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CAPÍTULO UNO. ﹙trabajo de caridad﹚
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EN LA ACTUALIDAD 22 de junio de 2018 Roppongi, Tokio, Japón
Maldito gato.
Su desparasitación y sus medicamentos no salieron nada baratos, para que en la primera oportunidad saliera corriendo del departamento.
—¿Quieres matarme de un susto? Vuelve aquí —apenas podía ver una mancha oscura moverse rápidamente entre calles, mientras apresuraba el paso para atrapar a dicha mancha.
Odiaba a Mushu.
Había una sola regla en la casa.
"NO DEJES LA PUERTA ABIERTA".
Sabía que no lo hacía a propósito, pero ser tan descuidada con la única regla que tenía en la casa me hacía pensar a veces que no se tomaba en serio la segunda cosa que más me importaba en el mundo.
Los gatos.
Estúpida responsabilidad.
Estúpidas maldiciones. Estúpidos hechiceros. Estúpido gato. Estúpida Mushu. Estúpido el día que nos quedamos huérfanas Mushu y yo.
Mis problemas involucran a una preadolescente y unos cuantos gatos, pero también estaba eso de querer cumplir la mayoría de edad para que la protección de menores en Japón no me quitará la custodia de Mushu.
El trabajo como hechicera independiente era el menor de mis problemas, a menos que muriera, en todo caso sería un problema por mi egoísmo de no querer cederle a nadie la custodia de Mushu.
Mushu era mi persona favorita en todo el maldito universo, ella nació cuando apenas iba a cumplir los cinco años, fuimos criadas juntas, por lo tanto, crecimos a la par de la otra.
Éramos Mushu y yo contra el mundo, hasta que se volvió una realidad. Solo nos teníamos la una a la otra, y eso nos había parecido suficiente hasta el día de hoy.
El gato se detuvo enfrente de un edificio que convenientemente estaba maldito, pero para mala suerte de la humanidad, no hacía trabajos de caridad, a menos que hubiera alguna clase de compensación de por medio.
Tenía un sueño.
Quería ganar mucho dinero antes de que Mushu cumpliera la mayoría de edad para asegurarle un futuro. No quería que tuviera que preocuparse por nada en esta vida, mucho menos de privarse de los placeres de vivir.
