2. Estrellas

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No sean lectores fantasmas. Me encanta leer sus comentarios

—Lo siento —dijo en cuanto se dio cuenta de que lo que acababa de decir no era la mejor manera de expresarse, mucho menos tratándose de una persona que ha estado en un hospital su vida y tal vez esa vida no pueda ser tan larga

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—Lo siento —dijo en cuanto se dio cuenta de que lo que acababa de decir no era la mejor manera de expresarse, mucho menos tratándose de una persona que ha estado en un hospital su vida y tal vez esa vida no pueda ser tan larga.

—Todos vamos a morir de todas formas, ¿No es así? —. Tragó saliva antes de que el nudo en su garganta se hiciera más grande y su voz no fuera estable.

El silencio duró un rato mientras el chico en la cama pasaba las páginas de un libro y el otro daba vueltas sobre la silla giratoria tratando de encontrar un tema de conversación que hiciera que las horas de voluntariado pasaran más rápido para poderse ir a casa.

—¿Qué solías hacer cuando estabas fuera del hospital? —preguntó de la nada, aún con la cabeza hacia atrás mirando el techo blanco, deteniendo la mirada en unas cuantas manchas diminutas de pintura azul, amarilla y verde que había ahí por alguna razón que no podía imaginar, pues no había rastros en la habitación de algo que no fuera de colores neutros.

—Ir a la escuela, ayudar un poco en casa, ayudar a mi madre a hacer algunas cuentas, ayudar a mi hermano con la tarea.

—No, quise decir, ¿Qué es lo que te gustaba hacer?

Hubo un minuto de silencio en el cual Taehyung veía al contrario sin saber que contestar, porque había pasado tanto tiempo dentro de aquel hospital que ya hasta le constaba recordar lo que hacia cuando las cosas eran diferentes. No solía salir con sus amigos porque la verdad era que no lo tenía, eso si lo recordaba. 

Le gustaba ir a los festivales con su familia, ir a la casa de su abuela a comer la deliciosa comida que preparaba antes de que muriera hace seis años, le gustaban los veranos cuando iban todos juntos a la playa y se quedaban unas semanas ahí. Pero sobre todo, le gustaba ver las puestas de sol y esperar a que se oscureciera lo suficiente para ver las estrellas hasta tarde cuando no pudiera dormir.

—Pasear a los perros de mis vecinos, me gustaba y además me pagaban bien. Ver caricaturas, porque en ese entonces tenía unos ocho años. Y también...—guardó silencio entonces, apartó la vista.

—¿Y...? —Se inclinó sobre su asiento, incitando a que continuara.

—Mirar las estrellas, pero desde aquí no puedo hacerlo —dirigió su mirada hacia la ventana, cubierta a medias con una persiana vieja.

Pequeños repiques agudos los interrumpieron, aquellos que le indicaban al pelinegro la hora de irse a casa.

—Ya tengo que irme. Pero mañana también vendré —informó levantándose de su asiento mientras tomaba su mochila y guardaba las cosas que aún quedaba en la mesa pequeña.

—No hace falta —negó—. No hay mucho en lo que me puedas ayudar.

—No, no vine aquí para curar personas, no soy doctor. Pero creo que hay algo más en lo que si te puedo ayudar, así que nos vemos mañana. —Cruzó la puerta antes de que el otro pudiera oponerse a la idea ver volverlo a ver al siguiente día.

Algieba: La Habitación De Las EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora