Jung SeokHo.
Joven de 25 años de edad, carismático y bondadoso. Siempre poniendo comida en la boca quien no posee alimento alguno. Amado y venerado por muchos gracias a su gran corazón y habilidades en la cocina. Sin duda alguna el ejemplo perfecto de hijo, amigo y pareja que cualquiera pudiera desear.
Todo era perfecto en aquella vida sencilla. Tenía su propia casa -producto de su esfuerzo- mantenía un trabajo estable, tenía amigos leales y podía hacer todo lo que le gustaba y amaba sin ningún tipo de impedimento puesto que hace años se había desligado de ellos, es decir; de su tóxica y abusiva familia. La cual -a sus propias palabras expresadas- lo estaban convirtiendo en algo que él no era, por aquello no dudó en tomar sus cosas y sin aún tener donde pasar la noche se lanzó con ellas a la calle mientras escuchaba de fondo los reproches de su padre y el "llanto" de su madre.
Mirando su reflejo una vez más en el espejo de aquella pequeña cafetería, suspiró y habló.
-Buen día y bienvenidos a nuestra cafetería Sweet Dream. Recuerden que por cada compra que hagan el cinco porciento estará siendo destinado en compras de comida para los niños en condición de vulnerabilidad- practicó el carismático joven. -Mi nombre es SeokHo y estoy a su total disposición- finalizó con una sutil sonrisa su presentación.
-Vaya, escuchando algo así hasta a mi me dan ganas de comprar todo lo que está en tu tienda- mencionó alguien a sus espaldas y que pudo reconocer gracias al espejo.
-Pues estás demorando en hacerlo querido- sonrió -¿Qué haces aquí tan temprano pequeño Jiminie?- inquirió el mayor.
-Voy camino al orfanato hyung. Hoy es día de voluntariado y no tengo más que hacer, así que...- respondió el mencionado encogiéndose de hombros.
-Parece ser que la caridad es tu segundo nombre niño, cuando no es el orfanato, es el ancianato, ¿es que no tienes una vida?- preguntó con gracias puesto que él mismo no estaba lejos de igualar aquella situación.
-Es mejor dar que recibir- respondió -Sabes que amo hacer esto, quiero darles a esas personas todo lo que yo no tuve- señaló.
-Bien. Solo espero que la vida te logre recompensar un poco todo lo bueno que haces-
-No se trata de eso hyung, de verdad no espero nada a cambio- habló el menor.
-Sí, lo sé pero no estaría de más- se encongió de hombros-
-Supongo que sí. En fin, ¿enviarás algo de la tienda? Te puedo ahorrar la ida hacia el orfanato-
-Umm, no he tenido muchas ventas esta semana, lo siento- habló con un deje de pena.
-No se preocupe hyung, la próxima semana podría ser- dijo el menor sonriéndo -Debo irme, lo veo pronto-
-Ve con cuidado niño y no regreses tan tarde a casa- murmuró viendo como se alejaba, sin duda alguna Jimin le recordaba mucho a su hermano menor.
Luego de aquella inesperada visita por parte del menor, JinSeok se dispuso a preparar lo que le correspondía, mientras sus compañeros se encargaban de atender a todos los clientes que pasaban por el local. Era un día bastante atareado pero él no podía dejar de pesar en ciertas cosas, cosas como su aumento de peso y es que el hecho de ser el principal pastelero de aquella modesta tienda le había traído consigo un par de problemas, problemas como sobre-comer y malgastar -un poco, según lo que pensaba- los implementos para preparar los dulces y tortas. No se podía juzgar, después de todo, cada platillo que preparaba le quedaba tan malditamente bien que él no podía evitar "probar" de vez en cuando, aunque la realidad era que lo hacía más de lo que debía y era por eso que no rendía para poder dar a los niños y ancianos como antes lo hacía.
-SeokHo, el jefe te espera en su oficina- anunció Felix, un chico de 18 años que trabajaba como mesero desde hace tres meses.
-¿Sabes de qué quiere hablar?- preguntó un tanto temeroso.
-Lo siento hyung, sabe que el jefe suele ser muy reservado. Lo único que le puedo decir es que no se veía muy contento que digamos-
-Está bien- respondió el mayor -Gracias, vuelve a lo tuyo y yo iré a ver qué desea el jefe- le sonrió al muchacho y este le dejó a solas.
SeokHo no sabía qué era lo que estaba ocurriendo con él.
Con pasos lentos y un tanto inseguro llegó a aquella oficina donde le esperaba el dueño, solo deseaba que no fueran las cosas que él pensaba.
-Señor, ¿quería verme?- habló frente al hombre mayor.
-Toma asiento Seok, debo comentarte algunas cosas- dijo y el otro no dudó en obedecer. -Bien, antes que nada quisiera saber cómo van las donaciones a las diferentes fundaciones. Según lo que he visto debido al inventario se han entregado los pedidos correspondientes-
-S-sí señor. Las mujeres encargadas de aquellos centros han llamado para agradecer- <¿por qué mientes?> le reprochó su mente -Están muy felices con la comida que hemos donado para los niños y los abuelitos-
-Es extraño- murmuró -Digo, por lo general me llaman a mi, ¿por qué han llamado directamente al local esta vez?-
-B-bueno, l-lo que sucede es que...-
-¿Por qué estás tan nervioso hombre?- inquirió el mayor.
-Lo siento señor, es que no me he sentido muy bien de salud- mintió una vez más.
-¿Y por qué no lo has reportado? Sabes bien que somos muy flexibles en cuanto a este tipo de cosas- regañó -Por favor ve a casa y si empeoras me avisas para encontrarte un reemplazo-
-Señor, n-no es necesario...-
-Te he dado una orden- habló el mayor con firmeza.
-Como usted diga- respondió el menor antes de hacer una ligera reverencia y salir de aquel lugar.
-Carajo... ahora no podré comer más dulces por el día de hoy- se quejó cual niño pequeño mientras empacaba sus cosas. Él en verdad quería esperar hasta el final del ciclo laboral para poder llevar a casa todas esas cosas deliciosas -que debería llevar al orfanato- y poder comerlas hasta caer presa del sueño.
"Es tan solo una vez" se repetía en su mente cuando esta le reprochó el por qué lo hacía "Por una vez que no les lleve estas delicias, no se van a morir de hambre" pensó y sonrió al imaginarse comiendo cada uno de esos pastelillos en casas.
En su racionalidad él sabía que estaba de una u otra forma mal pero en su inconsciencia se moría por hacerlo.
"Es solo una vez" se repetía en su mente aún cuando era la quinta vez esa semana.
Miró su levemente abultado abdomen y sus carnosas mejillas y sonrió, ¿qué más daba subir un poco de peso a causa de la deliciosa comida? No importaba, y menis cuando era feliz de esa forma.
-¿Por qué debo darles mi comida a esas personas que posiblemente no la disfrutan?- murmuró para sí mismo -La última vez vi cómo la desechaban porque según ellos "tenía mucha azucar", ¿si no tuvieran azucar los dulces, cuál sería el chiste entonces?- se auto- preguntó con gracia. -Mejor me los como yo y así no los tiran. No estoy haciendo nada malo- dijo -Todo esta rica comida es para mi~- medio canturreó antes de guardar la última pieza y salir hacia su casa a guardar "reposo", tal cual como se lo había pedido su jefe.
Oh hombre, él no podía ver cómo estaba cambiando. Su fascinación por la comida -específicamente por los dulces- le estaba cegando, y aquella escena donde habían "tirado" sus preciadas creaciones no había sido más que un simple espejismo de su mente puesto que se le hacía doloroso el hecho de tener que dar sus manjares a aquellos que no eran "merecedores" de tales perfecciones que habían sido creadas por sus manos.
Él estaba cayendo pero no se daba cuenta... ¿o sí?.
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ʙᴀɴɢᴛᴀɴ ʀᴇᴀᴄᴛɪᴏɴꜱ 2
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