Capítulo 2. (Parte 4/10)

11 6 1
                                    

EL DÍA CERO. PARTE 4/10

Decidí darme la oportunidad de sobrevivir, el mundo como lo conocía tal vez ya no exista, era la oportunidad para intentar crear un mundo nuevo a partir de la nada, ¿ese es mi destino o no? No tenía de otra más que averiguarlo. Arrojé el trozo de vidrio al pozo con todas mis fuerzas, escuché el golpe que produjo al impactar el agua, me senté frente al pozo y ahí me quedé días solamente escuchando el agua caer y golpear la superficie, ¿qué estaba intentando? Para superar mi perdida visual debía enfocar mis otros sentidos, primeramente, el oído. Lo conseguí a su debido tiempo y seguí con el sentido del tacto, un sentido muy difícil de enfocar pero después de mucho tiempo tratando de canalizar mis energías, también lo logré. Ahora podía oír cualquier sonido y ruido, y sentir cualquier vibración de la tierra por más mínima que fuera, debí haberme enfocado desde el principio, así mis padres aun seguirían con vida, el destino que tengo es muy cruel al parecer, pues me hará pagar terriblemente cualquier error o mala decisión que tome, creo que así funcionará, ya no debía cometer errores, era hora de saber qué pasó, mejoré mis habilidades para compensar mi ceguera ahora debía recuperar fuerzas.

Ocasionalmente bebía agua del chorro que caía de arriba y digo que a veces porque en ciertas ocasiones tenía un sabor dulce, otras veces salado, otras veces muy repugnante, no podía ver si estaba contaminada así que no me quedaba de otra más que probarla, tenía semanas sin comer algo sólido, había bajado mucho de peso, perdí mucha masa muscular y con ello mi fuerza decayó, solo llegaba a comer algunos insectos que salían de repente como cucarachas, gusanos o grillos, no había de otra.

El peor de mis pecados fue que me comí el cuerpo de mis padres, obviamente no toda su carne estaba en buen estado, más de la mitad de sus cuerpos estaban en estado de putrefacción, no podía verla, pero me guiaba por la infestación de parásitos e insectos y por el olor. La carne que estaba en buen estado claro que no la comí cruda, intenté encender fuego, busqué madera y encendí una pequeña fogata después de mucho esfuerzo al frotar dos trozos de madera, de esa manera pude cocinarla para eliminar la mayoría de las bacterias que pudieran encontrarse en la carne, si, puse atención en la escuela.

—Lo lamento por no haberme enfocado antes. —Fue lo que dije antes de empezar a comer, recordando las imágenes de mis padres que yacían en mi mente.—

La carne humana es algo dura y chiclosa, creo que tal vez no la cociné como se debía, algunas partes son muy fibrosas, otras muy grasosas y toda me supo muy insípida, pero me imagino que cualquier carne sin sazonar debe saber así, no sé si estaba buena o tenía mucha hambre, pero solo dejé huesos, los huesos de quienes me dieron la vida, lo siento mucho, no se merecían eso.

Ya no era momento de lamentos, había comido, tenía algo de ánimos después de superar el recuerdo de mis padres y recuperé algo de mis fuerzas para seguir adelante, así que eso fue lo que hice, mover y mover rocas y escombros, abriéndome paso, las vibraciones me permitían tener sentido de posición, a como pude avanzaba entre pequeños túneles entre los escombros de lo que fue una ciudad o algo, tratando de seguir las vibraciones de movimiento, al principio no había nada, pero al tiempo me dediqué a seguir algo grande, tal vez era un grupo de humanos sobrevivientes, las vibraciones que generaban eran intensas, duré mucho tiempo persiguiendo su rastro, abriéndome paso excavando solo con mis manos, hasta que en mi travesía de esfuerzo cavando con mis manos ensangrentadas escuché:

—¡¿Hay alguien ahí?! ¡escuché algo!

Dejé de hacer lo que estaba haciendo para concentrarme en encontrar el origen de aquel grito del que supe al instante que fue un niño, si había oído bien, un niño pedía ayuda, me moví hacia donde sentí sus vibraciones y no sé de dónde obtuve fuerzas para mover las grandes lozas de concreto que me separaban de aquel niño.

—¡Sigue gritándome! ¡estoy ciego pero puedo ayudarte!

—¡¿Qué?! ¡si! ¡aquí estoy! ¡aquí, aquí, aquí!

Después de un intenso trabajo mis esperanzas volvieron a mí, tan solo al sentir la voz de alivio de aquel chico cuando me vio entrar entre los escombros para ayudarlo, se encontraba atrapado entre un par de grandes rocas y concreto, rápidamente intenté sacarlo.

—¡Gracias, muchas gracias! ¡rápido por favor! ¡me duele mucho!

—¿Quieres que te salve? ¡ayúdame a levantar esto que tienes encima! Estoy agotado.

—Está bien. También estoy cansado.

Logramos levantar los escombros que estaban encima de su tórax por un momento para que él pudiera salir poco a poco, no sabía cuánto tiempo estaba allí, no quería que muriera por una intoxicación de su propia sangre, salió, pero sentía como estaba herido, se lamentaba mucho.

—¿Estás bien?

—Si, creo que me rompí el brazo, me duele muchísimo.

—¿Cuál brazo? ¿puedes ver de qué color está?

—Em... el izquierdo ¿en serio no lo puedes ver?

—No, te dije que era ciego.

—Perdón, no te puse atención.

—Tenías una montaña de rocas encima, te entiendo.

Ya no me incomodaba mi ceguera en ese punto, de inmediato revisé su brazo y se lo enderecé antes de que pudiera decir algo, gritó de dolor, era obvio, pero rápidamente sintió alivio después, con tela que tenía por allí se lo inmovilicé.

—Tendrás que esperar mucho para que ese brazo te sane.

—Si, uno de mis amigos se rompió una pierna y duró mucho tiempo en su casa con la pierna enyesada.

—¿Qué estabas haciendo aquí? No puedo verte, pero te siento muy sano.

—¿Gracias? Yo te noto muy mal, estaba con los sobrevivientes de la masacre.

No lo pude creer, durante ese lapso me contó que él vivía en una ciudad que se encontraba lejana a la mía, el día que pasó todo él se encontraba viajando junto con su familia en auto y sobrevivió al terremoto y al tsunami gracias al auto y a su cinturón de seguridad, pero sus padres no, despertó bajo escombros y algunas personas lo rescataron y lo llevaron a un refugio subterráneo.

Según le explicaron, la Tercera Guerra Mundial terminó con una batalla nuclear que provocó todo lo que vivimos. Para ser un niño de 11 años era muy inteligente emocionalmente, pero sentía su tristeza y miedo muy en lo profundo de su corazón; platiqué con él varias horas, fue iniciativa mía pues tenía mucho tiempo sin hablar con otra persona, me contó que muchas personas sobrevivieron y todas se reunieron para huir de las inundaciones, pues la tierra no se encontraba bien y a menudo el agua inundaba las cavernas, pero en los movimientos para huir del agua quedó atrapado y nadie notó su ausencia.

—Te ves muy cansado y si estás ciego no deberías ir por allí sólo, tus manos están muy lastimadas, tenemos que ayudarnos, yo puedo ser tus ojos, seamos compañeros.

Me recordó mucho a mí su aptitud pese a la adversidad, no había maldad en su corazón, creo que él fue mi primer y único mejor amigo, claro que acepté ser su compañero pese que ya no necesitaba de la vista para seguir adelante, pero sería de gran ayuda tener otro par de manos para excavar, por algo lo encontré y teníamos que salir adelante, me dijo que se llamaba Raúl y su apellido, Castillo. Raúl Castillo.

Destino aztecaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora