10: Los amantes

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No podía creer lo que estaba viendo. Había pasado cinco años esperando por una señal de él, cinco años en los que la esperanza se desvanecía conforme los meses pasaban, y terminaba por encontrarlo ahí, en la casa de —la mujer más hermosa que había visto en mi vida— una completa extraña.

Jair sonrió al verme y bajó las escaleras en una carrera.

—¡Por fin apareces! —exclamó.

Ya no era el muchachito que había conocido durante mi tiempo en el servicio. En esos cinco años se había convertido en un hombre, delgado y no muy alto, pero sí de espalda firme y recta y hombros anchos.

—No tienes idea de cuánto tiempo te busqué —reclamé, sin saber si debería sentirme aliviado o molesto.

—¡También yo! Desapareciste luego de salir de prisión...

Miré de reojo a Irina, aún sin conseguir que todo asentara en mi mente. ¿De verdad acababa de encender las luces con un gesto de las manos? ¿Qué demonios hacía Jair en ese lugar?

Como si hubiese leído mi mente, fue ella quien dio un paso hacia adelante y me tomó por un hombro en un gesto tranquilizador.

La forma en que su mano me tocó pareció ser como una especie de bálsamo que apaciguó mis desordenados pensamientos.

—Jair fue quien me dijo que podía contar contigo para conseguir la llave —explicó con calma—. Nos conocemos desde hace años.

»Jair, ¿podrías enseñarle a nuestro invitado su habitación? —pidió con voz melosa—. Los esperaré en el comedor para cenar en una hora.

Sin esperar respuesta, y luego de darme un beso en los labios que pareció robarme las palabras, Irina se dirigió hacia un corredor al otro lado del recibidor.

—Sígueme —invitó Jair y, atontado, obedecí—. Te gusta, ¿eh? —sonrió con un ligero tono de burla mientras echaba a andar escaleras arriba.

—Es muy bonita —admití, intentando sonar indiferente sin conseguirlo.

—Ajá. Es preciosa. Y está loca por ti también.

»Es una lástima; serían una preciosa pareja.

—¿Una lástima? —dudé—. ¿De qué hablas?

—¿Aún no lo sabes? ¿No te lo dijo en el viaje?

Lo miré intrigado y luego negué con la cabeza.

—¿De qué hablas, Jair?

El muchacho suspiró, pero no se detuvo.

—Recuerda que la llave exige un sacrificio, Gavin —murmuró.

—No lo entiendo. Ya tiene la sangre...

—Sí, pero ella sabe qué es lo que tú buscabas al aceptar el trabajo —reconoció—. Le dije sobre Remy, y ella accedió a ayudarte si conseguías ayudarla también. Ella es quien sabe hacer el hechizo, Gavin; es una bruja muy poderosa.

Me congelé en el sitio y lo miré, sin estar seguro de qué era lo que me horrorizaba más. Había accedido a ir con ella porque creí que por fin conseguiría descubrir la forma de devolverle la vida a Remy. Si Irina cumplía su propósito, y luego me enseñaba a utilizar la llave, podría volver a verla...

Pero luego te enamoraste de Irina.

¿Qué? ¿Me había enamorado de ella en apenas días que llevaba de conocerla? Dioses, eso era algo tan imposible, tan impensable... Y aun así...

Sentía que iría por ella hasta el fin del mundo y de regreso si me lo pedía. No lograba comprenderlo.

Sin embargo, entre más lo pensaba, más deseaba poder pasar tiempo a su lado. Entre más lo pensaba, más fácil de ignorar se volvía.

La puerta de la Noche EternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora