15. Arcano

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Estaba siendo una de las semanas más largas de su vida. Me enteré mucho más tarde que ella siempre había sido una persona paciente, pero a la vista está que en aquel accidente no solo perdió a Carlos.

Virginia decidió quedarse hasta que ella se fuera, pero eso Jack no lo sabía cuando un buen día le insinuó que también viajaría con ellos. No pudo aguantar la risa cuando este espurreó, por la nariz, toda el agua que había podido beber de un buche. Fue divertido para ella verlo, no tanto para él, obvio, que luego la nariz escuece.

Lo más curioso del tiempo es que, se quiera o no, acaba pasando, y aquella semana no fue distinta a cualquier otra. Pasaron sus siete días, sus ciento sesenta y ocho horas, sus diez mil ochenta minutos, y no te voy a decir los segundos porque no me apetece, no que san google no lo sepa, que sí, lo sabe.

Victoria hizo un repaso general de todo, para no dejarse nada en aquel lugar que había sido su casa durante más de un mes. No lo iba a echar de menos, no si aquello implicaba encontrar lo que tanto quería. Pero sí tenía que reconocer que parte de su aura se había encariñado con el lugar.

—No te preocupes, yo termino de repasar todo y si se te queda algo lo recogeré, tranquila.

—Gracias —dijo dándole un abrazo—. Eres la mejor.

—¡Claro que lo soy! Te vas con el leñador buenorro y encima me toca a mí devolverle la llave a la cabriyogui.

—Te debo una muy gorda —comentó riéndose por el mote puesto a su anfitriona.

—¡Me debes un montón!

Asintió con la cabeza de acuerdo con ella y volvió a echar otro vistazo a su alrededor. No podía evitarlo por más que sabía que su amiga se encargaría de cualquier otra cosa que quedara por hacer.

El timbre se escuchó y ambas pegaron un repullo, a pesar de que sabían quién llamaba, puesto que ya era la hora pactada con él para ponerse en marcha.

—Buenorro y puntual...

Victoria le chistó para callarla, aún divertida, puesto que su amiga no era muy discreta en realidad, y seguro que Jack podía escucharla a través de la puerta.

—¿Preparada?

—Hola a ti también, Jack —comentó irónica Virginia, quien se ganó otro regaño.

Por no dar su brazo a torcer, él hizo un gesto con la cabeza en señal de saludo, con el que ambas se tuvieron que conformar. Luego, miró directamente a Victoria a la que, con otro gesto, repitió la pregunta. Ya te lo he dicho, parco en palabras pero bien expresivo el hombre.

Las dos se dieron otro abrazo como despedida dándose instrucciones al oído que él no podía, ni quería, escuchar. Cuando se separaron, Victoria negaba con la cabeza, y Virginia tenía una expresión divertida en la cara. Luego, esta última fue hacia Jack, quien se había separado unos cuantos pasos para darles intimidad. Lo agarró desprevenido en un abrazo.

—Gracias por poner patas arriba tu vida —le dijo en voz baja—. Cuídala, porfis.

Lo dejó libre, y pudo ver como él le asentía con cierta solemnidad. Esto no lo tuve que intuir, que cuando volvió a la ciudad Virginia vino a contarme sus días rurales, como ella misma los llamó.

—Si te saca mucho de quicio la metes en una caja y la envías por correo urgente —añadió ya en voz alta para que su amiga volviera a pegarle un tortazo.

Acabado con el tiempo de despedidas, Victoria salió dirigiéndose a su coche, aunque paró cuando vio el ceño fruncido de Jack.

—¿No vamos en coche? —preguntó confundida.

No es otra tonta comedia rural... o sí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora