Capítulo 4. "A manos atadas"

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Maya logró abrir sus ojos. ¡Dios! Se había sentido como una larga siesta, como si hubiera dormido 3 vidas completas. Pero la luz era alarmante, muy clara frente a sus ojos. De a poco se iba acomodando a tanta claridad luego de un gran sueño. Aunque no había sido un sueño. Sabía que había sido realidad. Todo lo había sido.

En su espalda sentía un gran parche, como si tuviera una manta en su piel. Ya no traía puesto el uniforme escolar, éste había sido despojado y ahora traía puesta una bata clínica. Su cuerpo no se movía aunque parecía que estaba dispuesto a correr, saltar, y hacer todo tipo de cosas extremas. No había despertado con sueño, se había despertado con demasiado entusiasmo, aunque estar en una cama tan cómoda a veces resultaba imposible desear bajarse, pero quizás cuánto tiempo había estado acostada, así que decidió levantarse.

Pero no lo logró.

Sus manos no se movían. Estaban atadas. Sus piernas también.

Jodida basura ¿Qué había ocurrido?

Comenzó a mover sus extremidades, pero las amarras no cedían. Miró a sus lados y la acompañaban dos chicos durmiendo en camillas, con las mismas batas clínicas que tenía ella. A su derecha, el chico de Adele, así le decía porque ella estaba completamente perdida en sus pómulos. ¿Cómo era su nombre? No podía recordarlo.

Y al otro lado estaba Anthony. Cómo olvidarlo.

La puerta de la sala que compartía con estos tres tipos no daba atisbos de que alguien estuviera al otro lado, no sabía qué era lo que había hecho que le ataran las manos y las piernas… No recordaba nada. No había que recordar nada.

Los ojos de Mark –ese era su nombre después de todo- comenzaron a abrirse, de a poco y luego de unos rápidos parpadeos los abrió completamente, girando  su cabeza de izquierda a derecha, y mirando sus pies.

-¿Hola? –le dijo el chico. No sabía si había sido una pregunta o su voz ronca sólo la había hecho sonar como una.

-Hola –fue lo único que pudo decir.

-¿Sabes dónde estamos?

-¿Lo sabes tú? –le dijo Maya después de sacudir su cabeza, y el chico la imitó luego.

-Creo que, después de todo, eso fue real.

Y ella sabía a lo que se refería. La tarde tan sangrienta. La cabeza del chico en el piso. Los tipos con ojos raros. Aunque ahora no se veía como si en realidad le hubiera atravesado el brazo en el pecho.

Maya asintió.

-¿Enserio te atravesó el pecho esa cosa?

Mark se miró el pecho. También tenía un camisón puesto, pero si el tuviera un agujero en su cuerpo, Maya pensaba, que se daría cuenta antes de verlo.

-Recuerdo como se sintió… fue horrible –la miró de nuevo-. Aunque no sé cómo diablos tengo piel en el pecho, o cómo sigo teniendo pecho.

-Trato de imaginarlo… ¿también estás atado?

Mark movió sus manos a los lados de la cama. Claro, también estaba atado.

-Recuerdo que estábamos en el hospital…

-¿Éste no es un hospital? –la interrumpió Mark, su cara confundida era más intimidante que la normal.

-No. En realidad no lo sé. Pero recuerdo haber escuchado que estábamos en un hospital, y llegaron unas personas que nos querían sacar de allí. Y creo que sus deseos fueron cumplidos.

-¿Segura? –no estaba convencido.

-Eso es lo que escuché. Y si estuviéramos en el hospital, no estaríamos sólo tres de los que fuimos atacados –le costó decir atacados, aunque era mejor que asesinados–,  o seríamos todos juntos, o ninguno.

-Tienes razón.

Ambos se dieron cuenta que Anthony comenzaba a moverse. Mark había actuado calmado ante la sensación de estar atado, Maya había actuado algo menos calmada, pero Anthony parecía que se iba a volver loco.

Comenzó a mover exageradamente sus brazos y piernas, balanceaba su cuerpo de lado a lado y gritaba a todo pulmón que lo soltaran. Maya agradecía a sus adentros que no había despertado antes.

-¡Sáquenme de acá! –gritaba Anthony.

Maya rodó sus ojos y miró a Mark. Éste estaba algo irritado, pero sus ojos querían burlarse del chico.

Ella comenzó a reírse y luego Mark se le unió. Esa escena era algo anormal. Los tres casi habían muerto, quizás Anthony era el único que había actuado de forma entendible, pero los otros dos estaban disfrutando de todo eso. Tenían 15 años todos, no es algo que sea atípico a su edad, la risa es de lo que se trata esta época.

-¡Suéltenme! –Anthony se giró hacia ellos- ¿De qué se ríen ustedes?

-De ti –dijo Mark. Su sinceridad tomó por sorpresa a Maya.

-¿De mí? ¿Es algo gracioso demandar que te suelten?

-Lo es si lo haces de esa forma. Pareces un niño pequeño que quiere que le compren un dulce.

Y era verdad, ella no lo había pensado, pero se veía de esa forma. Y más con esa adorable nariz y sus cachetes de color rubí.

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