I Drogas

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A veces solo sientes que no encajas.

No importa cuánto te esfuerzas, simplemente nada cambia. Tus padres siguen creyendo que no haces suficiente, que no mereces lo que tienes y que exageras al sentirte presionado. Estoy pisando el último año y a cada nada escucho la misma pregunta; ¿Qué quieres estudiar?

<< ¡No tengo ni idea! >>.

Y eso es lo que más odio. Saber que quiero algo grande, ser importante o por lo menos vivir bien. Pero no tener ni una jodida idea de cómo llegar a obtener estabilidad económica y mental a la misma medida. Por supuesto que no ayuda para nada mi familia. Y no me malinterpreten, los adoro. Pero, todos son increíbles en lo que hacen y eso me deja en la nada, más inservible que nunca.

Mi madre, Amalina, es una magnifica asesora de bienes raíces. Y Fausto, << a quien llamo padre por haberme criado como suyo desde los dos años de edad >> aunque tiene un trabajo más simple y menos pagado, siempre presume de ser el entrenador del equipo de futbol en una de las universidades más importantes del país.

Mis hermanos, no se alejan mucho del éxito. Valenthina, quien es en realidad mi hermanastra, es perfección. Porrista, bonita, popular, buenas notas, sin dudas la hija mimada y consentida de mis padres, y ante ellos la definición exacta de la inocencia. Puras patrañas. Más tiene totalmente claras sus metas y sueños desde que era solo una niña, y se le da a la perfección.

Ser actriz.

Diego, nuestro hermano menor. Con catorce años no solo es el más alto de su salón, es el capitán del equipo de futbol juvenil, de debate y del consejo estudiantil. Es un cerebrito que quiere ser diseñador de videojuegos y mantiene el mejor promedio desde primaria.

A veces creía que él era un robot.

En resumen era la decepción de la familia. Diecisiete años, había repetido curso una vez, con un promedio medianamente aceptable y sin grandes aspiraciones o un hobby. No era bueno en deportes, ni en el arte...

Estaba totalmente perdido.

Me gustaba tratar de ser positivo en lo que me quedaba de preparatoria, pronto terminarían las clases y pasaría a ultimo año. Aun me quedaba tiempo suficiente para elegir alguna carrera que estudiar. Tenía buenos amigos, y una vida social bastante aceptable a pesar de ser la oveja negra de la familia.

¿Qué cambió?

Todo cambió.

Era un miércoles, el sol estaba tan intenso que cuando entre a casa mi piel traspiraba exorbitantemente. Me limpiaba con mi toalla la frente a la vez que acababa con la poca agua que quedaba en mi botella. Venía de entrenar en el gimnasio con mi mejor amigo como cada día desde que teníamos quince años.

Mis padres enfocaron sus miradas en mí al escuchar la puerta y ella fue la primera en sonreír.

—Buenas tardes —me saludó — ¿Cómo te fue hoy?

—Igual que siempre —me apresuré en decir dirigiéndome hacia la cocina para llevar la botella de agua del día siguiente al congelador.

— ¿Igual que siempre? Significa mal.

Rodé la mirada y sin más giré para verlos desde la barra. Nuestra casa era lo suficientemente grande para los cuatro sin exagerar. De espacios abiertos y bonitos que permitían mantener la distancia y aun así mirarles.

Mi madre se acomodó en el sofá, tomando una postura más firme y recta, digna de una reprimenda, y justo cuando empezó a hablar me desconecté por completo. Era mi cuerpo el que estaba allí mirándole a los ojos como si le estuviera prestando toda mi atención, pero mi cerebro y pensamientos estaban enfocados en todo menos ella.

Una Estrella FugazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora