CAPITULO I

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MEDIA DOCENA DE COINCIDENCIAS

Esther

Miro algo asustada el edificio que se presenta frente a mi. Me he mudado hace unos meses y recién empezaré la escuela y no conozco a la mayoría de personas aquí.

Suspiro y entro al instituto sintiendo todas las miradas sobre mi. No tiene sentido intentar pasar desapercibida así que agacho la mirada un poco para que la gente se fije menos en mi y me funciona pero espero que así sea durante el tiempo que considero necesario para adaptarme al entorno de parecer más alguien insignificante y no llamar tanto la atención.

Instituto nuevo, ciudad nueva, vida nueva. Relativamente son las típicas cosas que te agobian como adolescente, el qué dirán, la tensión que sientes y todas las miradas fijas hacia ti son detonantes de la ansiedad, preocupación y timidez. Soy Esther y creo que esto es mi detonante, sinceramente no tengo idea de que enfrentaré ni lo que puedo esperar. En mi rostro dibujo una sonrisa y solo espero que los demás me den una devuelta.

Vaya forma de pensar como si los demás supieran que en verdad estoy pasando un mal momento y bueno no somos moneditas de oro para caerle bien a alguien, solo somos humanos esperando a ser por lo menos aceptados en algo tan irrelevante como la sociedad.

Sociedad... La vil y despiadada sociedad... critica y juzga sin más, no acepta a cualquiera en su ámbito ni entorno, todo depende de tu tez, cuánto dinero posees, orientación sexual, gustos y facción para ser "aceptado" Pero ¿Quién necesita ser aceptado por esa mierda?

Está bien sentirse así después de todo, a veces los cambios asustan pero al final del día no son más que eso, cambios, sólo nos queda superar el miedo y adaptarnos con una sonrisa optimista, ¿A quién engaño? por más que quiera no puedo tranquilizarme.

Mientras caminaba por el instituto llegué a la cafetería para almorzar, luego de pedir lo que iba a comer me senté a esperar. Hay bastantes chicos aquí, más chicos que chicas realmente.

Empecé a degustar lo que tenía en mi plato.

—Buenas tardes, doña Lourdes, me podría dar un plato de comida por favor— Escuché la voz de una chica de cabello corto y castaño, más o menos de mi edad de ojos café del otro lado del mostrador.

—¡Claro! En un momento te lo sirvo, toma asiento-— anunció la señora.

Después de un breve silencio, la señora de la cafetería no le apartaba la vista a aquella chica.

—Disculpa, ¿Cuál es tu nombre?— cuestionó.

—¡Norma!— Le responde la chica mientras sonríe amablemente

—Muy bien Norma, en un rato está tu comida, por cierto, te me haces familiar... ¿Tuviste un familiar aquí en el instituto?— preguntó.

Asintió —Mi hermano mayor, Martín.

—Martín... Lo supuse ¿Cómo está él?

—Muy bien doña Lourdes, gracias por preguntar. Hace poco empezó la universidad y no lo he visto en dos meses, parece que vendrá aquí al instituto el viernes, tiene que pasar por mi para ir a casa.

—Me alegra que le esté yendo bien, cambió demasiado, es irreconocible ahora.

—Si, me lo han dicho doña Lourdes, sé que el era diferente aquí, pero su personalidad nómada y versátil sigue siendo la misma.

Yo sigo comiendo con una mirada fija hacia la nada mientras escucho toda la conversación. No conocía a esa chica, pero veo la manera en que gesticula y su emoción al entablar una conversación con alguien, se le veía ya en confianza y no solo supe de esta chica allí y de que el nombre de la señora de la cafetería era Lourdes, también conocí a un chico cuya personalidad descriptiva era tan increíble, no estaba presente pero parecía que lo estaba, me lo imaginaba tal y como su hermana lo describía.

COMO SI NO DOLIERA © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora