De las crónicas de Sethus I

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Base de Heskel, Polo 10, Islas de la Antártida. Año 567 de la N.E. 

Sethus, uno de los hijos de Luhna, escribe:

Aún no tiene un nombre. Es su tercer día en esta dimensión, pero quizás hoy sea el último. Traída a rastras al gran salón, su madre será juzgada por última vez.

Apenas puede mantenerse en pie; nada queda de su anterior belleza y su carácter al fin se ha quebrado. Camina hacia nosotros asida por dos guardianes. Son cuidadosos, creen que quizá aún quede algo de poder en ella.

Aunque yo ya no percibo nada, tan solo despojos de un ser que antes fuera superior, incluso más fuerte que nosotros.

El dolor del parto aún se encaja en sus caderas, lo sé por la forma en que camina y porque gruesos hilos de sangre resbalan por sus piernas y terminan en sus pies. El alumbramiento de la criatura fue complicado y doloroso.

Aún tiene puesta la misma ropa con la que la atrapamos. El vestido hecho jirones apenas le cubre su cuerpo menudo. Desde que la capturamos, los años se le han venido despiadadamente encima. Su única compañía en esos últimos y miserables días ha sido la pequeña criatura que se alojaba en sus entrañas.

—He suplicado a los dioses, a cualquiera de ellos —dice, más bien ruega—, que mi bebé tenga la posibilidad de vivir. Sé que es especial.

Soni, mi hermano, la mira con todo el desprecio que le es posible.

—Infringes las reglas como de costumbre. —La observa y la reta—. No se te ha concedido en ningún momento la palabra.

Annika se muerde los labios, se calla y llora en silencio.

Hemos mantenido viva a la criatura porque nos desconcierta el origen de su concepción, la posibilidad de que entre un inmortal y un mortal esto se haya engendrado. Si es mortal, la desecharán; si no lo es, examinarán su genética hasta llegar a una conclusión.

Ocupamos para este menester la sala central de la base de Heskel, en el Polo 10. Nuestro hogar en la tierra desde hace un par de milenios. Nunca me ha gustado esta habitación; es sombría y la poca luz que prodigan los apliques le confieren a la sala una apariencia moribunda.

El maestro Maro, Soni y yo formamos parte del Consejo Superior. Nos situamos en un palco elevado, a unos pocos metros de los guardianes que detienen a la desafortunada madre. La reunión —o sala de juicio— se ha reducido solamente a la presencia de unos cuantos personajes especiales. Los asientos están colocados en espiral, cada nivel arriba del otro, hasta formar tres grandes círculos y nosotros en el centro. Normalmente, el resto de los lugares pertenecientes al jurado solían estar llenos. Eso era antes, cuando el resto de mis hermanos vivía aquí, antes de que partieran a otros mundos a ejecutar otras misiones.

La puerta se abre y los genetistas Ramia e Innos, junto con dos ayudantes, entran en el recinto. Uno de ellos empuja una cuna de cristal. La criatura descansa ahí.

Visten todos largas batas doradas y llevan en sus manos carpetas con los resultados de las pruebas preliminares. Soni se muestra ansioso, abre más sus ojos de plata, impaciente; está deseoso de saber el veredicto. Si es en contra de aquel pequeño ser, gozará eliminándolo ahí mismo frente a su madre.

—Las pruebas preliminares son positivas —dice Ramia para su decepción. Soni aprieta los dientes y la cicatriz que rodea su ojo izquierdo y le baja por el cuello comienza a molestarle. La toca con disimulo. A lo lejos, Annika le lanza una mirada mordaz—. Hay poder en la criatura.

—Sin embargo —agrega Innos intentando dominar su tartamudeo—, necesitamos más tiempo para comprenderlo.

—¿Cuánto tiempo? —pregunta Maro.

Las Crónicas de Luhna #POFG2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora