2: A través de la niebla

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Los sonidos que salían de la niebla eran escalofriantes y nadie se atrevía a hablar o a tratar siquiera de preguntar qué era eso que parecía sacado del mismo averno.

Parecían voces. Voces que en ocasiones susurraban frases por completo incomprensibles, o que gemían en agonía.

—No dejen de moverse —ordené, y Remy coreó mis palabras.

La tensión en su voz, la tensión que podía sentir en su postura, había borrado cualquier rastro de humor de mi cabeza. Era claro cuán nervioso estaba también yo, y supe que ella lo había notado cuando su mano se aferró a la mía no en busca de protección, sino como si intentase asegurarme que estaba ahí, a mi lado.

Giraba la cabeza de un lado a otro con un deje de ansiedad que no tardó en contagiárseme, provocando que su ondulado cabello corto hasta los hombros —más rizado que de costumbre debido a la humedad— le azotara el rostro. Sus ojos estaban muy abiertos y sus pupilas tan dilatadas que el azul medianoche casi desaparecía en el negro.

Decir que esa niebla era desconcertante se quedaba corto. La noche caía sobre nosotros con una velocidad sorprendente y nos vimos forzados a encender linternas para poder seguir avanzando y tratar de ver algo.

Sin embargo, eso solo consiguió hacer que comenzaran a aparecer sombras en la niebla que nos pusieron los pelos de punta a todos por la forma errante en que se movían. Como fantasmas.

No estábamos solos.

Las sombras se desplazaban en la niebla como fantasmas, huyendo de las luces. Me vi tentado a ordenar que apagaran las linternas de inmediato, pero eso implicaría quedarnos ciegos y a merced de lo que sea que fuesen esas cosas.

Por mi cabeza pasaron las mil y un historias que escuché de niño sobre los demonios de las sombras, sobre segadores y sobre brujas, y un estremecimiento se entretuvo en recorrer cada vértebra de mi columna.

Nuestros pasos aún eran rápidos, pero la tensión seguía creciendo con cada minuto que pasaba. La niebla era tan densa que apenas podíamos vernos los unos a los otros como siluetas difuminadas, apenas un poco más claras que esas sombras que estaban poniendo nerviosos a todos, incluidos los caballos.

Las sombras nos rodearon, pero se mantuvieron alejadas... o al menos esa era la impresión que daba la niebla, pues ni siquiera conseguíamos entender qué era lejos y qué era cerca. Y antes de que pudiésemos darnos cuenta, estábamos desorientados.

—¡Una brújula! —exigí.

Mi voz resonó como un eco en paredes inexistentes, pero no tuve oportunidad de pensar mucho en ello, pues algunos corearon mis palabras y unos minutos después tuve una brújula en mis manos.

Remy se acercó para mirar y señaló el camino.

—No dejen de avanzar —ordenó.

La compañía de treinta hombres atendió a la voz de su capitana y aceleraron el paso, todos deseando más que nada salir de esa niebla.

—No estaba aquí cuando la avanzada recorrió el camino —comentó Jair, dándonos alcance—. Tal vez en la mañana se despeje...

—No quiero pasar la noche aquí —dijo Remy, tajante.

Asentí.

—Yo tampoco. Es muy peligroso. No vamos a arriesgar a los hombres o a lo que sea que transportamos. Ya hicimos demasiado al desviarnos por aquí. Solo nos queda seguir adelante.

Continuamos el recorrido en silencio... al menos hasta que las sombras parecieron dejar de ser tal cosa:

Los caballos se encabritaron y pudimos escuchar más de una cosa romperse, aunque nadie pareció saber de dónde salía el sonido.

La puerta de la Noche EternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora