Capítulo 08 - La Noche

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Nox flotaba en el aire, dejando que el viento meciera su larga falda de estrellas relucientes, que eran como diamantes engarzados en una tela irreal, hecha del material de los sueños. A su alrededor, como endemoniados custodios inflexibles, sus pesadillas la rondaban permitiéndome verla únicamente cuando su silente rotación no se interponía.

Flotaba como si acaso estuviese tumbada sobre un diván, continuaba mirándome con esa expresión divertida. Sus finos labios hablaban de una oscura maquinación que aún no me podía imaginar, pero mi intuición me decía que tenía que ver con Julieta.

Estaba seguro que el reencuentro no podía ser casualidad.

-Sí.- me dijo antes de que yo pudiera abrir la boca. Como si acaso me pudiese leer la mente...

Me quedé mirándola sin poder ocultar mi preocupación, las dos veces que se había presentado Nox había elegido hacerlo rodeada de esos seres horrendos, producciones de su lado más terrible. Aquello no era bueno.

Debajo en el mundo comenzó a tronar, y un vendaval arreció con una tormenta violenta de granizo. Nox me sonrió depredadora, su séquito dejó de girar a su alrededor.

-No voy a permitir que tus pesadillas lleguen a ella.- gruñí, a sabiendas de que no podría hacer algo por impedir las intenciones de la recién llegada.

-Podés intentarlo.- se mofó.

Una de sus pesadillas se arrojó de inmediato sobre mí. Abrió tan grande las fauces que se desquijaró bruscamente y su espeso aliento de sangre coagulada me dio de lleno en la cara. Intentó clavarme los colmillos pero le arranqué la cabeza de un zarpazo, enfurecido. El sacrificio de esa criatura le había dado el tiempo suficiente a las otras cinco para descender sobre el mundo en busca de su presa; Nox me dedicó una sonrisa altanera antes de que yo me dejara caer hacia la Bruma y el mundo inferior.

Me zambullí en las oscuras nubes tormentosas cargadas de agua, granizo y relámpagos, siendo azotado por vientos descontrolados. Dentro de ese furioso océano de nubes distinguir a las pesadillas me fue extremadamente difícil, ellas, compuestas de volutas de humo y los horrores de la imaginación de Nox, se camuflaban perfectamente entre la tormenta.

Tronó luego de varios relampagueos entre las nubes. Esos  cegadores rugidos ensordecedores atontaban mis sentidos, tanto que no vi al dúo de esbirros nebulosos que volaba directamente hacia mí. Me interceptaron clavándome las garras en el cuerpo y en las alas, arrojándome en dirección contraria a la que descendían los otros tres. Me estaban llevando lejos de los demás por una razón...

A pesar de que me mordían mientras se afanaban por alejarme de las demás pesadillas, y a pesar de que sus fauces se clavaban profundamente entre mis escamas, ignoré el dolor y giré violentamente en mi descenso como un torbellino hasta que me arranqué de encima a mis agresores. Me detuve con un feroz aletazo y aproveché la confusión de mis enemigos para volar hacia ellos, maté al primero arrancándole la cabeza de un tirón con mis patas inferiores y despedacé al siguiente clavándole las garras en los hombros y tirando hacia afuera, desgarrándolo como si fuera el tejido de una tela. Explotó como una emanación de humo y yo me apresuré a seguir el camino por el que había visto que se habían ido las demás pesadillas.

Descendí como un proyectil oscuro, rugiendo como la mismísima tormenta. Enardecido por la furia que se desataba como un incendio en mi interior, el agua de la tormenta y el granizo que me alcanzaba comenzaba a generar hileras de vapor a mi alrededor. Descendía ya próximo a los techos de los edificios del barrio humano cuando descubrí muy cerca a las tres pesadillas que faltaban. Dos ellas se volvieron hacia mí para plantarme cara. Se sorprendieron tarde al ver que no detenía mi descenso, así que la aceleración que llevaba maximizó el impacto de mi golpe sobre la primera, a la cual empalé contra las ramas de un árbol cercano, que se derrumbó mientras el cuerpo perforado del esbirro se deshacía como podredumbre entre la lluvia y el granizo. La otra, en su terror y parálisis, fue presa fácil para mi zarpazo, con el cual la decapité.

Pero cuando volé hacia la última, ésta giró hacia mí consciente de que la perseguía y se transformó mientras volteaba en un corcel brioso y musculoso que respiraba fuego. El aspecto más poderoso y temible de una pesadilla. Giró sin detenerse y me castigó con una patada de sus fuertes coces, derrumbándome del cielo y haciéndome estrellar contra un automóvil estacionado.

El caos de la feroz tormenta y granizada camufló la destrucción que yo había provocado, pero no me preocupé por ello. Sabía que los humanos no me podían ver en ese momento, no cuando había abandonado mi disfraz. Cuando la cabeza dejó de darme vueltas, levanté la mirada para encontrar a la pesadilla pero ya no estaba allí. Temí que hubiese alcanzado el departamento de Julieta y me apresuré a volar hasta allá. Con más miedo que valor, llegué hasta el balcón de la casa de ella y pude comprobar con horror que los ventanales habían sido destrozados y que el fantasmagórico corcel estaba dentro del ambiente acechando a una asustada Julieta, que no se explicaba qué era esa cosa que tenía delante.

Estaba sola, por supuesto...

Un relámpago rugió en la noche y entre el caos de la granizada, irrumpí en la casa de Julieta.

Los gritos de terror de ella se mezclaron con los bramidos del monstruo y mis propios rugidos, que eran como los retumbos graves de un trueno. El salvaje asalto que solté sobre el corcel endemoniado despedazó su cuerpo y rompió algunos muebles mientras forcejeábamos el uno sobre el otro, culminando cuando con una dentellada frenética arranqué parte de la tráquea del horroroso animal y éste se desplomó contra el suelo entre estertores moribundos. Al poco tiempo se descompuso como un hediondo charco de sangre caliente, cuya mancha perduró sobre las cerámicas.

Miré hacia Julieta para comprobar que estuviera bien.

-¡Dios mío, no!- el horror que había en sus ojos me fulminó. Quise levantar una temblorosa mano hacia ella para mostrarle que no era una amenaza pero mi garra estaba cubierta de sangre, zarpa que fácilmente podría partir a la mitad a un humano. Me reconocí en los ojos espantados de Julieta y me vi como una vaporosa y asquerosa quimera cubierta de sangre. Así me veía ella ahora, como un monstruoso animal sanguinario.

Escapé de allí como el horroroso ser que no era.

Furioso y con el corazón partido en mil pedazos, busqué a Nox en lo alto del cielo nocturno, por encima de la tormenta del mundo, pero había desaparecido.

Quise maldecirla, insultarla, pero en lugar de ello... lloré.

QuimeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora