No había parte de mi cuerpo que no doliera, casi como si hubiese sido arrastrada por un caballo de regreso al interior de la cañada.
Debía ser eso, me dije. No tenía otra explicación, pues me encontraba tendida bocabajo en el suelo, llena de lodo, y podía ver de reojo que a cada lado del camino se alzaban las paredes de la montaña.
Había una suave niebla a mi alrededor que me permitía ver casi todo, mas no el inicio ni el final del camino.
¿Qué había pasado?
No conseguí recordar nada de lo que pasó después de que me colgara la llave al cuello y saliera de la caravana. La llave...
La llave no estaba. Me giré un poco y palpé mi pecho con desesperación, sin encontrar el extraño peso de ese objeto, que desde el inicio me pareció demasiado para algo de ese tamaño.
Me levanté despacio y, con el movimiento, una sensación de ahogo me invadió el pecho, junto con una repentina escena que parpadeó por un instante, antes de perderse.
Había tanta sangre...
Miré hacia todos lados en busca de alguien que pudiera decirme qué había sucedido, pero no había nadie ahí.
—¿Gavin? —llamé con voz ahogada, y noté por primera vez el sabor a sangre en mi boca.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó una voz profunda que no reconocí.
Me giré en redondo justo a tiempo para ver aparecer de entre la niebla al hombre más hermoso que había visto nunca. Su cabello negro como las plumas de un cuervo tenía algunas pequeñas gotas de rocío que brillaban y le daban un aspecto casi místico contra su pálida piel blanca. Sus ojos parecían hechos de noche, cargados con un centenar de preguntas sin expresar, y al mismo tiempo lucían un tanto vacíos, como carentes de vida.
Su ropa...
Y entonces lo recordé.
Aún iba vestido con el mismo uniforme de la compañía con el que lo había visto antes, cuando Gavin me sostenía entre sus brazos y yo...
—¿En dónde está Gavin? —susurré, sintiéndome como una niña pequeña. Incluso podría jurar que mi voz se había agudizado un poco.
No respondió, sino que siguió analizándome con esa penetrante mirada.
—¿Dónde están los demás? —exigí ante su silencio y, si bien el miedo pareció desvanecerse poco a poco, un desagradable y frío vacío se instaló en mi pecho—. ¿Quién eres?
Su ropa se transformó en niebla y pronto una túnica tan oscura como su cabello reemplazó la casaca. La túnica llegaba hasta el suelo y parecía hecha de sombras, noche y estrellas, pues algunos diminutos detalles plateados brillaron en ella cuando la tela se amoldó a su cuerpo.
—Mi nombre es Arian —respondió con esa misma voz profunda, mientras extendía una mano al frente—. No deberías estar aquí. Deberías haber cruzado con los demás; ¿por qué te detuviste?
Miré su mano y retrocedí un paso.
—¿Haber cruzado?
Por respuesta, se apartó un poco y señaló el camino que se internaba en la cañada.
—La Noche Eterna espera por ti.
No noté que no estaba respirando hasta que creí que el aliento iba a congelarse en mi pecho, pero la sensación jamás apareció.
No estaba respirando.
—¿Estoy muerta?
Para mi propia sorpresa, el tono con el que las palabras abandonaron mis labios no fue uno consternado, sino casi un reclamo que, curiosamente, pareció divertir a Arian, pues en sus finos labios apareció el inicio de una sonrisa.
ESTÁS LEYENDO
La puerta de la Noche Eterna
FantasiUn paraje desolado cubierto por la niebla. Un misterioso objeto custodiado por un grupo de soldados que darían sus vidas por él. Y una alma que está a punto de ser condenada. Cuando a Remy y Gavin, capitanes del servicio, se les confía la misión de...