9. La marca de un caballero

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Comenzó otro día en la facultad, Hanzo había vuelto a aterrizar en su realidad académica y solo contaba con un milagro para salvar su colegiatura. Había recibido la primera notificación que lo ponía en la cuerda floja, pasó por alto la búsqueda de un nuevo grupo de estudio y seguía sin otra idea que pudiera llevar al estadio en el que había llegado cuando estaba con Aleia. La pena lo tenía en sus manos.

Mixenmon jugaba en la cama de Hanzo, aprovechaba su forma incorpórea para observar el exterior desde la ventana. Había comido lo suficiente estando en el Domo Extrabinario, por lo que se mantuvo en forma al recibir las ondas de señal inalámbrica de la habitación. Vio a Hanzo meditabundo y se le acercó, trepó por su espalda y se dejó caer sobre él.

—Alguien no está muy a gusto, ¿qué piensas hacer al respecto, Hanzo Ao... digo, solo Hanzo... o Han-zolo? —el digimon se rascó la cabeza al final y cayó en un juego de palabras que no le hizo gracia a su aliado.

—Ni se te ocurra decir eso a nadie de los que conocemos. En serio, no lo hagas —sin darle la cara, el humano levantó un dedo en señal de advertencia y exhaló un suspiro—. Por cierto... no lo sé, Mixenmon, francamente estoy perdido y sin ninguna idea a la que pueda aportar o desarrollar.

Las aletas del tiburón brillaron suavemente y se sentó de espaldas a su compañero, recostó su colodrillo en sus manos pálidas y se relajó.

—Quisiera tener algo para ti, pero no cuento con más que mi apoyo y buenas vibras para que encuentres lo que sea que buscas. Eso, y que no desfallezcas, porque no voy a vivir solo de radiofrecuencias en este mundo, ¿eh? —cerró su diálogo con un chascarrillo de comida, ya que le gustaron las chucherías que Hanzo le compartía. Este sonrió sonoro.

—¡Ey!, ahora veo que sí necesitabas de alguien para algo más allá... eres un pícaro completo, ¿eh, Mixenmon? —se giró y consintió por un momento la nariz holográfica del digimon.

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En las afueras de la institución, una serie de explosiones eléctricas tomaron por sorpresa los comercios de comida y juegos de arcade. Los destrozos se propagaron en cadena a lo largo de dos manzanas. Los equipos de socorro no dieron abasto para la gente que se encontraba allí, aunque mantuvieron su fuerza de trabajo en el mayor nivel para salvar a todos los que se encontraran atrapados.

Desde una luminaria vecina, Monitamon observaba con entretenimiento la terrible escena.

—Caos, dulce e insaciable caos. El jefazo estará complacido con esta carnada, pero mucho más cuando esos dos caigan en ella. ¡Vengaré la muerte de mis compañeros y encontraré la forma de hacer que todos paguen por lo que les hicieron! —afirmaba el veterano, se sostenía perfectamente en la caperuza del foco y se camuflaba con ayuda de su intangibilidad natural.

El causante de aquella destrucción era Ryudamon, quien escupía ráfagas de hojas de acero. El poder que albergaba en sí mismo era equiparable al de Hi-Vision Monitamon, con la diferencia de que estaba en su etapa intermedia. Atacaba en su forma incorpórea y se enfocó exclusivamente en los sistemas electrónicos y cajeros de cada establecimiento, los sobrecargaba al punto de provocar aquellos estallidos.

En los pasillos de la facultad corrió la noticia como agua de mar e inundó a los presentes en unos instantes. Ya existían grabaciones de los momentos de aquella tragedia, algunos se atrevieron a creer que era un ataque terrorista de alguna organización al margen de la ley o un plan de autosabotaje para causar un colapso mediático. Cuando los hechos llegaron al teléfono de Hanzo, una alerta de su Digimix le dio a entender que era momento de trabajar.

—Parece que nos llaman, Mixenmon —dejó su preocupación guardada en su cuarto y se puso una chaqueta que no usaba frecuentemente, quería evitar sospechas y que lo reconocieran.

Digimon: Digital Wave - PerseguidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora