III

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        — A ver, ¿qué loca idea ha nacido en esa cabeza?

—Bueno, no me interrumpas, déjame terminar antes de decirme que estoy como una cabra, ¿de acuerdo?

—Vale.

—Bueno, quiero hacerme un tatuaje. Quiero hacerme un ancla aquí — señalé uno de mis costados —. Y bueno, como tú tienes algunos tatuajes y llevas aquí mucho más tiempo que yo, pensé que podrías llevarme con tu "tatuador de confianza" — hice comillas con los dedos en el aire — y además podrías quedarte conmigo mientras me lo hacen para apretar tu mano hasta dejarla sin circulación y quedarte sordo con mis grititos de niña.

—¿Has terminado? — preguntó. Yo asentí y continuó hablando —: Tengo dos preguntas.

—Adelante.

—¿Por qué un ancla?

— Bueno, el ancla representa firmeza y estabilidad, ya que esa es su función: mantener el barco fijo en la tierra para que no vaya a la deriva. Es una representación de la firmeza de carácter o de convicciones. Algo así como un recordatorio para mantenernos firmes frente a cualquier problema.

—Vaya, qué profundo Nick.

—No te creas. Lo he buscado en internet.

—Oh Dios, eres horrible — rió.

—Cállate. Al principio solo me gustaba por la forma y eso, pero al buscarlo lo he entendido todo y es lo que me ha empujado a tomar la decisión.

—Bueno... Mi otra pregunta. ¿Qué te hace pensar que tengo un "tatuador de confianza"? — imitó mi gesto de hacer comillas en el aire.

—Pues... Yo qué sé. Simplemente lo supuse. Ya sabes cómo funciona mi cabeza.

—¿Tu cabeza funciona?

—A veces eres imposible. ¿Me acompañarás o no?

—Claro que sí pequeña marmota.

—¿Desde cuándo me llamas así?

—Desde ahora mismo. ¿Algún problema?

—Sí, que no tiene ningún sentido.

—Pues que lo digas tú, que me llamas princesa...

—Sabes que tiene un por qué.

—Ya. No me lo recuerdes.

—Sabes que te lo voy a recordar — reí.

Hace aproximadamente un mes y medio...

—Me aburro, ¿qué hacemos?

—Tú sabrás Jace. Es tu casa.

—Ay, no sé. Dame ideas.

—Yo qué sé.

—¡Lo tengo! Ya lo hicimos una vez, cuando viniste. Y lo pasamos muy bien, ¿recuerdas?

—Jace, no vamos a acostarnos.

—¡Mente pervertida! ¡Me quieres violar!

Le miré entre confundida y divertida.

—No quiero violarte. Es lo que hicimos cuando vine, y lo pasamos bien — me encogí de hombros.

—Otro día lo repetimos — dijo. Yo rodé los ojos —. Pero me refería a hacer galletas.

—¡Estúpido! Eso no fue cuando vine. Fue la semana pasada — golpeé su brazo.

—Ay, no me pegues. Encima de violadora, sadomasoquista. Ya te vale, ¿no?

Life is a party.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora