V El error

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¿Cuánto pesa esa carga sobre tu espalda?

•· • ♥ •·•

Ahora sí debía tener la apariencia de un cadáver con semanas de descomposición.

<<Váyanse acostumbrando a mis exageraciones>>.

Aunque hablar con Jaspers había logrado aliviarme un poco, mi mente de vez en vez se las arreglaba para torturarme con crueles pensamientos sobre ello. Cuando sonó el despertador yo no había pegado el ojo, así que me puse de pie para ducharme y cepillarme los dientes como cada mañana. El agua se sentía tan bien que me di la ducha más larga de mi vida, y casi me quedo dormido de pie.

— ¡Sebas, es tarde, despierta! —escuché a mi madre gritar y luego la puerta abrirse —ah, te estás duchando. Vístete y baja o no te dará tiempo de desayunar.

—Ya voy —avisé tomando mi toalla.

Me sentía mal, era como una resaca. El dolor de cabeza y algunos músculos que se negaban a colaborar rápidamente. Al salir de la ducha me vestí mientras buscaba en mi celular si una persona podía morir por no dormir. Bajé las escaleras y me uní a mi familia que desayunaba alegremente.

— ¿Puedo faltar a clases hoy? —pregunté directamente al tomar asiento.

Mis padres se dieron una corta mirada, antes de que Amalina dejara de lado el periódico para darme toda su atención. Su cabello estaba perfectamente peinado, ni un pelo se escapaba de esa apretada coleta.

— ¿Por qué razón?

—No me siento bien —resumí, tomando mi plato con huevos y tocino.

—No tienes buenas notas como para permitirte faltar cuando quieras —intervino Fausto.

Preferí llenarme la boca de comida antes de decir lo primero que me vino a la cabeza, porque ello provocaría a menos dos semanas de castigo que no estaba dispuesto a pagar. Diego puso su mano en mi hombro, él comprendía que la mirada que le estaba dando a nuestro padre no estaba llena de amor y agradecimiento precisamente.

—Solo será hoy —insistí —no tengo ninguna evaluación y comparto las clases con mis amigos, pueden prestarme sus apuntes.

Antes de que Fausto pudiera abrir la boca de nuevo, Valentina intervino, sorprendentemente para apoyarme.

—A menos hoy pide permiso.

<<Si a eso puede llamársele apoyo>>.

—Puedo quedarme con él, necesito descanso —soltó como si nada —y así me aseguro que sea cierto que se siente mal, y no que quiere fugarse a no sé dónde.

—Prefiero ir a clases —susurré ganándome una mala mirada de todos, menos de Diego que casi se ríe.

—Bien, pero solo hoy —aceptó Amalina, y aunque Fausto no parecía muy convencido no dijo nada al respecto.

Terminamos de desayunar y después de que Diego me mostrara su nueva arma en su juego huí a mi habitación. Caí rendido en mi cama, ni siquiera pensé en quitarme la ropa de salir, solo me dejé caer y estuve inconsciente cerca de la muerte durante horas.

— ¡Sebas! —Y de la nada me caí de la cama, o mejor dicho, me empujaron —despierta, pareces muerto.

— ¿estás loca? —Me quejé irritado, afincándome en la cama para ponerme de pie y así mirarla — ¿Qué mierda quieres?

—uy, ¿Qué te pasa? Hice el almuerzo es todo —se sentó en la cama —tienes toda la mañana durmiendo.

Rodé la mirada y volví a tirarme entre mis cómodas sabanas, no quería perder el sueño, pero ella no se iba, tampoco se movía, solo estaba allí. Su presencia era tan incomprensible que empezó a irritarme hasta que abrí los ojos para encontrármela simplemente observándome. Sus ojos oscuros que nunca lograba entender aunque pudiera sentirlos tan llenos de algo, algo que no conocía.

Una Estrella FugazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora