojas de los árboles o los arbustos. A pesar de mi disfraz humano, me miraban con sus vaporosos ojos destellantes desde la distancia y se movían sólo cuando estaban seguros de que no iría tras ellos. Algunas criaturas de la bruma habían desarrollado la capacidad de reconocer a otras que utilizaban disfraces, por lo que éstas en particular trataban de evitarme todo lo posible. En el cielo, entre los insectos y los murciélagos que se alimentaban de éstos últimos, volaban seres que dejaban surcos entre la bruma espesa. Ignotos la mayoría. Tampoco suponían una amenaza para mí, pero para los humanos era una cuestión completamente diferente...

QuimeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora