CAPITULO XXIX EL SUJETO TRECE

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Doce

Yo solía vivir en compañía del temor por imaginar lo que ocurriría conmigo si no demostraba mi "lealtad" a la organización que salvó al planeta de su destrucción.

Lealtad.

Eso era lo que nosotros le debíamos dar a La Zona.

Ellos salvaron a la humanidad de su extinción y me seleccionaron para el proyecto que llevaría a mi raza al nuevo nivel de evolución. Uno que superaría todo lo que en un momento el ser humano llegó a ser.

Eso era lo que siempre me mantenía motivado.

Creer que en la causa.

Todos esos días en que viví con el temor a ser desterrado por cualquier falla pasaron ante mí mente al momento que ví a Benneth oprimir ese estúpido botón. Volví a quedar atrapado en otro sueño, como un niño desobediente que debía ser castigado por un crimen que no cometió.

¡No lo entendía!

¡Yo siempre le fui leal a La Zona!

¡Nunca le hice daño a nadie!

Y ellos me enviaron a la Jungla.

Nunca creí que me tocaría tal castigo. Hasta que me arrebataron lo único que me quedaba...

—¡No....! —...la libertad de moverme por mi mismo.

¡Esto ya no podía empeorar más!

¡No!

¡No podía ser verdad!

¡Tenía que ser un sueño!

¡Un maldito sueño!

Pero en realidad era una pesadilla de la que sólo podría escapar cortando las venas de mi muñeca derecha.

¡Cómo desearía poder hacerlo! y así acabar con esta vida de miserias...

¡Doce!

...en las que Benneth me tenía oprimiendo un botón...

¡Doce... !

...como atraparme en medio de la oscuridad, el único lugar donde mi mente era capaz de dibujar un escenario; Muros de metal, espejos en techo y diversas luces que iluminaron cada rincón del nuevo sitio. Ahora estaba en una habitación que me hacían sentir como sí hubiese hecho un viaje en el tiempo.

El sitió tenía la forma de un escenario para pruebas de telequinesis. Había una mesa, cámaras de seguridad y yo me encontraba sentado en una silla de metal. A mi lado había otros dos asientos vacíos y en uno de ellos tenía manchas de sangre (junto con la pared y parte de la mesa), en el otro lado todo estaba limpio, y en el centro ví una pequeña pelota roja.

En este tipo de entrenamientos nuestra misión era tener que empujarla sin tocarla.

Las cámaras captaban nuestros movimientos y había guardias preparados para detenernos en caso de alguna emergencia, como cometer un error nos pudiera provocar la muerte.

Eso explicaba toda esa sangre.

Un rojizo líquido que también había manchado mis manos y algunas partes de mi uniforme, el cual era blanco.

Entonces lo recordé.

Estaba soñando con la prueba que tomé junto a la Sujeto Catorce, mi mejor amiga, y el Sujeto Trece, un muchacho rubio de piel clara, ojos grisáceos, nariz alargada y una sonrisa que te hacía sentir como si quisiera rogarte porque fueses su mejor amigo. Casi siempre éramos nosotros tres los que hacíamos este tipo de pruebas mientras que los demás del área C solían realizar otras de las que no teníamos acceso porque en ellos practicaban otros proyectos.

Yo era muy discreto con los Sujetos Once y Quince (Kai) porque no debíamos compartir datos personales. Aunque no lo necesitaba para saber que nuestras pruebas eran muy diferentes a las suyas porque nosotros no hacíamos actividades físicas (el sudor, manchas de sangre y raspones era lo que los delataba), por esa razón no hablaba mucho con ellos. Pero el Sujeto Trece si.

Él era muy curioso y demasiado optimista, muy diferente a la Sujeto Catorce. Ella solo era amable, pero no expresaba mucho sus emociones. Su modo discreto de ser me hacían sentir que hablaba con un ser humano real a diferencia de alguien que solo estuviera aferrado a ver siempre el lado positivo de las cosas.

Eso era lo que no me agradaba del Sujeto Trece. Su alegría y curiosidad le impedían ver las cosas tal y como eran, más en una prueba que requería de un alto nivel de concentración para mover esa pelota roja.

Debíamos crear una fuerza mediante el poder de nuestra energía neural y después liberarla. Una tarea que el ser humano nunca logró porque solo usaba el 10% de su cerebro. Nosotros debíamos usar más y La Zona nos permitió lograrlo gracias a sus pruebas. Éramos capaces de leer siete mil páginas en una hora, o menos, aprendimos todas las lenguas del planeta y realizamos teoremas que las mentes más brillantes no lograron.

Todo un entrenamiento que nos preparó para este momento.

Siempre dudé de que el Sujeto Trece fuera capaz de llegar al nivel que nosotros. Y esta prueba nos demostró que nunca lo estuvo.

Ver esas manchas de sangre me trajo el recuerdo de su muerte. Un instante en el que su cabeza estalló luego de no saber liberar la energía que había contenido en su mente.

Nunca vi con claridad el modo en cómo inició porque solo debíamos mirar a la pelota, a menos de que ocurriera algún efecto secundario, porque eso nos serviría...

—¡Ahhhhgggrr! —...como lección de lo que ocurriría si no nos concentramos.

Es una lastima que el Sujeto Trece no estaba listo para ese momento.

Recuerdo que dejé de ver la pelota cuando escuché...

—¡Ahhhhgggrr! —...sus gritos.

Ambos miramos al Sujeto Trece siendo torturado por sí mismo. Había creado demasiada energía y no sabía cómo liberarla. Esa fuerza hizo que su piel se tiñera de rojo, al igual que sus ojos, y continuó estornudando.

Al no poder liberar la energía esta se estaba acumulando, creando una nueva fuerza que solo sería liberada al momento que su cabeza estalló.

Fue como ver el impacto de una bomba.

La cabeza del Sujeto Trece explotó y no teníamos permitido gritar.

Solo continuar.

Volví a mirar la pelota. Reprimí todas mis emociones al devolver mi mirada en la pelota y me concentré todo lo que pude, sin notar algún cambio.

Esta permanecía en su lugar.

Acto segundo la pelota se movió a la derecha.

—Si —Eso significaba que La Sujeto Catorce lo había logrado.

Yo sabía que lo haría.

Re-acomodó la pelota, me sonrió y abandonó el aula, dejándome solo.

Esta vez sí la tenía que mover.

Respire hondo, solté el aire por la boca y volví a ver la pelota, sin tener éxito, solo sudor corriendo por mi frente.

¡No... Por favor no...!

Y miedo.

Era difícil de creer.

¡Yo no quería morir!

El cadáver del Sujeto Trece fue retirado después de su falla pero la sangre seguía ahí como un recordatorio de lo qué me ocurriría si fallaba porque esta era la prueba final.

Volví a mirarla, enfoqué toda mi energía pero esta seguía sin moverse.

Un solo segundo de desesperación que me hacía temer que mi cabeza explotara.

¡Doce...!

Pero una sorpresa llegó a mi como un azar del destino.

Escuché una misteriosa voz y luego noté como la pelota había desaparecido.

EXPERIMENTOS Proyecto Revelación Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora