Fue una exigencia de Victoria el irse turnando para conducir, a pesar de que la idea no le hizo ninguna gracia. No estaba acostumbrado a ceder el control de sus cosas, pero entendía que era lo mejor, teniendo en cuenta que no sabía cuánto tiempo estarían en carretera.
Estaba sorprendido porque llevaban un par de semanas conduciendo por carreteras nacionales, yendo hacia ninguna parte en particular, y ella estaba teniendo mucha paciencia. A pesar de que, cuando bajaba de la caravana, lo seguía a cualquier sitio que fuera y estaba pendiente de todo, no lo agobiaba a preguntas ni lo contradecía cuando él cambiaba de rumbo y volvía para continuar el camino.
Las conversaciones ya no eran tan forzadas, y los silencios no eran tan incómodos. Habían conseguido, en quince días, una buena convivencia, aunque en ocasiones había dudas muy grandes, y el espacio era muy pequeño.
—¡Ya te dije que esto se podía llevar tiempo! —gritó él en mitad del bosque en el que se habían parado para que Jack intentara detectar algo.
—¡Pero no una vida! —contestó ella en el mismo tono que él.
Te explico lo que había pasado, porque ahora mismo puede que no entiendas nada. Estaban en una remota población de Francia y él, notando una vibración algo más intensa en las manos, se había desviado, parando en el lateral de la carretera, tratando de que su vehículo no molestara, y se había bajado rápido para adentrarse un poco en el bosque. Si hubiera sido de noche se lo hubiera pensado un poco más, porque si ya los enormes árboles de aquella zona hacían que la luz apenas se filtrara entre sus ramas, de noche habría sido digno de una película de terror.
La cuestión es que, cuando estuvo en un pequeño, muy pequeño claro, se arrodilló y puso sus manos en la tierra. Victoria, como siempre, no se perdía ni uno solo de los pasos y de los gestos que hacía. Se mantuvo expectante, apenas recordando respirar, hasta que él dejó caer su cabeza y se levantó, sacudiéndose las rodillas del pantalón en el proceso.
—Al norte —dijo escueto.
Y esas simples y palabras, sin explicación alguna, fueron las que le hicieron explotar. Y en ese momento estamos, en el que ambos volvían enfurruñados a la caravana. Jack fue directo hacia uno de los cajones, del que sacó una pastilla para intentar paliar el dolor de cabeza.
—Sí, a mí también me vendría bien una de esas —comentó ella, y recibió una sin apenas ser mirada.
Resopló y se sentó en uno de los sofás que había alrededor de una mesa, en lo que sería el salón de esa pequeña casa.
—¿Podemos hablar? —preguntó Victoria con voz suave una vez que se tomó la pastilla y un par de vasos de agua.
Su tono era casi derrotado. Yo nunca la había escuchado así, y al visualizar las señales de todo lo que ocurrió, si en algún momento estuvo cerca de rendirse, fue en ese.
Jack asintió y se sentó frente a ella, con los codos en la mesa y la cabeza sobre las manos.
—No te voy a pedir que compartas tus poderes o magia conmigo, Jack... No, por favor, déjame hablar —pidió viendo que él iba a corregir algo—. Pero entiende que, a pesar de que todo esto puede parecer una locura, no solo vale con un «al norte», ¿qué se supone que signifique eso?
—No soy un GPS, Victoria.
—¡Lo sé! Yo entiendo que no tienes una antena con la que detectar el puñetero reloj, pero dime algo, ¡al menos para poder entenderte!
Él inspiró hondo, soltando luego el aire de golpe, tratando de pensar al respecto. Su aura no lo veía nada descabellado, entendía perfectamente su inquietud y curiosidad, pero su cerebro no estaba tan de acuerdo.
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No es otra tonta comedia rural... o sí.
HumorVictoria es una chica de ciudad, que tiene todo lo que necesita, hasta que muere Carlos, el amor de su vida. Una noche, entre anuncios de batamantas y chorrimangueras, decide que necesita una médium para volver a hablar con él. Es ahí cuando comien...