Capítulo 2. (Parte 1/10)

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EL DÍA CERO. PARTE 1/10

Solo había pasado un mes desde que mi maestro se fue sin dejar rastro, yo me sentía muy débil, no tenía ganas de ir a la escuela, ni ganas de comer, ganas de nada, pero a pesar del cómo me sentía debía de seguir con mi vida, de alguna forma tenía que encontrar sentido a las últimas palabras que me dijo, pero en ese entonces era demasiado pesado para mi sentir la responsabilidad de cargar con algo tan delicado como el destino del mundo. Amaba a mi país, a mis padres y una que otra persona que conocí en los años, tenía que recuperar mis fuerzas y hacerlo por ellos, no podía imaginar vivir en un mundo sin ellos, qué iluso era en ese entonces.

Justo cuando encontré ánimos para tratar de cambiar al mundo a mi manera y disposición, por finales de noviembre del 2011, recuerdo que fue noticia internacional el ataque militar a varias bases o no sé si embajadas en algunos países, las potencias mundiales no respondieron de la forma más pacifica posible, fue una semana de intensos debates internacionales buscando la manera de encontrar la razón de los ataques y encontrar y castigar a los culpables directos e indirectos, pero nada parecía tener resultado, nadie parecía saber nada y todos se echaban la culpa entre uno al otro; el inevitable brote de la Tercera Guerra Mundial fue un atentado entre los mismos representantes de los países en la misma sede de la organización mundial, la paz se fragmentó y la guerra era inminente y empezó de la forma más violenta posible. Al expandirse la noticia del incidente o ataque en la sede de las Naciones en Unión, los gobiernos explotaron en rabia y a mi parecer no lo dudaron, fue como si ya lo tuvieran planeado, las capitales de las seis principales potencias mundiales volaron, primero cayó la capital de un país asiático enorme que no recuerdo su antiguo nombre, este a su vez contraatacó mandando un ataque para destruir la capital de la potencia que se encontraba cerca de mi país y así, los mismos seis responsables volaron sus capitales, como si de un juego de niños berrinchudos se tratase, cada quien atacando a quien no le caía bien. Lamentable y patética en mi opinión la forma en la que se desató ese suceso que quedaría marcado en la historia de la humanidad.

En diciembre del 2011, ya se había declarado formalmente la Tercera Guerra Mundial (WWIII), una guerra sin aliados, una guerra entre las seis principales potencias mundiales una contra otra y todos contra todos, el saldo de los bombardeos iniciales, más de 1,000 millones de personas fallecidas, otros 500 millones de desaparecidos y seis grandes metrópolis borradas del mapa; en ese entonces, a mis casi 20 años de edad, solo sentí enojo y tristeza de que los seres humanos solo sean buenos para destruirse unos a otros, también sentí muchísimo miedo. ¿Acaso a esto se refería mi maestro? ¿Yo debía terminar esta guerra? Me confundía a mí mismo con tanta interrogante, por más que deseara terminar la guerra con mis propias manos, por más que me frustrara al no poder hacer nada, debía aceptarlo, yo era una insignificancia comparado al poder bélico de los seis países unidos. Llegué al punto de temer mucho por mi vida, ningún país en el mundo se salvó de la guerra, los bastardos no respetaban fronteras y esparcían sus movimientos de estupidez por donde fuera, no les importaba destruir ciudades ajenas a los países que participaban en la gran guerra de idiotas, eso me llenaba de furia, ya que mi país también fue víctima, ¿qué podía hacer? Nada, más que observar, huir y sobrevivir. Nadie podía hacer nada al parecer, todos vivieron con miedo por los siguientes tres meses, ya que a los bastardos no les importaba llevar sus batallas áreas o marítimas hacia países neutrales, causando daños que jamás fueron reparados, ni un "perdón" o un "lo siento", nada, se creían dueños del mundo.

En mi ciudad hubo más de cinco incidentes, uno de los que más indignación causo fue que unos aviones se derribaron mutuamente asesinando a decenas de niños pues sus restos cayeron sobre una escuela, otro incidente afectó seriamente a mi familia, una batalla naval fuera de control acabó destruyendo parte de nuestro puerto y barcos pesqueros, se vivía un infierno en mi ciudad. Durante esa época las tecnologías no eran un bien común en nuestro país, solo personas con recursos podían obtener computadoras e internet, pero incluso en nuestro país también se dio el famoso "bombardeo cibernético", donde grupos de hackers desataron un ultravirus que convertía los equipos de cómputo en bombas, esos días se perdieron muchas vidas inocentes, ya no sabía ni qué hacer, ni mis padres, hasta que cierto día que recuerdo mi padre se acercó a mí:

—Creo que la necesitarás hijo. —Fue lo que me dijo mi padre cuando me entregó su machete con el que trabajaba en los sembradíos y destripaba los peces.

No entendí por qué lo hizo, mi cara de confusión era inminente, recuerdo que él me miraba con algo de orgullo se podría decir.

—Ya estoy viejo, he notado como te has convertido en todo un hombre hijo y sé que yo no tuve nada que ver.

—Padre, no.

—Has crecido y te has esforzado tú sólo, yo no te he podido dar nada, por eso te doy esto, se podría decir que es lo único que tengo, además de a ustedes.

No sabía qué decirle a mi padre para que no se sintiera culpable, gracias a mi habilidad empática podía saber cómo se sentía emocionalmente, estaba decepcionado de sí mismo, culpable y pensaba que yo lo odiaba, no sabía qué hacer para que no se sintiera así.

—Por favor, cuida a tu madre, estamos en tiempos muy feos, horribles diría yo, y se nota a kilómetros que tú eres mucho más fuerte que yo.

No supe decir nada, solo tomé el machete y lo abracé, sentía como mi padre comenzó a llorar, cuando dejé de abrazarlo intentó limpiar sus lágrimas y ocultar su rostro de desahogo, mi padre ya estaba muy cansado, todos los días trabajar de sol a sol lo ha desgastado, vivir en la guerra lo ha hecho temer, ya que nadie tiene fuerza para intentar vivir en un periodo donde abunda el caos, la incertidumbre, la sangre y la aterradora combinación de olor a combustible, azufre y carne quemada.

—Padre, confía en que yo los cuidaré, sobreviviremos hasta que la guerra termine.

—Perdona a tu padre por ser un cobarde hijo.

—No lo eres, no lo eres.

—Me siento orgulloso de ti hijo.

Había recuperado motivos para volver a sentirme bien e intentar cuidar y proteger lo único que tenía, mi familia. Cada día me levantaba temprano para informarme de los movimientos de guerra, intentando predecir ataques o incidentes en mi ciudad con la información que lograba recopilar de los centros gubernamentales o programas de radio, todo con el fin de actuar rápido para proteger a mis padres, varias veces lo logré, incluso llegué a tomar armas que salían intactas de los incidentes o de arrebatárselas a los cadáveres, sino podía hacer algo para terminar la guerra, no me quedaba de otra que proteger a mi familia y a mi cuidad. Conseguí llegar junto con un grupo de ciudadanos a una constancia tan estricta que si algún bastardo, fuera del país que fuera, tuviera un incidente o no que atentara con la vida de los ciudadanos, no teníamos remordimiento de asesinarlo, si ellos no respetaban nuestro país nosotros no respetaríamos sus vidas, pues al fin y al cabo estaban invadiendo nuestro territorio; específicamente esos hechos, de personas asesinando a los invasores, produjo un serio debate entre la población, si matar a los invasores era lo mejor o lo peor, pues muchas personas también los defendían y no solo en mi país, en otros países también pasaba lo mismo. El caos solo generó más caos y cuando la población que no estaba involucrada en la guerra debía estar más unida que nunca se produjo la división, el odio mutuo, la intolerancia, la inevitable guerra civil.

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