8. Reloj

46 6 46
                                    

Jack aún tuvo unos cuantos meses de cierta tranquilidad, aunque por más trabajo con el que se cargara, por más árboles que talara o más cansancio que acumulara en su cuerpo, sus manos seguían diciéndole algo que no podía descifrar.

Meses que no tuve yo, trabajando igual de incansable que él, aunque yo con mi hándicap particular: Victoria y su obsesión por que Carlos le diera respuestas. Bueno, yo sabía que eso no solía salir como pensaban, pero nadie me escuchaba nunca. ¿Quién escucharía al Camino? Ellos solo querían la respuesta, no el cómo llegar a ella.

De cualquier forma, si algo le tenía que reconocer, era su perseverancia y su espíritu, no en el sentido espiritual de la palabra, si no en el más mundano, ese que se podía perfectamente confundir con que «era una cansina».

Cada vez que veía lo que creía una señal me llamaba para ayudarme en mi interpretación. Y ella veía muchas señales. Muchas. Y no me malinterpretes, era de gran utilidad esa mujer, muy intuitiva, pero en serio, veía muchas.

—En un sitio frío —recuerdo que le dijo una mañana a Virginia—, allí tiene que estar. Porque anoche no pararon con el anuncio de la batamanta, y hoy Instagram no paraba de sugerirme como amigos a gente con chaquetones o bufandas en su foto de perfil.

—Victoria, de verdad, no todo lo que diga la teletienda tiene un código oculto. —Resopló—. Tienes que dormir un poco porque se te está yendo la olla.

—Llevamos meses... ¡Meses con esto!

Virginia apretó los labios y se recostó un poco en su silla, mientras negaba con la cabeza.

—A ver, Vi, no es que yo quiera defender esta locura en la que nos hemos metido... y sí, me incluyo alegremente —añadió al ver la sonrisa sarcástica—. Pero supongo que esto no será como sintonizar una frecuencia de radio.

—Sí que la estás defendiendo. Al final Angélica te caerá bien y todo —le reprochó en un tono de poco reproche.

Virginia chascó la lengua en desacuerdo, aunque no podía negarlo porque le caía bien, eso lo podía ver cualquiera.

—Solo digo que si algo de esto llega a ser verdad, tampoco puede ser cosa de dos días, ¿no?

Me encantaba Virginia porque hacía de conciencia, de parapeto y, aunque no quisiera, confiaba en mí y en que acabaría encontrando la respuesta.

No les había contado aún sobre Jack, a pesar de que ya lo había visto con total claridad, y sabía que era él a quien tenía que buscar. No tenía una dirección, ni un lugar al que ir o al que mandarla, pero a falta de más datos, supuse que le gustaría saber aquello. Por eso mismo, le mandé un mensaje para que vinieran una tarde.

Como preveía, no se hizo de esperar. No era algo muy difícil de adivinar en cualquier caso, no es que me quiera llevar méritos inmerecidos porque hasta mi gato, ese que no tengo, sabría que vendría corriendo.

—Sé que estás ansiosa, pero no tengo un lugar para ti —le reconocí.

Frunció un poco el ceño y bajó la mirada sin esconder su expresión desilusionada, aunque trató de sonreírme para dejarme más tranquila. Su aura no me podía engañar y tampoco a Virginia, quien le cogió la mano en señal de apoyo silencioso.

—No significa que vaya a dejar de intentarlo —aclaré, negando con la cabeza—. Y no significa tampoco que no tenga nada. Sé a grandes rasgos lo que hay que hacer, y ya tengo un nombre y una cara, así que...

—¿Cómo es? —interrumpió con nerviosismo—. ¿Cómo se llama?

Sonreí. Le describí cómo era con todo el detalle que mi memoria e imaginación recordaba, créeme, con el máximo lujo de detalle. Y ellas, incluida la escéptica Virginia, no se perdían ni una sola de mis palabras, lo que no era de extrañar porque me había llevado un buen rato describiendo cómo trabajaban sus músculos al cortar leña.

No es otra tonta comedia rural... o sí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora