13. Norte

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Durmió poco aquella noche, como cada noche en realidad, pero las pocas horas le sirvieron para estar casi más despierta que nunca. Tenía energía, ganas de ver qué le deparaba el día, por dónde iban a comenzar, y en qué consistía la búsqueda del artefacto.

Aún con el ansia por querer saber, trató de tener paciencia y estar tranquila hasta que él se pusiera en contacto con ella de alguna manera. No tengo muy claro de qué otra manera, además de tocando en la puerta de su casa, pensaba ella que le iban a contactar, pero se mantenía atenta a todo.

—¿No tienes miedo a que esta noche haya cogido su hacha y se haya largado?

Dio un salto en su sitio al escuchar la voz de Virginia, que salía con cara de sueño y legañosa. Era de las que necesitaba al menos un café para que se activara todo su lado glamuroso.

Lo cierto era que Victoria no había pensado en esa posibilidad, ni se le había pasado por la cabeza porque entendía que, de querer irse, ya lo habría hecho sin necesidad siquiera de haberse molestado en hablar con ellas el día anterior.

—¿Pero no te parece un poco inquietante? —insistió Virginia.

—Que no se va a ir, Virgi —espetó. Perdía la paciencia demasiado pronto por la mañana.

—No, lo que digo es que es un poco inquietante que siempre vaya con un hacha, ¿no crees? —aclaró, haciendo como que le daba un escalofrío.

Victoria se rio con ella y negó con la cabeza. No sabía que estaba nerviosa hasta que notó que en ese momento estaba más tranquila.

Se sentó con ella a desayunar, y decidió dejar de comer ansias, por más difícil que fuera hacerlo. Miró por la ventana desde su lugar en la mesa y sintió paz al ver el claro paisaje, el cielo azul, que aquel día estaba despejado de nube alguna; y el verde valle, el que se detenía de forma abrupta al comienzo del bosque. Tenía una vista privilegiada y parecía que la estaba observando por primera vez.

Jack apareció en su puerta a media mañana. Estaba serio, más de lo habitual en él, con los brazos rígidos a los costados y las manos cerradas en puños. Saludó con una seca cabezada y Victoria lo hizo con una leve sonrisa. Le agradecía mucho que estuviera allí, a pesar de que estaba claro que tenía las mismas ganas que podría tener de clavarse un tenedor en el ojo.

—Pasa —ofreció ella con cautela haciéndose a un lado.

—No. Mejor en mi casa. He venido a avisarte.

—Oh, claro —comentó aún un poco cortada—. No tenías que venir hasta aquí solo para eso...

—No es que vivas a más de trescientos metros, pero tampoco te iba a avisar con un silbo gomero, no creo que lo entendieras.

—¿Haces silbo gomero? —entró en la conversación Virginia, a quien le daba bastante igual su tono seco.

—Sí, y el yoga con cabras de Vero.

—¿En serio? —preguntó de nuevo ella, con cara de incredulidad.

—¡No! —contestó con obviedad, dándose la vuelta para regresar a su casa.

¿Se podría haber ofendido Virginia por el tono utilizado? Puede que un poquito, que el tono casi era insultante. ¿Lo hizo? Pues no, porque le hizo más gracia que otra cosa, y ella no se ofendía por algo así. En peores se había visto cuando su mejor amiga ni le abría la puerta de casa.

—Me puedo apuntar, ¿verdad? —le gritó a Jack, quien estaba ya a cierta distancia.

—Yupiiii —contestó sin girarse, mientras levantaba el pulgar de la mano derecha.

No es otra tonta comedia rural... o sí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora