Casi un mes completo estuvieron recorriendo Francia de punta a punta, siempre conduciendo hacia el norte, pero desviándose a derecha o izquierda en función del GPS cósmico de Jack, como Victoria lo había bautizado.
Poco a poco había ido asumiendo que ese iba a ser un viaje largo, aunque por suerte para ambos, no estaba siendo tedioso. Conduciendo casi siempre por carreteras nacionales y secundarias, estaban consiguiendo ver paisajes espectaculares, aunque tenían claro que no estaban viajando por placer.
El aura de Victoria tenía una paz que no le había sentido desde que la conocí y supe de ella. Estaba más tranquila, con más paciencia, puede que más cercana a la Victoria que me habían contado que era antes de la muerte de su marido. No se había rendido, por supuesto, pero tenía un poco más de perspectiva y distancia, sabiendo que, si seguía luchando por ello, lo conseguiría, aunque no tenía que esperar que todo fuera inmediato.
Él, por su parte, también estaba más tranquilo con esa nueva Victoria más relajada. Seguía con la presión de sus manos, que vibraban ansiando encontrar el camino, pero era mucho más soportable.
Cuando llegó al pueblo solo consiguió paliar el dolor con ejercicio físico. Jon le había ayudado con aquello apenas sin darse cuenta, sin preguntar, sin pedir explicaciones. Ahora había tenido que volver a dar rienda suelta a lo que tanto había tratado de contener.
Lo que le parecía curioso a su aura, era que no le estaba costando tanto como pensaba, ni tampoco estaba siendo el infierno que creía que pasaría con ella. Encontrar el artefacto estaba siendo complicado, se resistía, porque cuanto mayor poder había en el objeto más difícil y peligroso era utilizarlo. Por eso no quería ser encontrado, por eso había tantas huellas en el camino que les hacía desviarse del rumbo correcto. Pero ella estaba demostrando ser una buena compañía al final. ¡Quién lo habría dicho!
—Necesito que gires en la próxima a la derecha —pidió Jack.
—¡Uuuuuh, GPS cósmico en marcha!
Él rio y negó con la cabeza sorprendiendo a Victoria, quien lo miraba de reojo, sin perder de vista la carretera. No preguntó nada más y solo estuvo pendiente de las nuevas instrucciones. Estaban adentrándose en el Parque natural de l'Avesnois, de nuevo en un medio rural, que parecía era lo que él continuamente estaba buscando, sonrió por ello al acordarse de las palabras de Virginia y sus bromas sobre fantasías rurales.
La carretera que llevaban no tenía demasiados desvíos y al rato de haber tomado el desvío, pudieron ver un cartel que les daba la bienvenida a Le Quesnoy. Esto sí puedo decírtelo porque cuando leas esto él ya no estará allí, y no podrás ir a acosarlo, si no también me lo callaría porque soy una contadora de historias, pero tampoco voy por ahí diciendo secretos.
Antes de adentrarse en la zona poblada volvieron a desviarse, por una carretera que más se le podría llamar sendero, y que parecía que era poco transitado.
—¿A dónde vamos por aquí? —preguntó curiosa, sin despegar la vista de por dónde pasaba, pues no quería meter la rueda en ningún socavón o pichar por alguna de las enormes piedras.
—Conozco a alguien.
Lo miró un instante con una sonrisilla en la boca, aunque él no la vio. Estaba sumido en sus propios pensamientos sin atender a nada más. Pararon a un lado del camino, detrás de un todoterreno.
Había una bonita casa a unos pocos metros que pudo ver desde donde estaba, tan solo asomándose un poco a la ventana. Una casa de piedra que parecía antigua, de muy buen gusto y con una decoración casi barroca. Estaba tan bien cuidada que no daba miedo andar por allí, a pesar de estar en plena naturaleza. Se sorprendió imaginándose la casa en una película de terror, toda desvencijada y llena de maleza, y tuvo un escalofrío.
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No es otra tonta comedia rural... o sí.
HumorVictoria es una chica de ciudad, que tiene todo lo que necesita, hasta que muere Carlos, el amor de su vida. Una noche, entre anuncios de batamantas y chorrimangueras, decide que necesita una médium para volver a hablar con él. Es ahí cuando comien...