No lo pensé dos veces. Abandoné todo lo que tenía y me lancé al vacío a ciegas. La mujer que había entrado en la herrería unos días antes parecía ser la respuesta a todo, y estuve dispuesto a apostar por esa vana esperanza que me dio al ver el dibujo en el pergamino.
Se llamaba Irina Nightingale. Me dijo su nombre en cuanto confirmé sus palabras sobre que sabía de la llave. Me había ofrecido alojamiento y comida si me iba con ella a un lugar alejado, casi al otro lado del reino, para forjar esa llave.
Podía hacerlo, me dije. Confiaba lo suficiente en mis manos como para poder hacer una réplica exacta, pero no podía dejar de preguntarme cuál era su propósito con ello.
Me detuve apenas un poco, justo antes de abandonar la habitación en la posada para reunirme con Irina. ¿Cómo sabía que podía confiar en ella? ¿De verdad había alguien en quien pudiese confiar?
No le dije que tenía la llave original, aunque algo en la forma en que me miraba me hacía sospechar que ella lo sabía.
Esos preciosos ojos oscuros parecían acusarme con cada mirada y, al mismo tiempo, parecían rogarme que confiara en ella, que la ayudara. Tenía ese aire de desesperación bien escondida, como alguien que en su interior grita por un poco de ayuda pero que se niega a dejarlo ver en el exterior y, a pesar de ello, una chispa de anhelo lograba abrirse paso en sus bellas facciones.
La llave se quedó guardada muy en el fondo del fardo con mis cosas, protegida con la gruesa tela de un abrigo. No estaba seguro de cuándo sería prudente dejarle saber que yo la tenía.
Subí a su carruaje cuando se detuvo ante la posada a esperar por mí. La lluvia caía con fuerza y volvía el día un tanto lúgubre, casi como mi estado de ánimo.
Había pasado tanto tiempo ya, había pasado tanto tiempo intentando no pensar en Remy, que ahora solo parecía un doloroso y vago recuerdo. Ni siquiera estaba seguro de qué sentiría o qué pasaría cuando descubriera cómo usar esa llave.
—Has estado muy callado —murmuró Irina luego de varias horas de viaje sin conversación alguna. Incluso habría jurado que me quedé dormido, aunque cuando abrí los ojos otra vez, ella seguía observándome con detenimiento, casi con curiosidad.
—No tengo mucho qué decir —admití en voz baja y me encogí de hombros para restarle importancia.
Ella me dio una mirada circunspecta, pero pasó de su asiento al mío, tan cerca de mí que pude oler su dulce perfume a rosas.
—Tienes esa expresión —comentó con suavidad, casi con cuidado. Su voz era una dulce melodía que pareció paliar un olvidado fuego en mi alma que había quemado todo en mi interior sin que yo lo notara hasta ese momento. Y, sin haberle dicho nada, y antes de que Irina dijese algo, supe que ella lo comprendía—. Es la expresión de alguien que ha perdido lo que más amaba en el mundo —susurró con tristeza.
Sus ojos oscuros parecieron volverse dos ventanas directas a su alma, y pude ver que ella sentía lo mismo. Que esa conexión que pareció haber entre nosotros en el momento en que ella entró a la herrería iba mucho más allá de lo que las palabras podrían expresar.
Ella entendía mi dolor porque ella lo había vivido también. Quizá muy recientemente.
Y en ese momento, no comprendía cómo ni por qué, supe que haría cualquier cosa por ella.
Fui un hombre débil; caí ante esa misma debilidad que ella me mostró y que tanto empató con la mía, y por un momento me olvidé de todo, de cualquier recelo o prudencia que aún pudiese vivir en mi mente.
Olvidé el luto, olvidé el cansancio de mi alma y ese peso que parecía doblar mi espalda y que llevaba a cuestas desde hacía tantos años. Dejé ir a Remy. Solté su recuerdo como el vaho del aliento que se pierde en el frío cielo de la mañana y me quedé con un hueco en el pecho que no parecía ser capaz de desaparecer con nada...
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La puerta de la Noche Eterna
FantastikUn paraje desolado cubierto por la niebla. Un misterioso objeto custodiado por un grupo de soldados que darían sus vidas por él. Y una alma que está a punto de ser condenada. Cuando a Remy y Gavin, capitanes del servicio, se les confía la misión de...