Veías como unos fuertes y pálidos brazos te rodeaban la cintura y te alzaban al vuelo. Sin saber de quién se trataba, mirabas hacia abajo y tus ojos se encontraban con los suyos. Azules y con un ligero brillo en las pupilas, guardaban cierto parecido con el cielo en un día despejado.
Su risa, la más bella que jamás habías escuchado, brotaba de su garganta, al mismo tiempo que dabas vueltas en el aire, sin poder evitar reírte.
Sonreíste inconsciente y apagaste el despertador, despertándote de ese maravilloso sueño.
Despertaste a Diana y fuiste al baño a darte una ducha. Mientras las frías gotas de agua caían por tu piel desnuda, imaginabas todo lo que ocurriría hoy. Había dos opciones, o que todo acabase bien o que alguna cosa fallase y acabase mal. Claramente preferías la primera opción.
Enrollaste la toalla alrededor de tu cuerpo. Nunca habías sido una chica de grandes curvas, pero tu delgada y definida silueta, sabía como defenderse.
Rebuscaste entre tus cajones y encontraste uno de tus conjuntos favoritos. Un pantalón tejano, una sudadera rosa holgada y unas vans.
Te maquillaste levemente y fuiste a preparar el desayuno.
Mientras tomabas tu taza de chocolate con churros, te llenaste la sudadera de azúcar, así que no tuviste más remedio que volver a cambiarte.
Cuando por fin, cinco minutos después de que empezaran las clases, salíais de casa, sabías que el día no había empezado demasiado bien.
