De un tiempo a esta parte la piel de Zoe se sentía reseca y tirante. Sus piernas lucían escamas blancas, como espuma sobre arena húmeda.
Se sentía exhausta todo el tiempo y la única forma de conseguir un subidón de energía era bañándose. Nada de jabón o shampoo luego del primer baño. Sólo agua, agua, agua.
Se vistió y con la toalla secó las puntas goteantes de su cabello. Un mechón, no más largo que su dedo mayor, se adhirió íntegramente a la superficie peluda de la toalla. Frunció el entrecejo. El pánico queriendo cobrar fuerza en su interior. Se pasó la mano por la base del cráneo y pequeños cabellos quedaron enredados entre sus dedos.
Un par de nudillos llamaron a la puerta y la voz de Erick resonó en la soledad de su habitación.
Zoe escondió la toalla tras su espalda y se dio la vuelta.
—Erick —musitó Zoe. Siempre, aunque no lo quisiera, pronunciaba su nombre con una cuota de cariño.
El joven estaba de pie junto a la puerta abierta. Vestía unos pantalones oscuros y una remera sin mangas color gris. Bajo el cuello de la remera asomaban pequeños vellos que crecían en la hendidura de su pecho.
¿En qué momento Erick se había convertido en un hombre?
—¿Puedo pasar? —preguntó, encogido de hombros—. Todos están ocupados y no hay nadie con quien hablar.
—Sí, claro. Entra.
Desde que lo encontraron, Zoe notó la urgencia de Erick por no estar solo. Necesitaba estar acompañado para sentirse bien. Probablemente, la soledad traía a su mente recuerdos que era mejor enterrar seis metros bajo tierra.
Erick tomó asiento en la cama y Zoe se acurrucó en la mecedora. La mayoría del tiempo él no hablaba, se quedaba en silencio, su mente vagando en quién sabe dónde. Pero eso a Zoe no le importaba. Estar a su lado era el mayor regalo que pudieron darle.
—¿Puedo preguntar algo?
Zoe arqueó ambas cejas.
—Lo que quieras. —Se inclinó hacia adelante, ansiosa por responder cualquier duda que tuviera.
Notó el revoloteo de su mirada, la disyuntiva en el castaño de sus ojos. En sus labios entreabiertos se leía la incertidumbre.
—¿Qué animal es el de tu dije?
Ella se llevó instintivamente los dedos al cuello. El collar que Erick le obsequió tiempo atrás seguía contra su pecho, el peso de la plata vibrando por culpa de su corazón latiente.
—Es un hipocampo, mi animal favorito. «Tú solías llamarme así». —Clavó los ojos en él, esperando por algún tipo de reacción.
¿Por qué tuviste que olvidarlo todo? ¿Por qué?
Mirarlo era como ver a un desconocido. El brillo jovial e infantil que solía centellear en su mirada se ahogó luego de que las brasas fueran aplastadas por kilos de densa arena negra.
El dolor predominaba en lo profundo de sus ojos, renuente a abandonarlo.
Erick enterró la mano en su espesa cabellera; sus rizos morenos le cubrían parte de la frente, impidiéndole a Zoe saber cuáles eran sus verdaderas intenciones.
—Yo... —empezó él. Se rascó la pequeña sombra de una barba oscura que crecía bajo su labio—. La verdad es que no quería preguntarte eso.
Zoe arrugó la frente y tragó sin saliva.
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Lazos de Sangre #3 | QUEEN OF SHADOWS
FantastikTercera entrega de la saga LAZOS DE SANGRE. Saga continuación de la trilogía THE OLYMPIANS.