Cap 5

15 2 0
                                    

Tal vez ese sea el mejor recuerdo que tengo de ella

Alguien perdido no se siente solo, alguien perdido no se siente mal, o culpable, perderse es sentir un mundo frío y cruel cayendo sobre ti, no sabes que harás, a donde irás, no sabes si alguien espera que vuelvas, o que puedas ser el de antes si es que fuiste bueno alguna vez.

Perdido tenía un transfondo, algo mucho más fuerte, y era cuando se unía a dos simples palabras "perdido como persona"

Nadie puede sacarte de ahí, a menos que tú pongas todo el esfuerzo posible en volver a encontrarte, nadie podrá ayudarte.

El simple hecho de sentirme perdido me hacía sentir inconforme y vacío, sin felicidad, y perderme en la felicidad me había hecho egoísta y vulnerable, frágil, no sabía que era peor, si ya no sentir felicidad, o sentirme frágil. Entonces nació el siguiente perdido.

Perdido ahora en su mundo y su aura, perdido en sus manos y sus labios, sus ojos y su sonrisa, su cuerpo y curvaturas.

Perderse en una persona, tal vez sea peor que perderse uno mismo, al final del día con un poco de esfuerzo todos nos encontramos, más rotos de lo que nos fuimos, o más fuertes de lo que llegamos. Pero cuando te pierdes en una persona, ya solo queda el pensar que hasta el día, el verdadero día donde decida sacarte de su vida, ese día será cuando empieces a encontrarte.

Ella hizo que perdiera, y un ganador desafortunado he sido, he amado perder desde que la conocí, como he odiado sentirme el ganador.

Seguía sintiendo su tacto como si fuera la última cosa que me gustará del mundo, mi entorno era ella y viceversa, nada cambiaria eso.

Ya éramos adultos, no teníamos limitaciones, ni necesidades, y somos exitosos, la arena de mi reloj es tranquila, y eso me ayuda y me calma. Han pasado 7 años. Nuestra vida es tranquila en la ciudad de New York, nadie puede limitarnos a nada, soy un exitoso empresario, y ella es una excelente artista.

Sus pinturas cobran más vida cuando la veo a ella a los ojos admirando su arte. Tenemos felicidad, poco a poco me he envuelto en una nube de amor, y de aceptación, de aceptar que voy a disfrutar esto, hasta que pase, hasta que la mate, no puedo torturarme, no cuando ella lo es todo para mí. Deje la droga al entender que sus ojos es todo lo que necesito.

Esta tarde decidí llevarla a comer, quería verla disfrutar y poner esas lindas caras que pone cuando está feliz.

Sus expresiones crecieron en una sonrisa madura y sofisticada ante la comida frente a ella, me ve y siento como mi corazón se derrite, su cara mostrándome una vez más el porque me enamoré de ella, porque a pesar de todo seguí en esto con ella, y porque soy y seré siempre un maldito egoísta.

No era su felicidad, nunca lo fue, pero piensen, si su felicidad es mi felicidad, ¿Por qué debía ser egoísta? Ella es feliz conmigo y yo con ella, si es egoísta transmitirle a la persona que amas su felicidad, entonces si, era malditamente egoísta.

Los bebés en particular no me gustaban, y es que a que clase de demonio le gusta un bebé? A ninguno, más sin embargo acá tenemos una pequeña excepción. Mi hijo de 3 años rondaba la casa vagamente.

Ojeaba mi reloj, la arena cayó un poco más rápido que de costumbre, no quise pensar en ello, quise caer en mi papel de egoísta y así fue.

Llegó a casa sudando frío, la vi pálida, sus ojos llorosos mostraban su cara como la cosa más débil del mundo. No entendía que pasaba y lo único que pensé fue en salir corriendo a un hospital, no podía dejarla así, no a ella, no era su momento aún.

Doctores pasaban por el corredor directo a su habitación, me sentía muy impaciente observando esa escena tan dramática y absurda.

En el bloque de iceberg que llaman sillas de hospital, sentía el tiempo lento y despiadado, en mi la agonía de la espera jamás había sido un problema, aceptaba que viviría hasta más allá del fin de los tiempos. Desesperado empecé a caminar, igual mis nalgas se hubieran entumecido si no lo hacía, las enfermeras notaban mi preocupación, pero ninguna era capaz de acercarse a mi.

El doctor salió, su mirada decaída. Sinceramente no entendí nada de lo que me dijo, hasta que uso esa palabra que cambiaría todo, mi egoísmo sonrió dentro de mi, observando expectante la escena del doctor hablando, y creo que yo, casi sonrió por lo mismo.

El cáncer no era algo que fuera común, y menos en ella, toda su familia era sana, gozaban de lo que yo diría es la suerte de Dios. Más sin embargo así era, ella se veía delicada mientras dormía arriba de la camilla con una pequeña sábana blanca cubriéndola, que de nada servía porque el frío se calaba dentro de los huesos, apenas el terminó de hablar me senté a su lado, puse la chaqueta que llevaba puesta en casa encima de la sábana y vi como sus labios agarraron un color más natural.

Apenas hice eso me senté, y no aguante, pero reí, reí histéricamente, tanto que tuve que correr al baño para que no se escuchará tan fuerte. Sentí felicidad, porque si, sufriría, ella seguramente moriría por la enfermedad, pero viviría al menos esta vida conmigo. Viviría para verla morir. Despues de tantos años... ver cómo muere alguien nunca se había sentido tan bien.

Salí del baño y la vi otra vez, débil y dormida como una pequeña princesa, una princesa que cuidaré hasta el día que su cuerpo colapse, que su mente no aguante y que su corazón se detenga.

No matarla pero verla morir siendo feliz conmigo. En ese momento juro que por un segundo si pensé que Dios me ayudaría.

Sé que mi corazón y el de ella son uno, aunque uno muere lentamente, y otro solo acompañante de la tragedia.

Tal vez ese sea el mejor recuerdo que tengo de ella.

Un siglo esperándoteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora