4: Llave de sangre

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Jamás en mi vida sentí más horror que el momento en que vi su mirada perderse en el vacío. Su cuerpo yacía sin vida entre mis brazos y su sangre estaba en mis manos, en mi ropa.

Remy, mi hermosa y valiente Remy... Mi mejor amiga, mi compañera...

Alguien tiró de mi ropa cuando no reaccioné al llamado de mi nombre, pero no le di importancia y me lo quité de encima. ¿Cómo no podían darse cuenta de que acababa de perder a la otra mitad de mi alma?

—Gavin, la misión...

—A la mierda la misión.

A la mierda el mundo.

Acuné a Remy contra mi pecho y me ahogó el saber que ella no iba a devolverme el abrazo. La sentí tan pequeña entre mis brazos... Me aferré a su calor, al perfume natural de su piel. Me aferré a ella por tanto tiempo y con tanta fuerza que el cuerpo entero me dolió.

El tiempo después de eso transcurrió con una curiosa lentitud, pero al mismo tiempo con extrema rapidez. Cuando conseguí alzar la mirada pude ver que la niebla se había despejado por completo y que esos seres de sombras, que parecían haberse multiplicado unos momentos antes, habían desaparecido también.

A unos metros de nosotros, tal vez a solo cien metros, pude ver la puerta de la posada, así como algunas casas y otras edificaciones. Había gente que se acercaba, curiosa, y al ver la masacre intentaron ayudar a los heridos.

—Tienes que atenderte ese hombro —amonestó Jair, tan cerca de mí que me sobresaltó. No lo había escuchado acercarse.

Tenía el cabello chamuscado y un feo corte en un brazo. Había un golpe en su mejilla que presagiaba un enorme moretón al día siguiente, pero además de eso se veía bien. Lucía pálido, asustado, pero estaba bien.

Intenté decirle que me dejara en paz, que fuera a atenderse también, pero mi voz no consiguió aparecer. No encontré las palabras en mi garganta.

En cambio, volví a mirar a Remy, sus bonitos ojos vacíos de vida, y sentí que no podría soportarlo más. Con toda la delicadeza de la que fui capaz gracias a mi mano trémula, cerré sus párpados para siempre en una suave caricia.

Lloré como hacía años no lloraba. No me importó cuántos de los sobrevivientes se acercaran a tratar de separarme de ella. No me importó que, por primera vez, hubiese fracasado en una misión tan significativa.

¿Significativa para quién? ¿De qué había servido?

Sí, cumplimos: se pagó la protección del misterioso objeto con las vidas de los nuestros, y muy seguramente el resto terminaríamos por pagar la pérdida.

Apreté mi abrazo a Remy y noté entonces que algo se clavaba contra mi pecho. Algo que no pertenecía a su casaca.

—Gavin —insistió Jair, pero lo ignoré, recordando de golpe lo último que había visto a Remy hacer.

Se había metido debajo del carro.

Empapada en su sangre, de su cuello colgaba una oscura llave de un metal negro tan perfecto que parecía absorber toda la luz y que estaba decorada con algo que, al inicio, pensé que se trataba de una gema roja. Unos segundos más tarde, al ver una burbuja, comprendí que se trataba de sangre.

Ahora han probado tu sangre.

Las palabras de la posadera volvieron a mi mente con la fuerza de un huracán.

Esa llave era el objeto que habíamos escoltado todo ese tiempo. Tenía que serlo. En definitiva no era una pieza de joyería que le hubiese visto antes, y ella no solía llevar nada a las misiones.

La puerta de la Noche EternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora