9: Fabricar velas sin llama

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—Te estás corrompiendo.

—¿De qué hablas? —refunfuñé, intentando soltarme de su agarre.

Arian estaba muy serio y su mano se sentía como una garra helada sobre mi brazo. En sus hermosos ojos de estrellas solo había seriedad, como si las luces hubiesen sido eclipsadas por algo terrible.

—No se supone que debas hacer este trabajo.

—¿Y de quién fue la idea de dejarme hacerlo, genio? —recriminé.

—No, no lo entiendes. No se supone que deba ser tan... fácil.

Lo miré extrañada.

Sí. Se había vuelto algo casi rutinario desde el principio. Incluso tuve la impresión de que siempre había estado destinada a hacer algo así.

Recoger almas era sencillo. Retirarlas de sus recipientes mortales lo era aún más.

—Tu humanidad se quedó atrapada en esa llave —masculló—. Si no conseguimos liberarte, terminarás atrapada aquí para siempre sin poder llegar a la Noche Eterna. No se supone que este sea un lugar para las almas: te convertirás en una sombra, o en un demonio si no hacemos algo...

—Pues ya te tardaste, ¿no? —espeté, cruzándome de brazos—. ¿No se supone que tú debes arreglar esto?

Arian apretó los labios y recogió algunas de las velas que se habían extinguido ya, y comenzó a colocarlas una tras otra en un profundo caldero. Sus brazos se tensaron con el peso cuando levantó el enorme trasto y avanzó con extraordinaria precisión para no golpear ninguna de las velas que aún estaban encendidas.

—¿Y ahora qué se supone que haces? —suspiré al ver que no iba a darme una respuesta.

Qué irónico. La muerte no podía arreglarlo todo, como muchos pensaban.

Por un momento creí que Arian no iba a contestarme, pero luego de unos segundos emitió un ruidito, que me invitaba a seguirlo hasta una pequeña formación de piedra caliza que formaba una oscura cueva, no muy lejos de nosotros.

Me levanté de la roca donde estaba sentada y esquivé las velas casi de forma automática, ya habiéndome acostumbrado a encontrar los caminitos ocultos entre ellas.

—¿No has notado cuán difícil es que una pareja tenga hijos? —preguntó con voz estrangulada mientras colocaba el cazo sobre una estructura de metal, debajo de la cual había un montón de leña.

Asentí y recordé cuán difícil podía ser para muchas personas el tener un bebé. El formar una nueva vida...

Y de repente supe qué hacíamos ahí.

—Vas a usar las velas para crear vida —murmuré.

Arian suspiró, un suspiro lleno de pesar.

—Es lo que intento —admitió—. La cera desapareció hace muchos años, y ahora me las arreglo como puedo. Cuando tengo suerte, consigo crear varias velas nuevas, pero de ellas apenas tres de cada cien se encienden. Todas las demás deben volver al caldero, y cada vez que repito el proceso de crearlas, se pierde más y más cera.

—¿Crees que te quedarás sin cera alguna vez? —dudé, preocupada por lo que significaba aquello.

La magia de la vida, esa que había desaparecido...

—Es posible —admitió con pesadez—. A menos que consiga todo mi poder de vuelta.

»Y ahora que se ha contaminado con tu sangre...

—Hey, hey, no me culpes a mí —gruñí.

Sin embargo, antes de darme la oportunidad de enojarme de verdad, Arian se giró para mirarme y en sus ojos no había acusación alguna. Solo un terrible pesar.

La puerta de la Noche EternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora