Epílogo 1

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Pilastra, Etrasia. Año 599 de la N.E.

Jueves 10 del mes doce.

Las copas de los árboles se agitaban con el viento, la música que se desprendía de sus ramas en movimiento en otro tiempo la habría calmado, ahora la mantenía en alerta. El ruido cesó por un instante y una fresca brisa mojó sus mejillas y meció sus cabellos. Ahnyei se abrochó el camisón al sentir el frío colarse en todo su cuerpo.

—¿No puedes dormir? —le preguntó la voz que había seguido sus pasos fuera del refugio.

—Han pasado tres días —dijo lastimosamente.

—Sé que se encuentra bien.

Ahnyei se giró a mirarla y alzó una ceja.

—¿Puedes jurármelo?

Marie bajó la vista.

—Estará bien —corrigió sus palabras.

Ahnyei le sonrió a medias y luego volvió a girar sobre sus talones.

—¿Cuánto tiempo crees que tendremos hasta que ellos vengan?

El mundo ahora gozaba de una paz superflua y tensa. Mason había desaparecido y su influencia nociva comenzaba a alejarse de la Sede de los Cinco. Corrían ciertos rumores que hablaban sobre la incorporación de la Sede de los Cinco a Nueva República, pero como un estado absoluto y soberano. Statz había muerto, así que nuevos dirigentes pronto se alzarían para suplir los puestos importantes en Pilastra y la Sede.

—Descuida —respondió Marie, como siempre, en acertijos—. Tendremos el tiempo suficiente para prepararnos. Ahora vuelve por favor, necesitas descansar.

Ahnyei se negó, decidió quedarse un rato más, con la esperanza de ver la silueta de Jan aparecer bajo la luna en cualquier momento. Marie la acompañó y permanecieron un rato en silencio.

Un crujido a lo lejos en el bosque les alertó. Pasos lentos se escuchaban, como de alguien o algo que arrastraba los pies. Marie también los escuchó y se apresuró a ponerse en guardia, protegiendo a Ahnyei. Unas tenues luces amarillas comenzaron a titilar. Primero una, luego dos, al cabo de unos segundos un centenar de ellas brillaban.

—No te separes de mí —le aconsejó Marie. De todas maneras, Ahnyei estaba preparada. Chasqueó los dedos y una llama apareció entre ellos.

Marie extendió un brazo e hizo un semi circulo. El haz que se desprendió lo iluminó todo.

—¡No! —se escuchó una voz gutural—. ¡No nos lastimen! ¡Venimos en paz!

Ahnyei entornó los ojos para mirar bien y con atención.
Ante Marie y ella se extendían decenas de hombres, mujeres y niños vestidos en harapos, resistiendo bajo el crudo invierno con apenas lo necesario.

—¿Pero qué? —preguntó Ahnyei confundida—. ¿Quiénes son ustedes?

—Venimos de todas partes —dijo otro hombre, de barba blanca y larga, levantando las manos y poniéndose de rodillas—. Estamos aquí para adorarles.

—¿Qué? —preguntó Marie conmocionada.

—Somos testigos de los milagros ocurridos hace tres días —respondió el mismo hombre, que tal parecía fungía como el líder de aquel contingente—. Ahora sabemos que los dioses han vuelto y moran entre nosotros. Venimos a rendirles tributo. ¡Salve a los Sagrados! —el hombre extendió la mano para tocar las manos de Marie—. ¡Salve a los sagrados! ¡Salve a la diosa que controla la naturaleza! —repitió con júbilo. El resto del grupo coreó las palabras y fueron cayendo sobre sus rodillas uno tras otro como en un efecto dominó.

***

Restos de la antigua Jerusalén, Israel, interior de las ruinas de la Iglesia del Santo Sepulcro; Año 599 de la N.E.

Jueves diez del mes doce.

No era una zarza, pero ardía. Mason se quitó sus zapatos y se arrodilló. Afuera de las catacumbas los discípulos de la Orden le esperaban. Yiles cuidaba la entrada.

La madera desprendía un fuego violeta, violento y abrasador. Las pupilas de Mason reflejaban las llamaradas furiosas mientras él sonreía.

El fuego se alzó tan alto que Mason tuvo que cubrirse los ojos para que no se le escocieran.

—¡Háblame! —gritó a todo pulmón—. ¡Aquí estoy! ¡Heme aquí!

No sabía a ciencia cierta quién o qué le respondería, pero sabía que alguien o algo acudiría

—¡Dime qué hacer!

Mason echó otro puñado de ramas secas a la hoguera provocando una nueva llamarada.

—¡Háblame! —exigió a gritos.

El fuego pareció envolverlo y de pronto sintió que se elevaba por los cielos, aunque su cuerpo seguía ahí, arrebatado por una visión. No era su Dios ni tampoco Acán quien le visitaba.

—¡Oh! ¡¿Dime quién eres y cómo puedo honrarte? —clamó embelesado.

—¡Calla y escucha! —dijo la visión—. ¡Durante siglos he visitado a los tuyos para instruirles y darle las armas contra los eternos! ¡Pero han fracasado miserablemente!

—¿Quién eres? ¿Eres Acán?

—¡Cierra la boca! —la llamarada se expandió y un rostro emergió de ella abriendo la boca. —¡Yo soy Acán, soy Rahvé, soy Dios, lo soy todo! ¡Yo cree a los eternos y sé cómo destruirlos!

—¡Dime tu nombre! —rogó Mason postrándose al suelo—. ¡Para alabarlo y honrarlo siempre!

—¡Mi nombre es Umn, y desde ahora en mi nombre harás mis milagros!

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Las Crónicas de Luhna #POFG2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora