PRÓLOGO

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Narradora omnisciente

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Narradora omnisciente

-¿Te ha quedado claro, Amelie?-habló la señora Wright, madre de la antes nombrada, en dirección a su hija

-¿Qué cosa?-contestó desconcertada, había estado distraía viendo por la ventana del lujoso auto el nuevo lugar donde vivirían-Lo siento madre, no he escuchado

La mujer suspiró con cansancio, antes de responder a su pregunta.

-Necesitamos que tomes esto en serio, a partir de ahora tenemos que cuidar aún más nuestra reputación, es un pueblo pequeño y seguramente muy rumoroso-advirtió-Sobretodo por ti, hija, necesitamos que nos representes, y a ti también...como la hija de unos grandes inversionistas, le estamos haciendo un gran favor a este pueblo

-Sí, madre...seguro-miró hacia abajo, con aburrimiento

-Cabeza arriba, sabes que odio las posturas que muestran inseguridad-comentó, mirando a su hija

La madre de Amelie era una mujer alta, rubia, de cabello por los hombros siempre arreglado. Sus ojos eran tan azules que si los llegabas a mirar por mucho tiempo, probablemente te perderías en ellos, siempre usaba vestidos elegantes, la mayoría hasta abajo de las rodillas, haciendo juego con sus sofisticados tacones. En cambio Amelie, era castaña, de tez pálida y mejillas rosadas, lo único que había heredado de su madre eran sus ojos, tan hermosos como los de la mujer. Ella no solía usar ropa parecida a la de su madre, al contrario, usaba suéteres, blusas de manga larga, pantalones, y en ocasiones faldas. A ella no le gustaba llegar a un lugar como cualquier otro y hacerse notar tanto, quería preservar su verdadero "yo".

Al cabo de minutos llegaron a su nueva casa, Amelie la miró con esperanzas de que luciera como una casa cualquiera, más no fue así. Aquella era una casa muy grande, blanca con detalles grises, con un jardín hermoso sin duda, y a unos pocos metros se encontraba un buzón rojo, que tenía escrito "Wright" en él.

"Padre, madre, si que les gusta presumir"

Pensó Amelie, generalmente prefería que a sus padres no les gustara tanto la atención de las personas, a ella le incomodaba el que todos la miraran.

Mientras tanto, su madre miraba encantada la casa, sabía cuánta superioridad le daría vivir ahí.

El día fue largo para Amelie, fotos de ella, su padre y su madre en la entrada de la lujosa casa, uno que otro arreglo a los muebles por orden de su madre, la subida de cajas a los dormitorios, entre otras tareas que dejaron a Amelie agotada.

Amelie llegó a su cuarto ya amueblado, más no decorado, se acercó a su cama y en cuanto su cabeza tocó la almohada cayó en un muy profundo sueño.

Mañana sería un día difícil, nada más y nada menos que el primer día de clases...

A la mañana siguiente...

Amelie despertó debido a la luz del sol que se colaba por su ventana, y claro, por la alarma. Se levantó con un tanto de pesadez y se dirigió a su armario para arreglarse.

Después de un par de minutos, Amelie ya traía puesto unos jeans ligeramente acampanados de la parte inferior, una blusa azul de manga larga con una abertura pequeña debajo del cuello, sus converse nuevas del mismo color que su blusa, y por último, un suéter azul oscuro, ya que siempre tenía frío.

Se miró al espejo, y unos momentos después suspiró, pensando: ¿Seré lo suficientemente buena? ¿Y si desde hoy me detestan? Lo arruinaré todo apenas entre...

Decidió dejarlos de lado, o eso intentó cuando se dispuso a arreglar su maleta para la escuela.

Momentos después ya se encontraba bajando las escaleras con rapidez para tomar camino a la escuela, no tenía contemplado desayunar en ese momento por el tiempo que tenía, pero antes de poder tomar la perilla de la puerta, su madre, a la cuál no había visto, habló:

-Recuerda lo que hablamos, Amelie -dijo, sosteniendo una taza de café en sus manos, apoyada en la barra de la cocina

-Claro, madre-respondió sin ganas

Suspiró una última vez, antes de abrir la puerta y salir de su casa, yendo a la que ahora sería su nueva escuela

(°°°)

Finalmente llegó, miró a todos lados, había muchos chicos y chicas, demasiados a su parecer, había más alumnos en esa escuela que en su anterior colegio, y eso le dió un poco de desconfianza, pero ya no había vuelta atrás, debía entrar tarde o temprano. Y así lo hizo, a paso lento e inseguro, pero al cabo de unos pocos minutos logró entrar.

De su mochila sacó una libreta azul, la cuál revisó para recordar cuál era su número de casillero, miró a todos buscando el suyo, no tardó mucho para encontrarlo. Sacó su llave y candado, para colocarlo en este y acto seguido abrirlo.

Metió sus libros, cuadernos, y tres libros de lectura que tenía en su mochila, los usaría en el almuerzo, ya que sería vergonzoso no hacer nada y no estar con nadie.

El timbre sonó, dando a entender que la primera clase comenzaría. Sacó su horario y el material que usaría para su primera clase: Inglés.

Buscó su salón, pero había tantos que le fue complicado dar con él, al cabo de 5 minutos de dar vueltas lo halló, y se arrepintió de entrar con prisas cuando sintió las miradas de todos en ella.

-Vaya, vaya, debes ser la nueva alumna, ¿no es así?-preguntó el profesor, el señor Wilson, un hombre de unos 35 años, con poco cabello, alto, una barba bien arreglada y lentes.

-S-sí, así es...profesor-dijo Amelie, con la mirada baja

-Un poco tarde para ser su primer día, no se preocupe, pero que no vuelva a pasar-se sentó en su silla, mientras seguía mirando a la chica

-No volverá a suceder, profesor-dijo, jugando con sus manos

-Puede sentarse a un lado de...Denbrough, levante la mano Denbrough-ordenó y fue respondido, un chico de tez pálida, cabello castaño claro, y ojos verdes levantó la mano como se le pidió

Amelie lo miró, y le dió una diminuta sonrisa para encaminarse a su lugar, quedando al lado derecho de el chico.

Be mine, Amelie -Richie Tozier-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora