Capítulo 3

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En cuanto cruzaron la frontera de las tierras del clan Park, un grito resonó por las colinas y Sehun oyó cómo, a lo lejos, alguien replicaba. El laird no tardaría en saber que su hijo había vuelto a casa.

Sehun movió nervioso las riendas, mientras Taeyong prácticamente saltaba de felicidad sobre el caballo.


— Muchacho, si sigues tirando así de las riendas, tanto tú como el caballo vais a volver por donde habéis venido –


Sehun levantó la vista y vio a Park Jongdae cabalgando a su derecha. La reprimenda había sido medio en broma, pero Dios sabía que aquel hombre le daba miedo. Parecía un salvaje, con aquel pelo tan largo y negro trenzado a ambos lados de la cara.

Cuando se despertó en sus brazos, casi los hizo caer a todos de la silla en su premura por escapar. Jongdae no había tenido más remedio que colocarlos tanto a el como a Taeyong en el suelo y explicarle la situación antes de poder continuar.

Al guerrero no le había hecho ninguna gracia descubrir lo tozuda que era, pero al menos Sehun seguía teniendo a Taeyong a su lado y había conseguido que el niño le prometiese que no le diría a nadie quién era en realidad. Cuando Jongdae se lo preguntó, ambos permanecieron mudos.

Él hizo entonces aspavientos y caminó arriba y abajo. Incluso los amenazó a ambos y al final soltó toda una sarta de blasfemias sobre los donceles y los niños, pero al final retomaron el camino de vuelta a casa.

Jongdae insistió en que Sehun cabalgase con él al menos un día más, porque, según dijo, era imposible que pudiese montar en el estado en que se encontraba y sería un pecado obligar a un caballo a soportar a un jinete tan pésimo.


Debido a su preocupación por su estado de salud, tardaron tres días en recorrer un trayecto que normalmente podía hacerse en dos. Sehun sabía que estaban haciéndolo de ese modo en consideración a el, porque el guerrero así se lo había dicho. Numerosas veces.

Al final del primer día, estaba completamente decidido a montar sin la ayuda de Jongdae, aunque sólo fuera para borrar la sonrisa de satisfacción del rostro del hombre. Era obvio que éste no tenía paciencia con los donceles o mujeres, y Sehun sospechaba que, con excepción de su sobrino, al que claramente adoraba, aún tenía menos paciencia con los niños.

Sin embargo, y teniendo en cuenta que lo único que sabía de el era que Taeyong lo defendía, Jongdae le había tratado bien y sus hombres habían sido muy educados y respetuosos.

Pero ahora que se estaban acercando a la fortaleza del laird Park, el miedo lo atenazaba. En cuanto llegasen allí, tendría que hablar. El laird exigiría respuestas y el tendría que dárselas.

Sehun se inclinó y le susurró a Taeyong al oído:


— ¿Te acuerdas de lo que me prometiste? —

— Sí — contestó él — No puedo decirle a nadie cómo te llamas –


El asintió y se sintió culpable por pedirle tal cosa, pero si fingía ser un muchacho cualquiera, simplemente una buena persona que había cuidado de un niño pequeño y procurado que éste volviese con su padre, entonces quizá dicho padre se sentiría agradecido y le daría comida y un caballo para que pudiese seguir su camino.


— Ni siquiera a tu padre — insistió.


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