Victoria miraba la sonrisa enigmática con cierta expresión impaciente. Su cuerpo vibraba, casi rebotando en la vieja silla, y sus ojos abiertos de par en par esperaban sin parpadear a que pronunciara las palabras que tanto ansiaba oír.
—¿Y bien? —no pudo evitar preguntar.
Virginia le cogió la mano, tratando de tranquilizarla, pero también mantenía su mirada atenta. Ella no quería estar allí. Todo le parecía una locura, y se había visto arrastrada, pero si aquello conseguía que su amiga saliera del bucle autodestructivo en el que estaba, lo haría tantas veces como fuera necesario. El problema era que no creía que aquello le sirviera para mucho.
Pero tal vez debería comenzar por el principio, a ese momento en el que Victoria no estaba esperando una respuesta que creía de vital importancia para su futuro, sino tendida en su sofá viendo los días pasar. Desesperada y rota de dolor.
La televisión sonaba de fondo, aunque ni sabía lo que había puesto, solo le servía para no perderse en el silencio de la casa, en el silencio de su mente, o para que enmascarara los sollozos que no podía guardar para sí.
Golpes y más golpes la hicieron reaccionar, y maldijo. No quería ver a nadie, no quería hablar con nadie, no quería estar con nadie. Todos lo sabían, pero al parecer aún había quien no se daba por aludido. Y ella sabía perfectamente de quién se trataba, mucho más cuando escuchó su voz insistente detrás de la puerta.
—¡Victoria, abre! ¡Sé que estás ahí! —gritó Virginia desde fuera—. ¡Tu vecina la cotilla me lo ha dicho! Lo siento, señora, pero un poco cotilla sí que es —añadió en voz más baja, aunque su voz aún llegó hasta Victoria, quien negó con la cabeza, casi sonriendo. Casi.
No se molestó siquiera en incorporarse. Subió el volumen de la tele lo suficiente para que su amiga pillara la indirecta poco sutil y continuó mirando al techo, el mismo bajo el que antes vivía él. De nuevo sintió el picor en sus ojos, previo a las lágrimas, que dejó correr sin hacer el amago de limpiarlas.
No supo en qué momento Virginia dejó de intentar que le abriera la puerta, ni en qué momento se durmió, de nuevo de puro agotamiento, como el día anterior, y el anterior a ese. Solo sabía que era bien entrada la noche, y que la teletienda anunciaba la incomparable batamanta a todo volumen.
Se frotó las sienes, tratando de mitigar el dolor de cabeza que se acentuaba a cada segundo que pasaba. Fue al bajar el sonido cuando se percató del ruido que provenía de la puerta. Si sus sentidos no hubieran estado tan aletargados por el cansancio, y por la hora, se habría asustado, pero por el contrario no lo hizo, y solo se quedó mirando hacia la puerta, esperando el momento en el que el desconocido, ladrón o, tal vez, asesino en serie, ganara la lucha contra la cerradura, esa guerra que parecía estar perdiendo.
Sin esperar a que quien quiera que fuese consiguiera forzar su entrada, se levantó a por una pastilla para el dolor. En el baño, mientras veía sus ojeras en el espejo, escuchó un grito susurrado de alegría. Un inútil, eso era el desconocido, ladrón o, tal vez, asesino en serie. Victoria creía haber perdido las fuerzas para seguir, pero de pronto tenía claro que no iba a sucumbir ante un idiota que no sabía ni mantenerse en silencio tras lograr abrir una puerta con demasiado esfuerzo.
Cogió las tijeras que tenía en el cajón de la derecha, justo donde él las dejaba. Volvió a mirar su reflejo e inspiró hondo, tratando de evitar las lágrimas que amenazaban con salir de nuevo, sujetó las tijeras con fuerza y se preparó para salir.
Entró rápida al salón, con el brazo en alto dispuesta a defenderse. El grito de terror del desconocido, ladrón o, tal vez, asesino en serie, por aquel repentino ataque, sonó mucho más agudo de lo esperado por ella.
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No es otra tonta comedia rural... o sí.
ЮморVictoria es una chica de ciudad, que tiene todo lo que necesita, hasta que muere Carlos, el amor de su vida. Una noche, entre anuncios de batamantas y chorrimangueras, decide que necesita una médium para volver a hablar con él. Es ahí cuando comien...