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México luego de ver cómo el colombiano había salido dejándolo solo en ese vacío pasillo. Estaba en una especie de trance mientras en su campo visual el suramericano lo único que hacía era desvanecerse como si de humo se tratase. Afincó una de sus manos a su rostros, frotándose con fuerza antes de subirla a sus cabellos para peinarse flojamente ese lado hacia atrás, provocando que, en lugar de organizarlo, sucediera lo contrario.

Se recostó en la pared que antes estaba el otro latino, sin saber qué pensar. Aun seguía digiriendo esas palabras crudas que le habían pegado en lo más profundo. ¿Quién era él para prohibirle a Colombia alguien? Sí, nada. No tenía ningún derecho, ciertamente, aunque le gustaría tenerlo.

Soltó una sarcástica carcajada para él mismo, enserio era patético, ese excéntrico país se lo había repetido muchas veces y tenía toda la puta razón del mundo. En su rostro se desdibujó una sonrisa de burla, no podía creer a qué punto había caído por ese latino, era como su femme fatale y le gustaba que lo fuera.

Se dejó deslizar por la extensión de la pared, terminando en el suelo. Rebuscó en medio de sus bolsillos, sacando la cajetilla de cigarrillos de ahí, al igual que una candela. Sacó uno de la caja y se la puso entre sus labios, enciéndala rápidamente para empezar a fumar. 

Dio la primera calada a su cigarrillo, sintiendo el tóxico humo recorrer su sistema respiratorio, como la fumarada se paseaba consoladora por sus pulmones para luego salir por sus labios parecido a un vapor de frío. Repitió la acción reiteradas veces y cada calada era más y más lenta. No le importaba mucho llegar tarde a la reunión, de cierta forma tenía la ayuda de USA o Canadá para cubrirlo si algo pasa. 

 El lugar se empezaba a llenar del característico olor de la nicotina, poco a poco se empezaba a hundir nuevamente en sí mismo, en sus tormentosos sentimientos. Otra vez la soledad, esa señorita tan despampanante era su compañera, acompañándole en el vacío espacio mostrándose amable y reconfortante.

El solventado espacio le empezaba a asfixiar y no era por el humo. Tenía mucho miedo.

Tenía miedo de lo que podría pasar con el colombiano y con él, sentía que cada vez dolía su actitud reacia a él, como si todos sus impulsos por acercarse no valieran y caía en un desesperante circulo vicioso. Se asustaba al estar tan confundido sobre ese sureños.

Empezó a sollozas suavemente, maldiciendo a los muertos o bueno, a uno en específico por dejarlo solo con esta situación abrumadora. Deseaba que no fuera la bella soledad quien estuviera a su lado, sino esa persona que extrañaba y le dolía como la primera vez que perdió. Había perdido un tesoro y ahora no sabía cómo rellenar ese vacío que le impusieron a la fuerza, necesitaba de esos brazos en ese instante, que le abrazara y le dijera que todo estaría bien, que no tenía porque temer, ya que siempre habría un lugar seguro para refugiarse.

Apegó sus rodillas a su pecho,  haciéndose bolita consigo mismo y permitiéndose llorar en silencio.

El tiempo solo estaba pasando sin que se diera cuenta y cuando decidió que era pertinente, se levantó, para dirigirse a la reunión. Apagó la colilla de cigarrillo en una zona segura, para poder tirarla al suelo y pisarla. Al ingresar a la reunión, pidió disculpas al encargado de ONU y se sentó en su lugar correspondiente.

Sus amigos norteamericanos le miraron, él rezaba a todos los dioses antiguos que conocía que no se notara que había llorado y tampoco que notaran el olor de cigarrillo. Antes de ingresar se había puesto un poco de perfume que tenía guardado para esos casos especiales. Les devolvió la mirada con una pequeña sonrisa. Notó como USA y Canadá escribían una pequeña nota en un papelito, llamando a alguien para poder llevarlo que lo entregaran.

Hizo una mueca corta, abriendo las notas para leer su contenido. Sus ojos repasaban las líneas con rapidez y sintió como un baldazo de agua fría caía encima suyo. Verga, verga, verga, no quería que las cosas se desencadenaran así, debió de ser menos impulsivo. Estuvo el resto de la reunión pendiente del reloj, notando como el tiempo pasaba parsimoniosamente, sentía que se iba a morir de nervios.

𝐍 𝐎 𝐂 𝐄 𝐍 𝐓 𝐄   |  𝑹𝒖𝒔𝑪𝒐𝒍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora