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   Cuando eres una niña, lo único que deseas es poder ser libre de todo reglamento que te sea impuesto por tus padres y a mí, a mis veintisiete años, me pasaba lo mismo.

Quería ser libre, poder huir. 
Pero no de mis padres, sino que de la red de trata por la que había sido capturada cuando solo tenía ocho años.

A penas recordaba cosas de mi infancia. Todos los recuerdos con mis padres fueron opacados por las arduas horas de entrenamiento físico por las que había tenido que pasar gracias a mi "comprador".
Lo que sabía del hombre era más bien poco. Era ruso, de aproximadamente cuarentaicinco años de edad y no era un tipo bueno. Lo último lo sabía ya que, a parte de que había hecho que me entrenaran para ser su guardaespaldas y sirviente con armas y cuchillos siendo solo una niña, me había encomendado en varias ocasiones algunas misiones algo... sangrientas.

Había aprendido, con el tiempo y varios golpes, que de allí no podría escapar nunca, al menos no sola, y como todos eran unos lame culos con él...

Con los años, el hombre comenzó a entregarme las misiones más peligrosas e importantes a mí, dejando de lado el resto de sus perros. Comencé a ganarme el odio de estos al aceptar todas y cada una de sus encomiendas, por lo que no se me hacía raro que entraran por la noche a mi habitación para intentar matarme.
Había aprendido a dormir con los ojos bien abiertos.
Pero había uno en particular que parecía más inteligente que el resto de esa panda de descerebrados. Él se limitaba a verme de lejos mientras achicaba sus ojos y fruncía el ceño, como intentando ver lo que ni yo misma veía de mí, y eso me asustaba.

En los momentos en los que estaba frente al jefe, mi estómago se retorcía haciendo que doliera. Lo consideraba una pequeña señal de que, claramente, él no hacía nada más que dar mala espina. Odiaba verlo en su imperiosa silla empresarial, detrás de su gran escritorio, mirándote como si no fueras más que un peón que el movía a su antojo.
Y lo peor es que sabía que era así.

Cuando me citaba a mí, y había comprobado que solo lo hacía cuando estaba conmigo, estiraba sus piernas por debajo del escritorio, relajando su aspecto y, a la vez, intentando acariciar mi pierna con su fino zapato.
De verdad lo detestaba, pero el punto de todo esto era hacer que confiara lo suficiente en mí hasta que me diera el cuchillo con el que yo misma lo apuñalaría.

- ...entonces, es necesario que conozcas a ese bastardo y te ganes su confianza. Averigua qué sabe, con quién ha compartido esa información, y mata a todo el que lo sepa. ¿Lo has pillado? - me dijo el castaño frente a mí, rozando la punta de su zapato con la piel desnuda de mi tobillo.

- Sí, señor - murmuré levantándome de mi asiento con tranquilidad. Como si no quisiera lanzarle la lapicera que se encontraba sobre su escritorio a su ojo.

Al retirarme de su despacho, volví a repetir toda la información innecesaria que me había soltado durante media hora. Me encerré en mi pequeña habitación e hice una pequeña mochila con lo esencial, ya que el llegar a mi destino tendría que renovar mi guardarropas para el papel que tendría que interpretar.

Volví a salir casi de inmediato del lugar y me dirigí hacia la entrada de la majestuosa mansión, en donde me esperaba un chofer en un coche que me llevaría al aeropuerto. Porque, por lo que parecía este blanco estaba algo escondido.

Al llegar a una gran isla, mi mente se confundió un poco, ¿se escondía en la ciudad? Por lo general las personas que busco suelen estar en las afueras, en una gran casa de campo gozando la vida con alcohol y mujeres. 
Este hombre comenzaba a intrigarme.

Pedí un taxi y me dirigí al lujoso apartamento que habían comprado para mí, para que pudiese cumplir con la misión con tranquilidad. 
Luego de dejar todas mis cosas, caminé por la ciudad hasta dar con una tienda de ropa, en la que compré prendas rosas y blancas. Lo sé, qué asco.

Estando nuevamente en casa, me cambié mi conjunto negro por una falda rosa y un top blanco, con el que por poco se me ve una teta, acompañado de unas botas blancas que, sinceramente, me gustaban bastante. Además, até mi cabello rubio en una coleta alta y me maquillé un poco.

Volví a salir de "mi casa" y a caminar por las calles de la ciudad, rondando los lugares que, según el mapa que tenía en mi móvil, mi objetivo frecuentaba. Al estar tan distraída, no me fijé en el camino, y eso terminó choque con alguien bastante alto.

- Lo siento, señorita. Iba apurado - dijo una voz con un marcado acento ruso.

- No se preocupe... - dije con una fingida voz inocente, dejando que él dijera su nombre para comprobar si mis sospechas eran ciertas.

- Viktor, Viktor Volkov.

¡Bingo!

- No se preocupe, Viktor. Yo también iba distraída - le resté importancia, poniéndole una mano en su hombro a la vez que comenzaba a caminar hacia la dirección por la que él venía.

- ¿Es nueva en la ciudad? No la había visto por aquí antes - me preguntó, haciendo que me dé media vuelta.

- He llegado hoy - respondí simple, regalándole una sonrisa, para luego voltear nuevamente y seguir con mi camino moviendo mis caderas más de lo común.

Ataraxia - Viktor VolkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora