VI Pedir ayuda

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Cuando comentes un error y estas consciente de ello solo hay dos cosas por hacer, disculparte y corregirlo. Esa era la parte difícil para mí, pues cada vez que intentaba hablar con Thina con ese objetivo ella evadía mis palabras con sus besos, haciéndome caer en el mismo error otra vez. No me había dado cuenta del poder tan grande que tenía ella sobre mí, más pasaban los días y me consumían hasta el punto en que nada era más importante que ese peligroso romance fugitivo. Algunas noches se colaba en mi habitación y ya nada podía relajarme, me ahogaba en una cantidad absurda de cigarrillos y su cuerpo moviéndose contra el mío.

Era mi vicio, uno al que no le encontraba salida. No podía, no quería y claramente no tenía la fuerza para hacerlo, así que básicamente solo dejaba que todo ocurriera, destruyéndome muy despacio.

La culpa estaba allí, persistente y cada vez más pesada.

—Te compre esto —escuché justo antes de que Amalina pusiera frente a mí un lindo libro de Ana Coello —no sé cuáles son tus favoritos, así que espero te gusté.

Estaba frente a mí, sellado aún, con una preciosa portada de una rosa roja. No era el libro en sí lo que había logrado cautivarme por completo, fue que viniera de mi madre sin haber tenido que pedirlo.

—Me gusta —respondí sinceramente, tomándolo en mis manos —gracias mamá.

Ella me sonrió dulcemente al sentarse a mi lado, tomando el periódico como cada mañana. Mi padre no tardó demasiado en acercarse con el desayuno, pero esta vez yo preferí servirme un gran tazón de cereales. Mis hermanos bajaron tomando su lugar en la mesa y al verlos a todos allí era imposible no sentirme mal. Podía arruinar a mi familia, y no quería hacerlo.

Empezaron a hablar cotidianidades y me sentía tan extra.

—El fin de semana tendremos un gran partido —anunció mi padre emocionado —si ganamos estaremos dentro de las finales.

—Eso es maravilloso —opinó mamá y todos asentimos de acuerdo —¿estás nervioso? Me habías contado que tenías problemas con el capitán del equipo.

—Bueno, es solo un niño caprichoso que está acostumbrado a hacer lo que quiere —a pesar de lo dicho parecía que el mencionado le agradaba —pero su talento es descomunal, a veces pienso que no es humano.

Como me habría gustado que de esa forma hablara de mí, pero intenté jugar futbol varias veces y créanme, hay cosas que no importa cuántas veces practiques, simplemente no serás bueno en ellas.

—Hablando del joven Jhops —miró a mi madre —olvidé los horarios nuevos sobre la cama, ¿podrías traerlos?

Ella ya había terminado de comer así que sin decir nada se puso de pie. Yo también me levante, lavaría lo que ensucie e iría por mi mochila. A pesar de seguir durmiendo mal, no me sentía tan cansado como antes, podía estarme acostumbrando a dormir solo un par de horas cada noche.

— ¡Sebasthian! —escuché gritar a mi madre con todas sus fuerzas. Había pasado años desde la última vez que la escuchamos hacerlo, así que no fui el único en subir las escaleras apresurado.

Amalina estaba saliendo de mi habitación, en sus manos tenía una bolsa llena de cajetas de cigarros vacios, eran demasiados y ni siquiera sabía porque no los había botado, pero no esperaba que ella entrara a mi cuarto. La lanzó a mis pies con fuerza, realmente estaba molesta.

— ¿Eso es tuyo? —No tenía palabras para responderle — ¿fumas Sebas?

—Diego, baja a la cocina —le ordenó papá y no le quedó de otra que obedecer —responde a tu madre.

—Sí, lo hago —admití.

—Esto era lo que faltaba, mierda, ¿no puedes nunca hacer nada bien? —Me gritó furiosa — ¿Por qué tienes tantas ganas de arruinarte la vida? Son demasiados hijo, y se nota que son recientes.

Una Estrella FugazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora