VII Hola, Estrella

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Estrella:

La briza soplaba mi ventana agitando las cortinas que dejaban entrar el frío. Yo estaba sobre mi cama, con los brazos y piernas extendidas, miraba el techo y aunque mi mirada estaba clavada en la pintura vieja de aquella habitación, yo estaba en otra parte.

Suspiré, el único sonido que llenó el lugar en horas. Me senté en la cama cubriendo mi rostro con mis manos, luego miré la habitación entre mis dedos. Estaba agotada de ser yo y aun así estaba decidida a no rendirme. Porque sí, seria increíble morir, dejar de sentir dolor, dejar de sufrir, de ver como la vida se va en caída libre directo a la mierda, pero...

¿Y si no hay nada después de morir? Si solo era vacío, prefería sufrir a no sentir nada.

— ¡Pórtense bien! —gritó Amanda y luego escuché la puerta cerrarse.

Me puse de pie de un salto, impulsándome con mis manos en la cama me apresuré en llegar al espejo. Mi ropa me quedaba bastante ancha y eso era un alivio, así nadie podría notar que tan delgada o gorda estaba.

Me acerque al final del balcón, sujetándome de la reja salté dejándome caer al siguiente piso, repetí el proceso una vez más, apresurada para no ser descubierta. Era algo difícil, tres pisos, rejas, plantas, pero ya lo había hecho un montón de veces así que cuando al fin caí al suelo estire mis brazos con pereza y sonreí.

—Libre —susurré, metiendo las manos al bolsillo de la sudadera.

Me había escapado antes, pero últimamente lo había hecho más seguido y la culpa de ello era de ese chico que me había escrito por Wattpad. Mi estúpida curiosidad me había llevado a buscarlo en sus redes sociales y realmente era tan... interesante. No solo era apuesto, lo que me había contado, sus problemas, se sentía bien saber tanto de él, poder observarlo sin que se enterara, porque sí, para mi sorpresa Sebasthian Thinger vivía en la misma ciudad que yo.

<< ¿Qué tan pequeño tenía que ser el mundo? >>.

Caminé hasta la parada de bus, mirando la hora en mi celular y conectando los auriculares para que la música me acompañara todo el camino. Tenía tres años sin asistir a una preparatoria, había intentado retomar mis estudios, pero estar internada, las sesiones con la psicóloga, con el nutriólogo, los clubes anónimos, todo era demasiado para también pensar en cómo sobrevivir entre adolecentes imbéciles. Además, pronto cumpliría los veinte años, la única forma de estudiar mi último año era por internet, pues me rehusaba a someterme a esa asegurada tortura. El autobús estaba lleno de estudiantes, la mayoría con la misma dirección que yo.

Me sentía como una acosadora, pero cuando bajé del autobús junto a todos esos adolecentes ruidosos y miré hacia la preparatoria en la que estudiaba Sebas, sonreí. Había llegado justo a tiempo, su camioneta aún no estaba. Me senté en una banca que me dejaba una vista perfecta y empecé a tararear el ritmo de la música. Había encontrado una foto de él con un chico rubio de lentes, Sebas tomaba la foto de manera que saliera y el chico sostenía un examen con puntuación perfecta, de allí había sacado la preparatoria en la que estaba, del logo en una esquina de la hoja.

Junto a mí pasó ese chico rubio, hablaba con una linda morena sin apuro alguno, esperando para cruzar la calle ambos. Debía ser un buen amigo de Sebas, se etiquetaban muchas cosas y siempre las respondían, además de verse muy felices en las fotos que tenían juntos. Me gustaba saber que por lo menos tenía amigos, la compañía era buena para no perder la cabeza tan seguido. Cruzaron y me quité un auricular, justo entonces la camioneta de Sebas estacionó y unos segundos después salió molesto, aventando la puerta y apresurándose adentro con pasos grandes y decididos. La que había identificado como su hermanastra salió un poco después, pasándose las manos por el rostro para luego mostrar una sonrisa tranquila y caminar con poderío mientras saludaba a otros.

Una Estrella FugazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora