☾apítulo 20

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Belén veía desde su lugar en el sofá a los presentes vagar de un lado a otro de la habitación, centrados en su tarea, fomentando el avance de la misión. Mientras tanto, ella se sentía como sapo de otro pozo. Nadie le había dicho qué hacer y su ayuda parecía no ser requerida. Desde su punto de vista parecía que todo estaba bajo control. Así que solo le quedaba sentarse y esperar.

Al Santuario de Imítheos habían acudido Lucía, Logan, Ethan, Sóter y ella. Optando porque el resto permaneciera bajo la tutela de Ludmila. Al menos así sabrían que estarían a salvo en caso de que algo malo sucediera.

Belén miró la mesa frente a ella. Los bocetos de Nolan —un adolescente talentosísimo en el arte— estaban desperdigados encima de la superficie de roble. A un lado, se encontraba la laptop de Fernanda, sobrina de Thomas Párthena y poseedora de la mitad de la información respecto a dónde Tánatos escondió las seis pithos.

Ahora que sabían la ubicación exacta, dudaba que pudieran ponerse en marcha previo al atardecer. Quedaban muchos pendientes y el reloj seguía avanzando.

Según Thomas, por la noche los caminos del bosque eran un conglomerado de monstruos que no dudarían ni un segundo en arrancarles la cabeza. Enfrentarlos no era ningún problema para ellos, pero si podían evitarlos, mejor.

Apoyó la laptop en su regazo y releyó las páginas que con anterioridad el novio de Sóter les narró.

Por tres semanas padecieron el mismo sueño todas las noches: una isla consumida por las tinieblas, una fortaleza desgastada por el paso de las estaciones, aguas tan blancas como la leche y oscuras como la noche.

Pasado y presente.

Poder y destrucción.

Sueños que evocaban la tan olvidada Isla de los Benditos.

—Conozco ese nombre —habló Ethan, ligeramente sorprendido—. Pero no es una isla. Son los Campos Elíseos.

—¿Tánatos escondió los cofres en el Inframundo? —soltó Sóter de mala gana.

Belén reprimió las ganas de reír al recordar el rostro estupefacto de su guardián. Las palabras «Tánatos estúpido» se morían por abandonar la boca de Sóter.

—No exactamente —aclaró Thomas—. Los poetas de la antigüedad decían que los Campos Elíseos podían verse desde la costa de África. Esas suposiciones se basaban en que el clima en las islas era agradable, la comida abundaba y las enfermedades parecían no tener cabida.

»La realidad es que solo fue una treta de Hades para alejarlos de la verdad. Los mortales no dejaban de buscar, así que plantó un cebo y se lo creyeron.

»Lo que nadie imaginó fue que el Lete y el Mnemósine emergieran a la superficie. El goteo constante y la erosión permitió que ambos ríos se convirtieran en grandes lagos.

Belén recordó la historia que Cloe les enseñó en la Academia de Jóvenes Guerreros, referida a los ríos del Inframundo. Las aguas del Lete y el Mnemósine convergen al centro del Elíseo, esperando a que las almas decidan bañarse en el olvido o la memoria previo a reencarnar.

Si los antiguos poetas refutaron esta información por obra y gracia de un dios, y ambos ríos corrían sobre una isla a la cual le adjudicaron el sello del paraíso, estaba claro que las cosas no terminarían bien.

—Los ríos del Hades estaban en la Tierra. El olvido o la sabiduría a un sorbo de distancia —prosiguió con la historia, Thomas—. Por ello, la denominaron Isla de los Benditos.

Lazos de Sangre #3 | QUEEN OF SHADOWSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora