Seidel II

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Pilastra, Etrasia. Año 599 de la N.E.

Madrugada del domingo 6 del mes doce.

Después de dos años, Seidel por fin regresaba a Pilastra. Ese fue el tiempo que tomó el entrenamiento y la confirmación de que Hye era parte del Sunt, el gemelo de Ahnyei.

Despertó a los quince años y su edad mortal era parecida a la de Ahnyei. El joven gran empresario era uno de los hijos del hombre más rico de ciudad Sinap y lo habían bautizado como Daniel, al igual que su padre. Aunque Seidel prefería dirigirse a él por su nombre premortal y al chico parecía agradarle. Se identificaba mejor.

—¿Tomará mucho tiempo? —preguntó mientras jugueteaba con los gemelos de los puños de su blanca camisa; sentado en el vagón del tren que lo llevaba por fin a conocer a su amada.

Seidel, quien hasta ese momento disfrutaba en silencio del paisaje, se giró a mirarlo.

—El acceso a Pilastra es un poco complicado y entramado, ya lo notarás.

El chico asintió, su actitud era serena. Su cara era seria y madura. Su instrucción no fue difícil, Hye asimilaba con facilidad y diligencia todo lo que le enseñaban. Parecía como si desde su nacimiento supiera de su propósito divino.

—Te ves bien, Hye —le dijo Seidel. El chico, acostumbrado a vestir bien y con lujo desde su infancia, portaba una camisa de seda de manga larga de un blanco pulcro, ajustada en los puños por dos gemelos de oro; un pantalón azul oscuro de lino, abrigado con una bufanda y un abrigo de algodón negro.
Su cabello rubio estaba bien peinado, relamido hacia atrás, parecía un joven magnate.

—Padre piensa que volveré luego de este viaje, pero esa no es la verdad, ¿cierto, señor Seidel?

Hye había nacido en Sarato, en una provincia de Nueva República, pero se encontraba estudiando en Mantus cuando Seidel lo encontró. Seidel le permitió tener comunicación regular con su padre. Era el más pequeño de los cinco hermanos y del que menos se preocupaban. De pronto, todo en la vida de Hye tuvo sentido al enterarse quién era él realmente.

Los talentos de Hye eran la fuerza física e híper velocidad, además de contar con un tercero —un don muy poco común entre los sihes—: su cuerpo funcionaba como un escudo impenetrable.

Desde pequeño, Hye mostró una gran inteligencia, esto le valió para ser inscrito en uno de los internados más exclusivos de aquel país.

—No, Hye. No volverás —Seidel continuó la conversación—. Una vez que te llevemos con Ahnyei, estaremos a un paso de concluir la obra.

—La recuerdo —se atrevió a decir—. Incluso antes de despertar ya la buscaba.

—Estoy seguro de que ella también te recuerda.

Seidel sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo, sabía a la perfección que eso no era cierto. Ahnyei jamás había mostrado interés por su gemelo. En cierta manera le recordaba a Annika, quien tampoco había buscado a Zenyi. Pero estaba seguro de que luego del encuentro, lo demás fluiría de forma natural, como siempre sucedía con los gemelos sihe. Entonces se tranquilizó.

—Sí —respondió Hye. Luego buscó algo en su maleta. De una carpeta extrajo una nota del periódico que guardaba desde hace un par de años.

El periodista Roberto Meker llegó a la tienda de Ahnyei e impactado por la calidad de las figuras talladas con gran delicadeza, dedicó una página completa en una revista de Etrasia llamada: «Cazatalentos», donde hablaba del don maravilloso que poseía la joven que habitaba el pequeño pueblo de Pilastra. Añadió fotos de cada figurilla e incluso una foto del perfil de Ahnyei sonriendo despistada a una persona cualquiera, bajo el encabezado de: «La joven escultora».

—Supe que era ella apenas leí la nota —le extendió el artículo. Seidel se alegró al instante al ver esa carita. Le traía buenos recuerdos—. La he guardado todo este tiempo. Me trae las memorias de Canto.

Seidel le regresó la nota y luego volvió a mirar tranquilo por la ventana. Todo saldría bien, ya pronto se marcharía a casa, junto con Marie.

Y pensando en Marie, así fue como escuchó su voz en su mente, pidiendo auxilio, como en una interferencia. Tal vez el silenciador puesto en su cabeza antes de partir ya estaba llegando al término de su vida útil.

«¡Seidel! ¿Dónde estás? ¡Ahnyei está en peligro!»

O tal vez ella misma lo había roto en su desesperación.

Seidel se puso de pie y contestó, daba la impresión de querer ajustar una señal de radar invisible pues iba y venía dentro del vagón de tren; como si quisiera obtener una mejor comunicación.

—¡Marie! ¿Qué sucede?

Hye levantó la vista, frunció el ceño, confundido.

Pero la voz de Marie estaba entrecortada.

«¡Están aquí!», alcanzó a escuchar a través de la interferencia.

—¡Marie, Marie! ¡Ya estoy llegando! ¡Llevo a Hye conmigo!

Marie no contesto.

Seidel se preguntó qué era lo que suponía el peligro en Pilastra. Habían vivido tantos años allí y de pronto, cuando al fin llevaba a Hye, ocurría esto. Mil pensamientos funestos cruzaron por su cabeza.

«Seidel —escuchó por última vez la voz de Marie—. ¿Fuiste tú?»

Luego el silencio absoluto, como si ella hubiera cortado a propósito la comunicación.

Seidel se estremeció. Lo había descubierto.

—¿Está usted bien, Señor Seidel? —preguntó Hye, quien ya no parecía tan tranquilo.

—No lo sé, Hye. Por primera vez no lo sé.

Faltaba todavía un par de horas para llegar a la estación de Pilastra.

—Una vez que lleguemos a la estación, tendremos que correr. Eres bueno en eso, ¿cierto Hye?

—Soy el mejor —sonrió confiado.

Seidel tenía que salvarlas, a ambas. Ya tendría tiempo para explicarle a Marie y pedirle perdón.

 Ya tendría tiempo para explicarle a Marie y pedirle perdón

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